Un pino decorado con cientos de luces se ha vuelto la principal atracción nocturna de los transeúntes que pasan por el parque Fe Del Valle, en el capitalino municipio de Centro Habana.
El enorme y colorido árbol de Navidad resulta cuando menos una curiosidad para decenas de personas que aprovechan para tomarse fotos y compartirlas en sus redes sociales.
Aunque en estas fechas del año es un fenómeno completamente normal en cualquier país del mundo, la aparición de decoraciones navideñas en espacios públicos de La Habana apuntan al fin de una era de prohibiciones relacionadas con ese tipo de celebraciones que datan de finales de la década de 1960, cuando Fidel Castro decidió enterrar esa tradición.
En 1968, el año de la “ofensiva revolucionaria” que significó el fin de todos los negocios privados en Cuba, por muy pequeños que fueran, el gobierno también apuntó sus cañones contra cualquier tipo de celebración religiosa. Así acabó la Navidad.
Algunas familias continuaron reuniéndose durante esas fechas, aunque a escondidas, porque la sociedad se entregó ciegamente a los mandatos de su líder y cualquier vecino podía delatar a las personas que insistían en mantener lo que se consideraban “vicios del capitalismo”.
El siguiente quinquenio, gris para algunos y terriblemente más oscuro para otros, terminó de moldear una generación que recordaba con nostalgia y en silencio la Noche Buena y la Navidad, y que por miedo no compartía con sus hijos o nietos relatos de las épocas anteriores. Ahora se celebraba el primero de enero.
No fue hasta la visita del papa Juan Pablo II a la isla en 1997, que el propio Castro —por petición de Su Santidad— accedió a levantar las prohibiciones respecto a las celebraciones navideñas de la comunidad cristiana y convirtió en 25 de diciembre en un día feriado.
