Episodios de la historia. Los indios (y los británicos también) lo tenían claro: no querían nada en Cuba

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La historia a veces no deja lecciones. Otras veces las lanza en voz alta. Como cuando un grupo de migrantes punjabíes, famélicos y derrotados, llega al puerto de Liverpool para pedir que los dejen volver a casa. Cuba no era el lugar.

El episodio de los doce punjabíes que arribaron exhaustos a Liverpool en 1926, tras una travesía decepcionante por Cuba, fue una especie de señal histórica invisible hecha pública: muchos indios, advertidos o no, terminaron entendiendo mucho antes que los propios cubanos, que la isla caribeña no era destino, sino trampa.

Esa percepción encaja con otra más antigua: en 1762, durante la Guerra de los Siete Años, los británicos ocuparon La Habana y, apenas un año después, decidieron devolverla a cambio de La Florida. Una transacción imperial que parecía dejar claro que, incluso en su momento de máximo esplendor azucarero, Cuba no era una apuesta lo suficientemente segura para los intereses del Imperio.

Un siglo y medio más tarde, ese instinto fue ratificado por otra vía. Tras la abolición de la esclavitud, las plantaciones cubanas se quedaron sin mano de obra esclava, y comenzaron a circular propuestas para traer trabajadores indios desde las colonias británicas en el Caribe. Pero la idea encontró una firme resistencia desde el propio gobierno colonial en la India.

“Slavery still continues there under another name”, escribió en 1881 el Home Department al Secretario de Estado para la India, al referirse a Cuba. Las autoridades británicas consideraban que la isla tenía un historial inhumano con los esclavos africanos y los trabajadores chinos, y que sus plantadores “no eran aptos para ser buenos amos de los coolies”.

A pesar de las advertencias, algunos indios migraron igual, muchos desde lugares como Trinidad, Jamaica o incluso directamente desde Panamá, tras trabajar en la construcción del canal. Y lo que encontraron en Cuba fue miseria, vigilancia diplomática y desilusión.

El gobierno británico comenzó a recibir con frecuencia pedidos de repatriación. Algunos migrantes caían en trampas de contratistas, otros eran rechazados por las leyes migratorias de Estados Unidos o Canadá, que impedían el paso de ciudadanos indios. En 1925, un diplomático en La Habana telegrafió al Gobierno de la India para pedir autorización para repatriar a un grupo: “Están absolutamente destituidos… y aquí no existen fondos de caridad”.

En medio de esa historia olvidada, el artículo del escritor Ajay Kamalakaran, publicado recientemente en Scroll.in bajo el título Why Indians were discouraged from migrating to Cuba in the early 20th century, aporta detalles reveladores. No solo documenta la estrategia de vigilancia diplomática británica sobre los migrantes indios en la isla, sino que recuerda que Cuba también fue vista por los servicios de inteligencia como un posible foco de agitación revolucionaria, especialmente por la presencia del movimiento Ghadar. Algunos de sus militantes fueron arrestados y deportados desde plantaciones cercanas a Guantánamo.

Hoy, la ironía histórica es brutal. Cuba, que fue vista por los británicos como un destino desaconsejable, y por los indios como una pesadilla tropical, es ahora una nación de origen para miles de personas que hacen el camino inverso. Ya no llegan a la isla para soñar con Norteamérica; ahora huyen de ella con ese mismo sueño. Mientras algunos migrantes del pasado quedaron atrapados en La Habana esperando entrar a Estados Unidos, los cubanos de hoy recorren Centroamérica a pie, cruzan el Darién o esperan en la frontera sur de Texas.

Tal vez por eso, al repasar estos episodios, cuesta no ver el paralelo como una advertencia que viaja en el tiempo. Los británicos ocuparon Cuba y la soltaron. Los indios la evitaron o la abandonaron. Hoy, los cubanos la abandonan también, aunque por razones más duras, más íntimas y menos diplomáticas.

La historia a veces no deja lecciones. Otras veces las lanza en voz alta. Como cuando un grupo de migrantes punjabíes, famélicos y derrotados, llega al puerto de Liverpool para pedir que los dejen volver a casa. Cuba no era el lugar. Y no porque les faltara el sueño, sino porque ya otros lo habían soñado y despertado a tiempo.

O tal vez, porque tenían luz larga y podían ver y predecir el futuro.

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