Magdiel Pérez fue durante años un rostro conocido de la televisión cubana. Presentador del Canal Habana y locutor con presencia habitual en los medios estatales, integró una generación de comunicadores que acompañó la programación informativa y de entretenimiento de la capital. Su nombre era reconocible para televidentes y colegas, y su carrera se desarrolló dentro del sistema mediático controlado por el Estado cubano, donde la visibilidad profesional depende, en gran medida, de la alineación con los discursos oficiales.
Esa trayectoria volvió al centro del debate esta semana tras una publicación del periodista Yosmany Mayeta Labrada, quien denunció el tono de un texto difundido por la página Habana Noticias, afín al oficialismo.
Según Mayeta, el mensaje intentó “recordar” a Magdiel Pérez subrayando que, tras emigrar a Estados Unidos, hoy trabaja en un Walmart, una referencia utilizada como insinuación de caída, fracaso o degradación personal. La reacción en redes sociales fue inmediata y masiva, con decenas de comentarios defendiendo la dignidad del trabajo y cuestionando la lógica con la que el aparato mediático cubano suele retratar a quienes abandonan el país.
La historia de Pérez no es, sin embargo, ajena a la controversia. Medios del exilio han señalado en diferentes momentos el papel de Magdiel como comunicador del sistema, recordando que no solo trabajó en Canal Habana, sino que también tuvo presencia en espacios radiales como Radio Rebelde y fue, durante años, una voz funcional a la narrativa oficial. Esa etapa de su carrera ha sido utilizada por sectores del exilio para reprocharle silencio político tras su salida de Cuba y para cuestionar la coherencia entre su pasado público y su actual discreción.
A diferencia de otros excomunicadores estatales que han asumido posturas abiertamente críticas o militantes desde el exterior, Magdiel Pérez ha optado por no pronunciarse públicamente sobre política. No ha hecho declaraciones de ruptura ni de respaldo al sistema que lo formó profesionalmente, una elección personal que divide opiniones. Para algunos, ese silencio es una forma de evitar responsabilidades; para otros, es simplemente la decisión de un emigrado que prioriza reconstruir su vida lejos del foco ideológico que marcó su carrera en la isla.
Por estos días ha estado muy al tanto sobre lo que sucede en la isla con el pasatiempo nacional: la pelota. Incluso se grabó un video en las afueras de un Walmart, hablando sobre el tema.
Lo verificable es que hoy Pérez trabaja en Walmart, como miles de cubanos que han emigrado y han debido insertarse en empleos alejados de su formación profesional original. El dato, convertido en munición simbólica por medios oficialistas, ha generado un efecto inverso: una oleada de mensajes que reivindican el trabajo honesto y comparan esa realidad con los salarios insuficientes y la precariedad estructural que empujan a tantos profesionales a emigrar.
La discusión en torno a Magdiel Pérez expone una tensión recurrente: el contraste entre el prestigio controlado que otorgan los medios estatales en Cuba y la libertad —con costos reales— que implica empezar de cero en otro país. También pone sobre la mesa una pregunta incómoda para el relato oficial: si emigrar y trabajar en Walmart es un “fracaso”, ¿qué dice eso de un sistema que no puede retener ni ofrecer condiciones dignas a quienes formó y promovió?
Más allá de simpatías o reproches, la historia de Magdiel Pérez funciona como espejo de un fenómeno mayor. El de profesionales visibles que, una vez fuera de Cuba, dejan de ser útiles como símbolos y pasan a ser utilizados como advertencia. O como prueba, según quién mire, de que el problema no es el trabajo que se hace, sino el país del que se sale.
Otro asunto a tener en cuenta es que Magdiel no ha estado, ni por asomo, en medio de tormentas tras su llegada. Al menos no con la intensidad que ha sufrido su colega Frank Abel, quien en las últimas horas fue arrestado en Oklahoma.
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