Tras días de silencio, autoridades y prensa oficialista explican el desastre ambiental en Moa solo cuando las redes sociales y el periodismo independiente lo hicieron viral.
La reciente nube de humo negro que envolvió a la ciudad cubana de Moa, en la provincia de Holguín, volvió a poner sobre la mesa la preocupante situación medioambiental que viven sus habitantes desde hace décadas. Sin embargo, lo que ha causado más indignación que la polvareda metálica misma es la respuesta tardía, edulcorada y defensiva de autoridades, funcionarios y periodistas oficialistas que, de no haber sido por la presión ejercida desde las redes sociales y el periodismo independiente, probablemente habrían mantenido el silencio.
Durante los primeros días de julio de 2025, vecinos de Moa comenzaron a publicar en sus redes fotos y videos del denso polvo rojizo que se esparcía sobre techos, árboles, calles y pulmones. La fuente: la planta niquelífera “Comandante Ernesto Che Guevara”, uno de los centros industriales más contaminantes del país. La contaminación, según reportes, fue causada por un vertimiento masivo de mineral debido a una operación de mantenimiento que no fue notificada oportunamente a la población.
Las imágenes provocaron un alud de denuncias y comentarios de indignación. Activistas como Lara Crofs y usuarios comunes como Mirelis Torres, Irina Diéguez y Aleida Cebey expresaron su hartazgo, recordando que esta situación no es nueva, sino parte de una contaminación estructural que ha marcado la vida de los moenses por décadas. Enfermedades respiratorias, asma crónica y hasta muertes prematuras son parte del saldo que el níquel ha dejado en ese “pueblito en el culo del mundo”, como lo describió gráficamente una internauta.
Frente a la presión, los medios locales y algunos periodistas oficialistas como Yulieska Hernández García salieron finalmente a ofrecer explicaciones. Pero lo hicieron tarde, y lo hicieron mal. El tono de los comunicados y publicaciones osciló entre la negación de culpabilidades y la justificación técnica, como si un “paro planificado” o una “falla de electrofiltros” pudiera justificar los daños a la salud de toda una comunidad.

“Hablar del tema debió ser la urgencia primera”, admitió la propia periodista en un post, pero acto seguido criticó a quienes convierten el tema en un “show”. Una respuesta que dejó claro que la prioridad sigue siendo defender el relato oficial antes que informar con responsabilidad y transparencia.
De hecho, buena parte del aparato oficial y de los perfiles institucionales —entre ellos figuras como Yiganis Cruz del PCC, Raúl CTC Holguín o Joel Queipo— se activaron con una retahíla de etiquetas y consignas que parecen salidas de un manual para bots: #IncansablesPorNaturaleza, #HonorHolguinero, #MoaPrimeraPorElTrabajo, #JuntosPodemos. Como si los filtros rotos pudieran arreglarse con hashtags.

A esto se sumó una puesta en escena cuidadosamente orquestada: recorridos de prensa, entrevistas con directivos, reportes televisivos con imágenes de operarios entre humo y máquinas, y hasta felicitaciones a los trabajadores por “haber reparado en tiempo récord” el ducto de gases. Todo, eso sí, sin asumir una sola responsabilidad política real, sin mencionar planes concretos de inversión en protección ambiental, ni dar cuentas sobre años de afectación crónica a la salud pública.
La narrativa oficial insistió en que todo fue “una situación temporal”, que se cumplió “con todos los protocolos”, y que las emisiones estaban “dentro de los límites permitidos por la ley”. Sin embargo, testimonios recogidos por CubaNet y publicaciones independientes apuntan a que esta no es la primera vez que Moa sufre este tipo de contaminación masiva, y que, en muchas ocasiones anteriores, los hechos ni siquiera fueron reconocidos públicamente.
El caso de Moa refleja un patrón repetido en la gestión ambiental del régimen cubano: ocultar hasta que sea imposible negar. El “modus operandis” institucional ya no es el de la censura directa, sino el del control narrativo: cuando una verdad incómoda se hace viral, la respuesta no es la autocrítica, sino una mezcla de justificación técnica, patriotismo forzado y ataques a quienes denuncian.
Así lo expuso claramente Lara Crofs, al señalar que lo ocurrido “no es un problema comunicacional”, como pretende reducirlo el oficialismo, sino un crimen ambiental acumulado. En un post ampliamente replicado, la activista recordó que la situación lleva años siendo silenciada, que ha costado vidas, y que solo gracias a la presión digital se consiguió romper el cerco informativo.
“Este silencio durante años ha costado enfermedades respiratorias y vidas”, escribió, mientras otros usuarios cuestionaban si el régimen tomaría alguna medida real, o si simplemente volvería a felicitar a los contaminadores por haber hecho “una proeza” en medio de la debacle.
Desde las ciberclarias —término que en Cuba designa a los perfiles falsos o reales que defienden al régimen en internet a cambio de acceso a internet o favores— se desplegó una ofensiva de halagos y hashtags para sofocar la indignación ciudadana. Cuentas como las de Yiganis Cruz y otros usuarios afines inundaron las redes de frases como “Ejemplo de compromiso revolucionario” o “Estos trabajadores son héroes”.
Mientras tanto, los moenses comunes siguen respirando el mismo aire viciado. No hubo informes médicos previos. No se distribuyeron mascarillas. No se anunció ningún tipo de compensación, mitigación o asistencia especial. Sólo discursos.
El daño está hecho, y lo único que ha quedado claro es que, en la Cuba actual, no se informa al pueblo por deber, sino por presión. Como apuntó un comentarista en Facebook: “¿Hubo que esperar que la noticia se hiciera viral para dar la cara?”.
Y esa es, quizás, la lección más amarga del caso Moa: si los vecinos no hubiesen subido sus fotos y videos, si los medios independientes no hubiesen replicado las denuncias, si las redes no hubiesen explotado, todo habría quedado enterrado bajo el mismo polvo rojo que cubre desde hace años las casas, los pulmones y las esperanzas de ese pueblo olvidado.
Solo ayer, nunca antes, el diario provincial Ahora dedicó un «reportaje» al asunto. Primero, «republicó» un texto aparecido en Cubadebate titulado «Ministerio de Energía y Minas aclara sobre aumento de emisiones en planta Ernesto Che Guevara de Moa», en el que se recogen algunas de las imágenes y comentarios oficilialistas incluidos en párrafos encima.
Luego, el joven periodista holguinero Jorge Fernández Pérez, le dedicó apenas 336 palabras a un asunto que, en teoría atañe a miles de sus coterráneos – a saber si a algún familiar – en el que se limitó prácticamente a resumir lo dicho por el Ministerio de Energía y Minas, y por la ya mencionada Yulieska, en un artículo donde la palabra «esclarecen» queda incluida de primera en el titular de una noticia que, ciertamente, no arroja luz ninguna sobre un asunto que lleva décadas afectando a una población entera. Ni un testimonio de un poblador, ni una foto del polvo negro dentro de las casas, ni una placa de pulmón. Nada. Una muestra fehaciente de lo que significa ser periodista en Cuba.
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