Si el «bloqueo» de Estados Unidos fuera la raíz de todos los problemas de Cuba, como asegura el régimen, entonces el muro de contención de Luciano López Betancourt ya estaría construido, el poste de alta tensión en Cabaiguán no estaría al borde del colapso, y los trabajadores de Correos de Cuba habrían recibido su jaba sin pagar un centavo. Pero no. Los cubanos, incluso en las páginas del oficialista Juventud Rebelde, siguen denunciando los mismos males de siempre: burocracia sin fin, instituciones ineficientes y la indiferencia absoluta de los responsables.
Las historias aquí recogidas fueron publicadas en la columna Acuse de Recibo del periodista José Alejandro Rodríguez, quien a diario se hace eco de las quejas de los ciudadanos sobre problemas que, lejos de tener relación con el embargo, son el reflejo de un sistema que ni resuelve ni responde.
Veinte años de papeles y promesas vacías
Luciano López Betancourt lleva dos décadas peleando para que el gobierno le deje construir un muro que evite que su casa siga inundándose con aguas albañales en Santiago de Cuba. En 2005, la demolición de una vivienda colindante dejó su hogar vulnerable, y desde entonces ha estado atrapado en un laberinto burocrático digno de una novela de Kafka.
En 2018, Luciano elevó su queja al mismísimo Consejo de Estado y de Ministros. Lo mandaron al Gobierno Provincial, que lo remitió al Gobierno Municipal, donde su expediente comenzó a acumular polvo. En 2019, Planificación Física aprobó el terreno necesario, pero con un error: solo le concedieron un metro cuadrado en lugar de los 12.11 requeridos. Y así empezó el calvario de trámites sin fin, resoluciones mal redactadas y abogados que, en lugar de resolver, le recomiendan buscar otro abogado. ¿Es esto culpa del «bloqueo» o de la incompetencia crónica de la administración cubana?
El poste de la muerte
En Cabaiguán, Sancti Spíritus, un poste de alta tensión amenaza con desplomarse sobre las casas de una cooperativa agrícola. Desde noviembre de 2024, los vecinos han enviado quejas y advertencias, pero la Empresa Eléctrica parece estar esperando a que ocurra una tragedia antes de mover un dedo. Marlenis Gil Magdaleno, una de las afectadas, ha escrito directamente a los máximos dirigentes del sector eléctrico cubano. ¿Realmente hace falta que un ministro intervenga para que la empresa eléctrica de un municipio haga su trabajo?
El agua llega… cuando quiere
Mientras tanto, en Boyeros, La Habana, los residentes de El Trigal viven en un sorteo constante: algunos días les toca agua, otros no. El problema está diagnosticado: una válvula mal manipulada que impide que el agua suba hasta las casas ubicadas en una elevación. La solución parece sencilla, pero en Cuba, hasta lo más básico se convierte en una batalla sin fin. Alicia Ramos Vila ha enviado quejas a todas las instancias posibles. ¿Ha servido de algo? No. Y mientras, los vecinos siguen esperando que se dignen a girar una válvula.
Correos de Cuba: ni utilidades ni jaba
Luis Maikel Del Amo Laza es cartero integral en La Habana. En junio de 2024, la administradora de su unidad les ofreció a los trabajadores una alternativa para las utilidades del primer trimestre del año: en lugar de dinero, recibirían una jaba con víveres y productos de aseo. Todos aceptaron. Pero en diciembre, cuando fueron a recoger su jaba, se encontraron con una sorpresa: tenían que pagar 1,500 pesos. Luis se negó y, como castigo, no recibió ni su jaba ni su dinero. Desde entonces, ha reclamado a los directivos de Correos de Cuba, pero nadie responde.
Estas historias, todas recogidas en el lapso de una semana en la columna Acuse de Recibo de Juventud Rebelde, dejan claro que los problemas cotidianos de los cubanos no tienen nada que ver con el embargo estadounidense. El verdadero «bloqueo» que sufren es interno: una maraña de burocracia, desidia y corrupción que impide que las soluciones más simples se lleven a cabo. Si el régimen quiere culpar a alguien, que mire primero dentro de sus propias oficinas, donde los expedientes se pierden, las soluciones se dilatan y los ciudadanos quedan atrapados en un sistema que, lejos de servirles, los aplasta.
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