Holguín amaneció el viernes 31 de octubre sin luz en la mayor parte de su geografía. Solo algunos centros estatales encendieron gracias a grupos electrógenos, mientras brigadas externas entraban a evaluar daños y a levantar postes caídos.
La promesa de restablecimiento paulatino ha sonado desde hace horas a futuro cauteloso y, de fondo, la Unión Eléctrica advierte que en todo el oriente la reparación de líneas de transmisión puede tomar, como mínimo, quince días.
Mientras los dirigentes cubanos llegan y se pasean por la provincia, simulando estar al tanto de todo, controlándolo todo y resolviéndolo todo, en los barrios, la cuenta es más concreta: neveras desconectadas, colas por hielo y una noche que no termina nunca.
La herida más visible del territorio quedó en la carretera Moa–Baracoa, donde un deslave se llevó un tramo completo de la vía y dejó seis comunidades incomunicadas. La descripción técnica impresiona: un socavón de más de 80 metros de largo y unos 30 de profundidad; la descripción humana es otra: quienes dependen de esa cinta de asfalto para llegar al médico, a la bodega o al trabajo hoy miran un tajo y esperan.
Mientras tanto, Cacocum exhibe el pulso de los rescatistas. Nuevas imágenes muestran un operativo de cinco horas que logró poner a salvo a 38 personas con apoyo de un vehículo anfibio. Es la parte de la película donde el Estado y los vecinos se mueven a la vez: un Consejo de Defensa que coordina, un soldado que carga a una anciana, alguien que aprieta contra el pecho una bolsa con papeles y medicinas.
El agua alcanzó incluso el Hospital Provincial, símbolo y termómetro a la vez. Salas inundadas, electricidad inestable, equipos en riesgo y personal drenando pasillos con escobas y bombas pequeñas. La visita oficial quiso fijar la idea de “vitalidad”, pero la escena dijo otra cosa: un sistema exigido al límite, sosteniéndose a ratos sobre generadores y voluntad. Si la salud es el último dique, en Holguín el huracán probó sus costuras.
Lo que queda en la retina, por último, es el registro ciudadano: un joven recorriendo avenidas con árboles vencidos, charcos largos como calles y postes como huesos al aire. Ese video, sencillo y frontal, cierra la discusión estadística.
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Más allá de inventarios y partes, Holguín luce hoy, a juzgar por los testimonios de rios desbordados y comunidades incomunicadas, como la provincia más golpeada, con infraestructura crítica dañada, poblados aislados, rescates en curso y un apagón que prolonga la emergencia.
Si en Cuba el oriente acostumbra a recibir primero, esta vez recibió también más fuerte. Habrá días para balances, pero las piezas ya están sobre la mesa: una red eléctrica devastada, rutas partidas, hospitales con agua adentro y comunidades que, a la espera del restablecimiento, siguen sosteniéndose entre vecinos, a pulso y a oscuras.



















