Dicen que es injusto medir con la misma vara a todo el mundo pero, cuando se habla de las misiones médicas cubanas, la mayoría de los cubanos, que son a fin de cuentas los que de verdad conocen y sufren el drama que se vive en la isla, saben que el testimonio ofrecido por una doctora cubana pudiera ser facilmente el 80% de todos los demás que se pudieran recoger. Si es que todos los médicos cubanos pudieran hablar en libertad.
Una doctora cubana de 47 años, con dos décadas de experiencia profesional y dos especialidades médicas en su haber, ha ofrecido un duro testimonio a Martí Noticias sobre lo que verdaderamente significa formar parte de una brigada médica internacionalista: “Una experiencia traumatizante”. Sin medias tintas, asegura que no hay ni rastro de solidaridad o humanismo en esos programas que La Habana promueve con bombos y platillos.
“Mi motivación para enrolarme fue puramente económica. Después de veinte años de médico, con dos especialidades, no podía sostener a mis hijos, alimentarlos, vestirlos”, contó. Desesperada, se vio obligada a tomar una de las decisiones más dolorosas: separar a su familia para poder sobrevivir económicamente. “Sentados los cuatro en la mesa —mis hijos tenían 16 y 19 años— tomamos la decisión de separarnos para mantenernos”, relató con evidente angustia.
Pero más allá del drama familiar, la doctora denuncia el verdadero rostro de estas misiones: un negocio entre gobiernos.
“No hay una necesidad real en los países que nos reciben. Están llenos de médicos, muchos formados incluso en Cuba. Esto no es más que un negocio entre un gobierno que exporta fuerza de trabajo barata y otro que la acepta para mantener a raya los salarios de sus propios profesionales”.
Además, recuerda que para muchos colegas, la misión es la única vía de escape. “Siendo médico especialista estás regulado. Nunca vas a poder salir de Cuba por tu cuenta. La misión es el único puente”.
«Esto no es más que un gobierno haciendo negocio con su fuerza de trabajo», dijo la doctora cubana Aleida Hernández Lara, expulsada de una de esas misiones médicas de La Habana
Este testimonio desmonta el discurso oficialista de “misiones altruistas” y plantea preguntas incómodas: ¿es ético lucrarse con la desesperación de profesionales formados por el Estado? ¿Puede llamarse «solidario» a un sistema que obliga a sus médicos a separarse de sus familias para poder sobrevivir.
Ni siquiera las misiones médicas a Italia, en las que se dice que los profesionales de la salud cubanos que allí van cobran el ciento por ciento de su trabajo son altruistas. Tampoco cobran el dinero íntegro, pues como quedó desmontado en un trabajo publicado por Cubanet, los médicos cubanos están obligados a, luego, enviar una parte del salario a la comercializadora cubana.
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Todo esto, con sus matices de más o de menos, lo saben miles de cubanos. Lo supo desde siempre la familia del enfermero pinareño Reinaldo Villafranca, a pesar de que su muerte, mientras cumplía misión en África combatiendo el Ébola, fue descrita por los medios oficiales como «la de un héroe que entregó su vida altruistamente por la salud de los demás». Cuando la familia ofreció declaraciones al medio independiente OnCuba, en las que enfatizó que Villafranca había ido exclusivamente a África para mejorar su situación económica, y expuso con fotos las condiciones paupérrimas en las que vivía, de inmediato se levantó todo un ejército cibernético, no para desmentir la familia, que fue «visitada», sino para denostar al periodista que escribió la nota.
Lo sabe también «Maydelis», doctora cubana que, sin casa en La Habana, se fue a Venezuela durante ocho años, para poder tener en el medio básico que le prometieron, una vez que le fuese asignado a su regreso, todo lo indispensable para vivir.
Oriunda de un pueblo recóndito en la geografía cienfueguera, esta fue la solución «digna» que encontró esta doctora cubana y que, a la postre hasta «vendió», si se pudiesen contabilizar las loas que dio en la televisión nacional a la «Revolución que me dio la tarea de ir al hermano pueblo de Venezuela».
«Laura» y «Yaneth», también se fueron para Venezuela. La segunda, por tener casi lo mismo que Maydelis. La primera, «por escapar de mi madre, que me tenía la vida hecha un yogourt, metiéndose en todo».
¿Altruismo? Sí, ¡cómo no!