No hubo alfombra roja ni cámaras de televisión, pero sí lágrimas, camisetas con consignas de justicia y una voz quebrada cantando entre flores y mármol. Teresa Padrón, exbooking-manager y confidente del reguetonero El Taiger, regresó a la capital cubana para honrarlo donde todo comenzó: en su tierra, entre su gente.
En un país donde la música suele ser sinónimo de resistencia, la despedida a un artista puede transformarse en acto de protesta, rito colectivo y terapia emocional. Así fue el reencuentro de Teresa Padrón con La Habana, seis meses después de la muerte de José Manuel Carvajal Zaldívar, más conocido como El Taiger y una de las voces más carismáticas e incendiarias del reguetón cubano contemporáneo.
Lejos del bullicio de Miami -donde el artista falleció trágicamente tras recibir un disparo en la cabeza y pasar una semana conectado a soporte vital-, Teresa eligió la sobriedad del Cementerio de Colón para rendirle un homenaje que, aunque íntimo, fue tan potente que retumbó en redes como una ola de nostalgia.
Entre cruces y mármoles centenarios, la exmanager interpretó algunas de las canciones más emblemáticas del cantante, mientras familiares, amigos y admiradores improvisaban un pequeño altar con flores y camisetas estampadas con el rostro de El Taiger y la palabra “Justicia”. No era un adiós: era una promesa de memoria.
En sus redes sociales, Padrón compartió imágenes del tributo, acompañadas de un mensaje que no tardó en viralizarse: “Aunque hayan pasado tantos meses, siento que todo fue ayer”. No se trataba de llorar, advertía Teresa, sino de celebrar lo que El Taiger representó en vida: su energía, su alma callejera, su música llena de códigos, calle y corazón.
El reguetonero, que falleció el 10 de octubre en el Jackson Memorial Hospital, había sido una figura polémica, sí, pero también querida. Su estilo, mezcla de provocación y poesía urbana, lo posicionó como un referente dentro del movimiento urbano en Cuba y su diáspora. Era un artista que no se callaba, que incomodaba a algunos y conmovía a otros, pero que nunca pasaba desapercibido.
El homenaje no fue solo con música. Teresa también organizó una partida de cubilete -juego favorito del artista- junto a amigos cercanos. Un gesto que podría parecer trivial, pero que se sintió como un ritual de amistad. Como si jugar fuera una forma de seguir hablando con él.
“Tu gente, tu Cuba, estaba ahí por ti”, escribió Teresa en un post que recogía la emoción del momento. En tiempos de superficialidades digitales, ese tipo de lealtad genuina es rara y poderosa. Teresa Padrón no solo fue su booking manager: fue testigo de su ascenso, su carácter y su vulnerabilidad.