En Cuba, el talento deportivo es un arma de propaganda, pero no una garantía de bienestar. El Instituto Nacional de Deportes (INDER) controla todo: salarios, viajes, entrenamientos, residencias. Pero quienes se quedan reciben migajas y viven al borde del abandono. Mientras, los que viajan saben que la única salida verdadera es quedarse.
En la Isla de la Juventud, el boxeador Alfredo «El Pulpo» Duvergel —conocido por su historial deportivo— fue visto recientemente vendiendo habichuelas en la calle. Esa imagen, relatada por testigos locales, simboliza el abandono institucional. No hay un sistema que proteja al atleta una vez que su carrera competitiva termina.
El INDER en el territorio se apresuró rápido a prevenir las críticas. Mostró al boxeador en su carrito, y hasta expuso palabras presuntamente dichas por él. Así y todo lo mostró, cultivando en el campo; algo que no hace por deleite espiritual precisamente, sino por necesidad.
Algo que, reconozcámoslo, no se hizo en Matanzas, donde el exbasketbolista integrante de la Selección Nacional, Félix Morales, fue visto en la calle, jaba en mano, luchando qué comer.

Excelente en su juventud, olvidado después. Nunca fue beneficiario del sistema, y ha terminado en la informalidad o la invisibilidad mediática.
Para contrastar y no terminar como Morales, hay quienes optan por marcharse antes de que la desesperanza los alcance. Jóvenes atletas como Diosel Rondón, Daril Lois González y Jorge Félix Prent, del balonmano, abandonaron la delegación en Francia; una decisión que refleja el desencanto con el sistema deportivo cubano. Ahora, solo tras ocho meses, pudieron firmar con clubes europeos.
Sin embargo, hay casos extremos en que ni siquiera es necesario desertar: Marcos Belén Pileta, un pelotero santiaguero, firmó un contrato con los Guardianes de Cleveland por un bono de 110.000 USD y, tras cobrarlo, regresó a Cuba junto a su madre. Ni se despidió. Belén se convertirá probablemente en jugador de la Serie Nacional.
Su caso es un caso atípico, si bien la historia se repite con los Indios de Cleveland (con anterioridad a él lo hizo el pitcher espirituano Roberto Hernández). Es otro giro hacia la supervivencia. Un fenómeno que ilustra también, con su particularidad, cómo algunos jugadores usan «la oportunidad extranjera» – entiéndase dólares – como salvavidas financiero.
¿Por qué lo hacen? Bueno, esa es una respuesta harto conocida aunque con matices.
La dictadura deportiva de Cuba impone salarios ínfimos a los atletas: los medallistas olímpicos solo reciben el equivalente a 62 USD al mes, incluso si ganan oro. Los panamericanos reciben aún menos, y entrenan en instalaciones en ruinas, sin suplementos y sin libertad para negociar contratos.
Sobre «la mala alimentación» habló a finales de junio de este año, Raúl Trujillo, el entrenador histórico de Mijaín López. Ahora, Trujillo ha sido premiado con un carro usado, con llantas desgastadas y golpes visibles, pese a años viviendo en un albergue oficial y a su legado forjando medallistas olímpicos.
Él mismo se describió entrenando a su pupilo en una discoteca improvisada tras el cierre del gimnasio oficial de Cerro Pelado, y declaró que algo tan básico como el “recuperante” (algún suplemento energético) se ha vuelto difícil de conseguir: “En mi época era azúcar prieta. Hasta eso ahora está difícil”, expresó.
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Dicho así, todo esto, parece que se tratan de decisiones tomadas al calor de acontecimientos puntuales y deportivos, pero no. El caso del halterista cubano Ramiro Mora, quien fue rechazado del equipo por tener familiares con postura opositora y terminó trabajando en un circo británico, ejemplifica cómo el deporte se convierte en herramienta de control político, según recoge el diario El País en julio 2024.
Precisamente ese férreo control político, que condiciona los estímulos que se le dan a los deportistas, es lo que ha provocado una migración masiva de talentos. Gente que no se quedó a esperar si le daban un carrito golpeado y con neumáticos gastados como a Raúl Trujillo. Tan solo entre 2020 y 2021, más del 70 % de las deserciones del INDER fueron de peloteros, muchos desertaron durante torneos en México o Centroamérica y nunca regresaron a la Isla.
Tras las Olimpiadas de París 2024, el declive deportivo de Cuba es evidente. La delegación más pobre en medallas desde Múnich, apenas nueve preseas. Luego de un 5to lugar histórico en Barcelona 92. Ese descenso no es casual. Se debe a la falta de prioridad política, la fuga de entrenadores y el éxodo de atletas que buscan dignidad y futuro en otros países.
Aunque algunos regresan a Cuba tras fichajes millonarios —como Pileta—, esos escenarios quedan en manos de los que entienden cómo usa el régimen las ganancias: un jugador no trae dólares para su bienestar, trae dólares para sostenerse. Muchos con «negocios» que a la larga ayudan a la estructura estatal.
Así, la realidad es clara: quien se queda recibe poco o nada; quien viaja sabe que debe quedarse para que valga la pena. Y solo unos pocos usan el deporte como trampolín hacia una vida digna fuera de Cuba. El resto, entrenan, ganan, padecen y luchan solos.





