La autopista de Santiago de Cuba amaneció el martes como un diagrama perfecto del caos: una grúa volcada, un segundo choque a los pocos minutos y una vía colapsada a la altura del poblado de Santa Elena. Testigos coincidieron en el origen del desastre: una brigada de la empresa eléctrica habría detenido sus vehículos en plena vía para labores de rutina sin colocar señalización previa. La combinación de una curva, velocidad y cero advertencias terminó con la grúa cruzando la jardinera central y varios ocupantes trasladados de urgencia al hospital.
El incidente no cerró ahí. Con la grúa atravesada y sin que se desplegara tampoco un cerco de tránsito para desviar vehículos, un carro militar que subía hacia el aeropuerto intentó esquivar el obstáculo, se salió de la carretera y chocó contra otro auto estacionado. Dos choques en cadena con un patrón común: ausencia de prevención (señalización) y una respuesta tardía para asegurar la vía. Todo por la falta de neuronas y sentido común.
En dos post publicados por el periodista independiente Yosmany Mayeta, los vecinos pusieron nombre a la sensación dominante: “locura”.
Entre los primeros comentarios, usuarios reclamaron que “en el mundo normal se ponen señales varios metros antes del trabajo”, y cuestionaron que “quienes controlan el tránsito” aparezcan con rapidez para multar, pero no para cerrar un tramo peligroso.
Otros apuntaron a responsabilidades compartidas: “Los choferes creen que son aviones; con precaución no se impactan tan fácil con un obstáculo”. También emergieron dudas factuales que las autoridades deberían despejar: si la grúa pertenecía a Copextel —como se dijo inicialmente— o a otra entidad estatal; si se trataba de equipos de la UNE o de ETECSA; y si en el vehículo viajaban siete personas, como afirmaron testigos, o solo dos, como alegó otro comentarista.
La geografía tampoco estuvo exenta de confusiones, pero ese detalle es menor: algunos ubicaron el siniestro “en la carretera del Caney”, otros insistieron en “Santa Elena, autopista hacia el aeropuerto”.
Más allá de las discrepancias, el cuadro que se repite es estructural, pues sucede donde quiera: obras en carretera sin conos ni avisos a 50 metros, brigadas que trabajan “a camisa” y ausencia de cierres temporales cuando hay obstáculos sobre el asfalto.
La precariedad material —falta de señalización, equipos y combustible— se mezcla con la indolencia operativa y una cultura de “resolver” que expone a conductores y peatones, donde la ausencia de los llamados «dos dedos de frente», sabe Dios si por el bajo consumo de Omega3 o qué cosa, provoca estas cosas.
Mientras no haya protocolos claros y cumplimiento efectivo, cada reparación en autopista será una ruleta rusa. Y cada mañana, un parte de lesiones que pudo evitarse con dos dedos de frente y tres señales de precaución, que a veces se logran con un palo y una camisa, o alguien que se para delante y hace señales antes de una curva.





