La escena se repite en demasiados barrios de Cuba: fiebre que no cede, articulaciones que crujen como bisagras viejas, sarpullidos tercos, familias enteras en cama. En medio de ese cuadro, la voz oficial insiste en que “donde aparece un caso, se fumiga”, y un periodista progubernamental se permite recomendar una “dieta ideal” a base de huevos, pescado, pollo, legumbres y queso fresco. La respuesta popular fue inmediata y furiosa: ¿en qué país viven? Porque en el país real, el de los apagones, la basura acumulada y las farmacias vacías, la gente junta monedas para paracetamol en el mercado informal y hace turno para que pase, con suerte, un fumigador que casi nunca llega.
Un post aparecido en las redes, escrito por el periodista entusiasta del socialismo cubano, Henry Omar Pérez, funcionó como chispa ante su alarde «manual de recuperación nutricional para pacientes de chikungunya».
No porque la idea de alimentarse bien sea incorrecta —nadie discute que el cuerpo necesita proteína, hidratación y micronutrientes para reparar tejidos y bajar la inflamación—, sino porque sugiere una normalidad inexistente.

Todavía lo dicho por Henry, que en ocasiones es muy similar a lo dicho por otros periodistas oficialistas podía sentirse como un irrespeto de un imberbe pichón de revolucionario; de esos que luego, desencantados, terminan recalando sus naves en el exilio; pero ya cuando se te cae una torre…
Así sucedió con el rostro más visible del parte sanitario, el doctor Francisco Durán. Un hombre que durante la etapa de la COVID-19 le disputó el título de la popularidad nacional al queridísimo Dr. José Rubiera. Ahora, Durán ha caído en desgracia al asegurar que “donde aparece un caso (de Chikungunya) se fumiga” y que las brigadas antivectoriales trabajan reforzadas con el apoyo de las FAR en provincias clave.
Bastaron horas para que las redes se llenaran de testimonios que desmentían esa película: Santa Clara sin un fumigador “hace más de tres años”, cuadras en Versalles, Santiago de Cuba, con nueve días de casos y cero control vectorial, Micro X en Alamar con varios enfermos y ninguna pesquisa. Lo que la gente ve, huele y padece contradice el guion.
El propio Ministerio de Salud Pública ya habría mentido, al reportar apenas 20 mil casos de chikungunya y reconocer que el 62% de los focos de Aedes aegypti se concentran en La Habana, Santiago, Camagüey y Villa Clara. La pregunta a pie de calle, en cada cuadra, es que hay casas donde todo el mundo ha caído enfermo, y esa cuenta se pasa ampliamente de los 20 mil.
Sin embargo, el problema es más grave aún, al menos con el doctor Francisco Durán García, otrora voz creíble del sistema sanitario cubano, que camina hoy por el filo de la desconfianza.
Ya desde el pasado miércoles 8 de octubre de 2025, durante su habitual informe epidemiológico, Durán aseguró que en Cuba “no hay fallecidos” por arbovirosis, que los hospitales no están colapsados, y que los cuatro pacientes hospitalizados por dengue —tres graves y uno crítico— eran el máximo pico crítico en la isla.
Al día siguiente, jueves 9 de octubre de 2025, centenares de cubanos se levantaron contra ese discurso en redes sociales y plataformas de noticias: “Doctor Durán, con respeto, deje de mentirle al pueblo”, fue la consigna recurrente. Testimonios desde Matanzas, Versalles, Pedroso y otros municipios relataron colapso hospitalario, casos sin atención, fumigación que nunca llega y muertes sin registro oficial.
En su comunicado, Durán confirmó la circulación de dengue en 12 provincias y 36 municipios, chikungunya en expansión y el virus Oropouche en 12 provincias también con 26 municipios afectados. A pesar de reconocer “alta demanda” en Matanzas, sostuvo que el sistema no había llegado al colapso. Sin embargo, los usuarios —médicos, familiares de enfermos, ciudadanos comunes— lo desmintieron de inmediato con relatos gráficos de hospitales sin analgésicos ni reactivos y días de espera para ser atendidos.
La brecha entre discurso oficial y realidad visible ha erosionado gravemente la credibilidad de Durán. Mientras una parte de la población escucha sus informes por costumbre o por hábito, lo hace cada vez con menos fe. Su autoridad, ganada durante la pandemia de COVID-19, se resiente ahora ante una crisis de arbovirosis que para muchos no se combate: se sufre.
Ello termina exponiendo una vez más el desnivel entre el discurso oficial – del que Durán y Henry Omar Pérez forman parte – y el terreno. Si los focos están allí, si la basura sigue allí, si el agua estancada sigue allí, ¿dónde están las brigadas, los equipos, los insumos? ¡¿Cómo que solo hay 20 mil casos!?
En paralelo al parte oficial, llegó la voz cruda de los enfermos. La escritora Adriana Ryukiyoi Normand describió doce días de una enfermedad que “pasa como un camión” por encima del cuerpo: fiebre, dolor en ojos y sienes, encías inflamadas, articulaciones de fuego, un prurito insoportable en los pies que por las noches no la deja dormir. Ella dice lo que miles intuyen: las cifras no cuadran; la magnitud del brote se mide en cuadras enteras, en familias completas postradas, en centros de trabajo semivacíos, no en un número que cabe en un cintillo.
Lo dicho por Adriana se semeja y mucho a lo dicho desde Cienfuegos por un viejo amigo que, al igual que todos en su casa, cayó enfermo con el Chikungunya. A pesar de ser una persona ágil, relativamente fuerte y siempre practicante de ejercicios, asegura que no podía pararse de la cama.
«La vez que lo hice no podía sostenerme en pie. No podía dar un paso. Me dolía todo. Me tiré hacia atrás y me volví a caer en la cama. Le pedí a mi sobrino (ya más recuperado, pues también contrajo la enfermedad) que me trajera una cubeta para orinar,» dijo.
Noel, que en el año 1989 se impactó en su moto Berjovina contra un camión de tiro de caña y estuvo varios días hospitalizado en Cienfuegos sin poder mover un dedo, con varias fracturas en su cuerpo dice que ahora se sentía peor.
«Hace unos días tampoco podía mover nada. Cuando el accidente no tenía mareos. Ahora sí. Es como si hubiese chocado contra el mismo camión no; como si me hubiese pasado un tren por encima».
Y agrega un detalle:
«A mi la inflamación en las articulaciones no se me quita.»
A ese relato íntimo se suma la precariedad estructural. Los hospitales saturados, las consultas abarrotadas, y el cuadro de siempre: no hay analgésicos, no hay antiinflamatorios, no hay antihistamínicos.
A la crisis epidemiológica se le añade entonces una crisis de confianza cuando, un hombre como el Dr. Durán, que durante la pandemia encarnó cada mañana la voz de un médico que transmitía seguridad y esperanza, cae en el descrédito, por dar a conocer datos que le chiflan al oído por, es lógico, Durán NO TIENE LA CERTEZA DE LO QUE LE ESTÁN DICIENDO. Cuando se dice que se fumiga y no se fumiga, cuando se promete control y el mosquito baila sobre bolsas de basura sin recoger, se erosiona la credibilidad que sostiene cualquier política pública de salud. La misma lección – o sayo – le sirve al revolucionario Henry Omar: cuando se ofrecen menús a base de proteína a una población que desayuna pan solo, si lo encuentra, se desacredita uno mismo.
Hay que decirlo con todas las letras: el brote no se resuelve con un post sobre queso fresco ni con una frase hecha sobre brigadas que nadie ve. Se resuelve reconociendo el tamaño del problema, alineando recursos, cortando la corrupción que muerde la cadena de suministros y devolviéndole a la ciudadanía la sensación de que hay alguien al volante. Porque hoy la sensación dominante es la de un tren que te pasa por encima, mientras desde la ventanilla del poder aseguran que la vía está despejada. Y ese desajuste, esa mentira útil para el parte, es una herida más difícil de curar que la fiebre.





