Fue reina por un año y leyenda para siempre. Georgette Álvarez tenía 19 años, estudiaba arquitectura y deslumbró a Cuba entera desde una carroza en 1971. Trece meses después, un accidente apagó su vida. Hoy, vecinos y familiares reconstruyen su recuerdo desde el amor, la memoria y el dolor.
Hay nombres que se desvanecen con el tiempo. Hay rostros que desaparecen de las fotos, de los archivos, de los periódicos. Pero hay memorias —dolorosas, luminosas, obstinadas— que sobreviven al silencio, al olvido oficial, a las décadas. Georgette Álvarez Marante es una de esas memorias. Fue Estrella del Carnaval de La Habana en 1971, y murió apenas trece meses después. Tenía 19 años, estudiaba arquitectura en la CUJAE y, según cuentan quienes la conocieron, era la clase de muchacha que hacía que todos la amaran.
Su imagen —rescatada de un recorte de periódico y compartida recientemente en redes sociales— ha vuelto a encender el recuerdo colectivo. Cientos de comentarios se han acumulado en cuestión de días. Incluso, quien rectificó a Raúl Esteban Aguiar, la persona que compartió el recuerdo y la foto. Él había pifiado en el 2do apellido de la joven. Había escrito Morante, pero un vecino de la joven le rectificó.
Como ese, otra decenas de vecinos que crecieron junto a ella, compañeras de aula, curiosos, dolientes, y otras personas que no la conocieron pero que al leer la historia sienten un nudo en la garganta, comentaron la publicación. Y también están los testigos: los que fueron al sepelio, los que vieron su cuerpo vestido con el mismo traje azul con el que ganó el certamen, los que recuerdan los detalles que la Historia —con mayúscula— suele pasar por alto: su peinado dividido en dos, la casita de muñecas de su infancia, el llanto de todo un barrio paralizado por la tragedia.
Georgette vivía en 9na entre 84 y 86. Su madre, Tona, era profesora y presidenta del CDR. Su hermana, Antoinette, psicóloga. Eran conocidas en la zona, queridas. En su casa se celebraban las fiestas del 26 de Julio, los cumpleaños, las asambleas.
Antes de llegar a la CUJAE, Georgette había cursado la secundaria en Ciudad Libertad, donde era parte de un grupo activo de estudiantes que hacían excursiones a la playa, particularmente a la zona de “Patricio Lumumba”, actual Casa Central de las FAR. Más tarde, también fue alumna del preuniversitario de Marianao, donde dejó huella por su carisma y belleza natural. Su entorno escolar está lleno de recuerdos compartidos: desde quienes la vieron ensayar bailes hasta quienes compartieron con ella la emoción de una fiesta de quince en el Havana Yacht Club. Su paso por cada etapa dejó pequeñas marcas de luz que hoy resisten al tiempo.
Tenía apenas 19 años cuando fue elegida en un certamen que paralizaba la isla. Representaba a la FEU, a la Universidad de La Habana, y su triunfo fue celebrado en la televisión, en la radio y en los portales de cada barrio.
En una Cuba marcada ya por la solemnidad revolucionaria, la elección de la Estrella del Carnaval seguía siendo uno de los últimos espacios de fantasía, de juego, de belleza festiva. Cuando Georgette fue elegida en 1971, representando a la Federación Estudiantil Universitaria, muchos la vieron como una mezcla perfecta entre mérito y magia. No era solo bonita: tenía una luz.
Era, para muchos, la encarnación misma de la belleza cubana: luminosa, elegante, natural. Su peinado, cuentan, se volvió moda. Su vestido azul vitral quedó grabado en la retina de quienes la vieron desfilar en carroza por el Paseo del Carnaval. Su forma de saludar desde lo alto, su sonrisa sin artificios, su juventud: todo eso sigue latiendo en las voces de los vecinos que aún la recuerdan como si el tiempo se hubiese congelado en aquel 1971.
Según testigos de aquella edición, la elección fue el resultado de varias eliminatorias internas organizadas por la FEU, y Georgette representaba a la CUJAE. Una de las finalistas más recordadas fue Edna Rodríguez, de Ciencias Médicas. Otros relatos apuntan que Georgette también participó en un programa televisivo vinculado al carnaval, donde desfiló como representante del Ministerio de la Agricultura. Su presencia en pantalla, dicen, confirmaba la gracia y naturalidad que la habían convertido en favorita indiscutible del público, al punto de que muchos recuerdan cómo la mayoría de los televidentes coincidió con el fallo del jurado, algo poco común en ese tipo de concursos.
Pero en Cuba, incluso la belleza puede ser incómoda. El certamen fue cancelado en 1974 bajo presiones políticas.
Algunos dicen que la polémica empezó con la elección de Georgette. Que había otras más agraciadas, que su triunfo no fue bien visto por todos. Una mujer asegura que el entonces ministro de la construcción, Leví Farah, se enamoró de ella, la favoreció, dejó a su pareja por ella. Otra vecina responde que todo eso son chismes, que ella tenía su novio, y que la gente inventa demasiado. Pero ninguna de esas voces desmiente la tristeza, ni reduce la pérdida.

El accidente que acabó con su vida, ocurrió en Marianao, en la avenida 51 y calle 126, apenas trece meses después de ser coronada. Un camión la atropelló cuando regresaba de clases. Algunas versiones, quizás distorsionadas por la distancia, dicen que fue en una vega de tabaco, en un trabajo voluntario. Pero la mayoría coincide: volvía de la CUJAE, donde cursaba el primer año de arquitectura, sola, cuando la muerte la sorprendió a la mitad de una calle.
Su sepelio fue multitudinario, lleno de flores, de silencios, de vecinos que no entendían por qué se iba tan pronto alguien tan viva.
“Le pusieron el mismo vestido con el que ganó el certamen”, escribió una mujer que estuvo allí, “y el mismo peinado, una parte recogida y otra suelta, como a ella le gustaba”.
Un dato en el que pocos han reparado hasta ahora es que el accidente ocurrió la noche del sábado 11 de marzo de 1972. Según algunas versiones, el conductor del camión que la atropelló huyó de la escena, lo cual agravó aún más la consternación de los testigos y avivó la especulación sobre las circunstancias del hecho. Una maestra que estuvo en la zona habló del accidente en clase, y muchos aún recuerdan que hubo silencio oficial y muchas versiones distintas circulando entre la gente.
Su entierro reunió a cientos. La funeraria estaba repleta. Había agentes de seguridad, tensión, flores, y un aire que se cortaba con cuchilla.
Una mujer que hoy lleva su nombre, Georgete Iglesias, contó que su madre fue amiga íntima de la joven y que al fallecer, estando embarazada, decidió homenajearla nombrando así a su hija. El vínculo emocional con su familia no terminó ahí: su hermana Antoinette mantiene una hija que, según amigos cercanos, guarda un sorprendente parecido físico con Georgette. Su prima, Lissette Riera, la recuerda como “bella, dulce y cariñosa”, y evoca las veces en que la muchacha iba de visita a su casa, dejando siempre alegría a su paso. Detalles así convierten su recuerdo en algo íntimo, casi doméstico, como quien habla de alguien que aún vive cerca.
En los comentarios que hoy resurgen en redes sociales hay más que nostalgia. Hay una ternura viva, un duelo todavía abierto. Vecinos, compañeras de clase, primas, señoras que la vieron de lejos en una carroza; todas recuerdan su risa, su nombre poco común, su manera de caminar, su impacto.
Una mujer cuenta que, cuando peina a su nieta, le pregunta: “¿Quieres que te peine como Yorye?”, y al explicarle quién era, le dice: “Una reina de belleza muy linda que vivió en nuestra cuadra”. Otra recuerda cómo, con solo 8 años, seguía emocionada la transmisión del certamen en la televisión, y cómo el país entero parecía estar de acuerdo en que Georgette era la más bella. Más de cinco décadas después, muchos aún la reconocen al ver una vieja imagen. Porque hay memorias que se convierten en herencia, y hay mujeres que, incluso sin proponérselo, se vuelven símbolo de una época.
Georgette ya no está, pero en la memoria de su cuadra, de su generación, y ahora también de una nueva ola de cubanos que la descubren con asombro, sigue siendo la estrella. No solo del carnaval. De una época. De una Habana que, aunque a veces parezca olvidada, aún sabe recordar con amor.
Más de medio siglo después, una simple publicación ha devuelto a Georgette al centro del escenario, como si el telón nunca se hubiese bajado del todo. Las nuevas generaciones la descubren y se preguntan cómo es posible que no haya más fotos, más datos, más homenajes. Las mayores recuerdan. Y algunas lo hacen con una ternura feroz. “Todas querían ser Georgette”, escribió una mujer. “Cuando jugábamos en la cuadra a la Estrella y el Lucero, siempre me elegían a mí porque tenía el pelo largo, como ella”.
Hay muertos que no se van del todo porque el pueblo los resucita cada cierto tiempo con amor. Georgette Álvarez Marante, aquella estudiante de arquitectura, vecina de Marianao, reina de un carnaval que ya no existe, es uno de ellos. Quizás por eso su recuerdo resiste el paso del tiempo, como resisten los rostros que brillan apenas un segundo pero nos acompañan toda la vida.
Ahora, Raúl Aguiar nos ha devuelto su recuerdo y una foto, preciosamente restaurada, para que todos aquellos que la conocieron, y los que no, tengamos un referente de lo hermosa que era. Si está más interesado en conocer otras Reinas del Carnaval, acá les dejo con este resumen, con fotos, hecho por Rey González.
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