La verdadera “smart city” cubana existe solo como artificio narrativo: una maqueta virtual sostenida por un poder que no acepta que el país está en su peor momento energético en décadas. La Habana real sigue ahí, con sus sombras, sus ruinas, su olor a cables quemados cuando vuelve la electricidad de golpe. Una ciudad que funciona por hábito, no por diseño; por resistencia, más que por planificación.
Unas quince familias, alrededor de cincuenta personas, pasaron la madrugada del lunes en la acera, rodeadas de sus pertenencias y sin un lugar seguro donde dormir. Los funcionarios municipales que se acercaron al lugar les informaron que no había sitio disponible para reubicarlos de manera inmediata, lo que dejó a los afectados a la intemperie, sin comida ni agua, y con la incertidumbre de no saber a dónde ir.
Ulises Toirac cumple 62 años y lo celebra con una reflexión llena de humor, crítica social y amor por La Habana. “Otro cumple que no me regalan el dichoso yate”, dice.
La crisis energética en Cuba es un reflejo de un problema estructural más profundo que requiere cambios fundamentales en el modelo económico y político de la isla.