La escena ocurrió en plena Plaza de Marte, en Santiago de Cuba, y se volvió viral en cuestión de horas: el activista Yasser Sosa Tamayo contó —con una crónica que mezcla rabia y compasión— cómo vio a un hombre de 74 años hurgando en los desechos y comiendo a la vista de todos.
“Lo terrible no es que coma basura —escribió—, sino la indiferencia”. El post encendió las redes: cientos de comentarios y compartidos, muchos de ellos agradeciendo la ayuda inmediata del autor (le compró comida y le dejó dinero) y, a la vez, exigiendo respuestas a las instituciones locales.
El adulto mayor fue identificado como Jorge Luis Golá, conocido como “Memeño”. En su juventud, dicen quienes lo recuerdan, trabajó como utilero en agrupaciones musicales de la ciudad, incluida la orquesta Chepín Chovén, emblema del son santiaguero. Hoy, según el propio testimonio recabado por Sosa Tamayo, no recibe pensión ni asistencia estable. “Ayer cargaba instrumentos; hoy carga silencio”, resumió el activista en su texto, que interpela a la ciudad por “convertir en desecho” a quien sobrevive entre desechos.
La publicación despertó un coro de empatía: “Lluvia de bendiciones”, “no están solos”, “hay que extender la mano”, escribieron decenas de usuarios.
Varias personas afirmaron haber visto casos similares a diario, no solo en Santiago, sino en La Habana, Camagüey, Bayamo y otras localidades. Otros lectores añadieron datos: uno ubicó a Memeño en el reparto Los Olmos; alguien mencionó que en la ciudad existen hogares e instituciones que atienden a personas en situación de calle y sugirió gestionar allí un ingreso. También afloraron matices incómodos: una comentarista aseguró que el anciano lucha con el alcohol, recordando que la atención social se complica cuando median adicciones o familias ausentes.
Ese contrapunto revela el trasfondo: no hay una sola causa para la indigencia. En la cadena de vulnerabilidades aparecen jubilaciones mínimas o inexistentes, problemas de salud mental, consumo problemático, viviendas perdidas y redes familiares rotas. A eso se suma un contexto de escasez y servicios desbordados, que hace más difícil cualquier respuesta sostenida.
Varios comentarios apuntaron a la Asistencia Social, los trabajadores sociales, los CDR y el gobierno local, preguntando por qué no hay seguimiento para casos visibles en zonas tan céntricas como Plaza de Marte. “¿Dónde están los programas para adultos mayores vulnerables?”, se lee en el hilo. También hubo quien relacionó el episodio con polémicas recientes en las que se minimizó la presencia de indigencia en la isla; los usuarios devolvieron la discusión al terreno de los hechos: “no son disfraces; son personas”.
Más allá de la crítica, también surgieron propuestas concretas: armar un grupo para llevarle alimentos a Memeño cada día, coordinar una evaluación médica y de trabajo social, ayudar a gestionar documentación para una pensión si corresponde, y, en paralelo, identificar a otros adultos mayores en igual situación para no centrar la ayuda en un solo caso.
Santiago de Cuba presume —con justicia— de hospitalaria. Por eso duele más que un hombre que un día fue parte del andamiaje cultural de la ciudad termine en la orilla del olvido. La viralidad del caso no solo exhibe la dureza del presente, también la reserva moral que aún persiste: gente que se detiene, que se organiza, que exige. “La miseria no huele a basura —escribió el activista—, huele a indiferencia”. Esa frase resume el consenso que cristalizó en los comentarios: no naturalizar lo intolerable.
Yasser Sosa Tamayo
El perfil de Facebook de Sosa Tamayo vuelve otra vez a funcionar como llamado de alerta y como mecanismo de respuesta inmediata. En esta ocasión permitió que, en cuestión de horas, desconocidos ofrecieran comida, dinero y acompañamiento.
Como antecedente de lo ocurrido con “Memeño”, a inicios de este mes, otra historia similar era protagonizada por Yasser Sosa Tamayo: pasada la medianoche, el activista se topó con su antiguo profesor de Química, identificado como Manuel, de 79 años, durmiendo en el pasillo de una peluquería en Santiago de Cuba. Según el relato, el anciano estaba solo, con hambre y a la espera de cobrar una pensión mínima al día siguiente; Yasser le compró comida y le dejó dinero para sobrellevar la noche.
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El episodio se volvió viral y desató una conversación similar a la de estos días: usuarios señalando la desprotección de los mayores, pidiendo intervención de asistencia social y organizándose para ofrecer ayuda inmediata. Junto con el caso de “Memeño”, el hallazgo del profesor dibuja un patrón que Sosa Tamayo viene visibilizando: adultos mayores con trayectorias laborales reconocibles, hoy atrapados entre soledad, pobreza y respuestas institucionales intermitentes.
La conversación en ambos casos expone los límites de la solidaridad espontánea: un almuerzo resuelve el día, no la biografía de abandono. De ahí que muchos pidan pasar del gesto individual a protocolos sostenidos de calle, con equipos interdisciplinarios (salud, trabajo social, seguridad) y puertas de entrada rápidas a espacios de resguardo.





