En Miami se vive como en España: muchísima gente llega apenas con lo justo a fin de mes

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El Miami Herald radiografía una Miami que trabaja a tiempo completo… y aun así no llega a fin de mes. El nuevo informe ALICE (siglas en inglés de “activos limitados, ingresos restringidos, empleados”) de United Way sitúa a 527,469 hogares —el 54% del condado— en esa franja de vulnerabilidad: personas con empleo que ganan demasiado para calificar a ayudas, pero demasiado poco para cubrir lo básico sin vivir al día. Es la tasa más alta entre las grandes áreas metropolitanas de Florida y supera el promedio estatal (47%); solo en Luisiana, Misisipi y Nueva York la presión económica alcanza porcentajes mayores, según la crónica.

La historia se cuenta a través de dos vidas. Shirley Phinzee, 63 años, limpiadora nocturna sindicalizada que cobra 16 dólares la hora, quedó sin casa en enero y desde entonces duerme en el auto. Antes encadenó golpes: un choque que la dejó lesionada y la obligó a endeudarse para comprar otro vehículo —imprescindible para su turno de 5 p. m. a 1 a. m.— y, más tarde, la muerte del pastor con quien compartía vivienda a renta reducida.

Hoy alterna estacionamientos y el garaje de un amigo para poder descansar y asearse. Phinzee intenta ahorrar para el depósito, pero admite que no reúne los miles que exige la entrada de un alquiler. El reportaje recuerda que, de acuerdo con United Way, un adulto solo en Miami-Dade necesita ganar alrededor de 21.11 dólares por hora (unos 42,228 al año) para costear vivienda, transporte y comida con estabilidad.

En el otro extremo de la edad, Enocch Marshall, 25 años, creció con precariedad, perdió a su madre por COVID-19, pasó por un refugio y hoy trabaja como técnico de equipos de apoyo en tierra en aviación, a 20 dólares la hora, tras completar formación laboral. Siente por primera vez que avanza, pero sigue por debajo del “ingreso de supervivencia” y paga 950 dólares por un microestudio sin baño en Hialeah, más del 30% de su ingreso neto.

El artículo del Herald subraya que seis de cada diez residentes del área metropolitana gastan al menos el 30% de su ingreso en alquiler y tres de cada diez destinan la mitad o más, el mayor costo habitacional entre las grandes urbes de EE. UU.

El Herald atribuye el deterioro a una mezcla de salarios rezagados y costos disparados —transporte y alimentos entre ellos—, y recuerda que los alquileres se encarecieron con fuerza desde 2020. Grupos como Miami Homes for All calculan un déficit superior a 90,000 viviendas asequibles y advierten que políticas como Live Local, enfocadas al “ingreso medio”, no alcanzan a quienes están más cerca del borde. La agenda de soluciones incluye bonos locales, más vales de vivienda y protecciones al inquilino.

Ese retrato suena demasiado familiar para millones de personas en España. La Encuesta de Condiciones de Vida del INE muestra que en 2024 el 9,1% de la población declaró llegar a fin de mes con “mucha dificultad”, mientras el 35,8% no podía afrontar gastos imprevistos y un 33,4% no se pudo permitir una semana de vacaciones.

Es decir, no todos están al borde del desahucio, pero una porción considerable vive sin red: cualquier avería, una factura médica o una subida de la cesta de la compra puede desbaratar el presupuesto. En el conjunto de la UE, Eurostat calcula que el 17,4% de los hogares tiene dificultades o grandes dificultades para llegar a fin de mes, lo que sitúa a España entre los países con tensiones persistentes pese a la moderación de la inflación.

Sin embargo, es la vivienda el talón de Aquiles a ambos lados del Atlántico. En el área metropolitana de Miami, seis de cada diez residentes destinan al menos el 30% de su ingreso a la vivienda y tres de cada diez la mitad o más, con salarios que no crecen al ritmo del alquiler.

En España, las protestas por el precio de los arrendamientos han llenado calles como las de Barcelona, donde el alquiler por metro cuadrado se duplicó en una década, según una crónica de AP consultada, un fenómeno que – como en Madrid – atribuyen al boom turístico con la particularidad que en la capital, al menos aún, no se ven manifestaciones de gente tirándole agua y gritándole a los turistas para que se vayan. Esa delicadeza solo se ve en la muy independentista Barcelona.

A ello se suman datos europeos que muestran un empeoramiento del “housing cost overburden” —hogares que gastan ≥40% de su renta disponible en vivienda— en capas jóvenes y en inquilinos de mercado, un patrón que encaja con lo que relatan los estudiantes y trabajadores precarios en las grandes ciudades españolas.

El paralelismo no es perfecto, pero sí elocuente. En Miami-Dade, United Way sitúa el “ingreso de supervivencia” de un adulto en torno a 42.000 dólares anuales, cifra que deja fuera de juego a quien cobre menos de 21,11 dólares por hora en una economía dependiente del auto y con transporte público limitado. En España, la presión llega por la combinación de salarios moderados, encarecimiento de alquileres y costes básicos que aún pesan más en jóvenes y hogares con rentas bajas. Diferentes mercados laborales, misma sensación: trabajar ya no garantiza estabilidad.

Las soluciones que asoman también comparten familia: bonos y financiación masiva para vivienda asequible, vales o ayudas al alquiler que lleguen a los sueldos más bajos, y reformas para aumentar la oferta sin expulsar a los residentes.

En Miami, grupos como Miami Homes for All advierten de un déficit superior a 90.000 viviendas asequibles y cuestionan que políticas estatales privilegien a rentas medias, dejando fuera a quienes viven al día. En España, los debates sobre topes de alquiler en zonas tensionadas, parque público y fiscalidad del ladrillo se han vuelto centrales. Lo que está en juego, en ambos casos, es que “llegar a fin de mes” vuelva a ser la norma y no una proeza.

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