Humberto Padrón Ríos tenía la vida por delante. Su muerte, repentina y absurda, ha dejado a su pueblo en silencio. Pero su legado —el del joven íntegro, alegre, noble y comprometido— queda vivo en quienes lo conocieron. En las canchas, en las oficinas, en los abrazos que ya no serán. Y en el recuerdo colectivo de una provincia que hoy, simplemente, no encuentra consuelo.