En la madrugada del domingo 27 de julio, Santiago de Cuba amaneció con el alma rota. En una modesta casa de la calle San Antonio, entre Moncada y Carnicería, un joven perdió la vida de la manera más dolorosa y, a la vez, más heroica posible. Donald Yordan Sánchez, conocido entre amigos como “Donatelo”, murió calcinado tras rescatar a su madre y a su pareja de un incendio provocado por un accidente doméstico en medio de un apagón.
Según reportes ciudadanos recogidos por Reporte Cuba Ya, el siniestro se desató alrededor de las 4:30 de la madrugada, cuando Donald manipulaba gasolina entre dos envases. En medio de la oscuridad total provocada por un apagón prolongado, una vela encendida era la única fuente de luz.
Bastó el vapor de la gasolina —una mínima distracción, un segundo fatídico— para que todo se incendiara. Las llamas tomaron fuerza con rapidez, devorando la vivienda antes de que los vecinos pudieran reaccionar.
Donald Yordan Sánchez, “Donatelo” para los suyos, murió como vivió: entregado a los demás.
Lo que ocurrió a continuación ha podido ser reconstruido a partir del testimonio ofrecido por familiares, amigos y vecinos de la barriada. Donald logró sacar a su madre, quien sufrió quemaduras en el rostro y otras partes del cuerpo, y también a su joven esposa. Pero él no logró salvarse.
No se sabe por qué, pero luego de salvar a ambas, buscando refugio, se encerró en el baño en un último intento de protegerse. Murió por asfixia y quemaduras. Tenía poco más de veinte años.
“Fue un acto de amor lo que lo mató”, resumió con dolor un vecino que presenció parte del suceso.
Horas después, su cuerpo seguía en el interior de la vivienda, mientras peritos del Ministerio del Interior iniciaban una investigación formal. Pero ninguna pesquisa podrá borrar la imagen de ese muchacho que, en plena oscuridad, eligió salvar antes que huir.
Amistades de la infancia, vecinos, antiguos profesores, compañeros de estudio y hasta desconocidos se han sumado al duelo. Historias de jugos de mango compartidos, tardes de repaso escolar, bromas adolescentes y confidencias sinceras se entremezclan ahora con los lamentos de quienes no logran aceptar la noticia. “No me esperaste, papo”, escribió su amiga Yessi Bueno. “Nos prometimos tomarnos hasta el agua de los floreros cuando yo regresara… ahora no sé cómo mirar a tu mamá a los ojos”.
Bueno, entre lágrimas, lo recordó como el compañero inseparable de los repasos, el que le llevaba jugos de mango durante su embarazo.
“Ahora acompañarás a tu papi, pero dejaste a tu mamá sola y eso sí es imperdonable”, expresó. Otros, como Lety Ferrera, revivieron… “Siempre tan alegre, cariñoso y jodedor”.
A su manera, cada post en Facebook es un fragmento del país. El dolor no se disfraza: se exhibe en palabras mal escritas, con rabia, con llanto, con impotencia. En los comentarios a la despedida que le dejó Brãyãn Mættëo —“mi negro, es algo devastador”— o en los lamentos de Marbelis Olivarez —“mi primito bello, no sabes cómo has dejado a tu mami”—, no hay consuelo. Solo la certeza de que fue una muerte que no debió ocurrir.
Si bien la muerte de Donald ha causado una oleada de dolor que se ha desbordado en redes sociales, con más de un centenar de mensajes de duelo inundan las redes, su muerte también destapó el grito de impotencia de una comunidad que no aguanta más, y también encendió la rabia contenida de miles de cubanos que reconocen en este incendio algo más que una tragedia doméstica. La causa del incendio parece absurda si no se conoce la precariedad que atraviesa el país.
“¡Miren lo que traen los apagones! ¡Muertes, tristezas, familias destrozadas!”, escribió Lisy Arias Milanés, vecina del barrio. “Hoy es él, mañana podrían ser más. No hay oscuridad que aguante más un cubano”. Otro mensaje, de Danila Mustelier, es una súplica desoladora: “Seguimos con estas situaciones peligrosas porque no queda de otra. La población va decayendo por deterioro mental y emocional”.
Porque Donald no murió solo por el fuego. Murió en la oscuridad, esa que se ha vuelto norma en un país desbordado de apagones y escasez. Su muerte no es accidente, es síntoma. Y su historia, más que un luto, es una denuncia viva.
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