El rescate de los perros Chuza y Sultán tras la explosión del Saratoga

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Chuza y Sultán son dos sobrevivientes de la tragedia del Saratoga. Son dos perritos que fueron sepultados por los escombros cuando parte de la edificación se vino abajo afectando las viviendas aledañas donde residían estos animalitos con sus familias humanas. Son dos vidas por las que los rescatistas apostaron y salvaron, y que luego los otros rescatistas, los especializados en animales, atendieron para hacerles pasar el estado de shock en que se hallaban tras dos días atrapados.

Cuando sucedió la explosión, los voluntarios de las organizaciones civiles que se dedican a proteger animales en La Habana y a abogar por sus derechos, se mantuvieron alertas. “Que todos estén pendientes, puede haber animales heridos y asustados bajos los escombros”, explica el grupo Protección Animal SOS (PASOS) en un testimonio publicado por el blog de su organización homóloga Cuba en Defensa de los Animales (CEDA) en su blog.

“A pocas horas de pasado el derrumbe, ya teníamos los contactos de los desaparecidos que tenían perros en los apartamentos desplomados tras la explosión del Saratoga. Una voluntaria los había compartido, por si alguien veía deambulando a los animales heridos. También sabíamos los nombres de los perritos y que, con algo de suerte, podían ser encontrados”, detalla el testimonio.

El domingo 8, en la tarde, Sultán y Chuza ven de nuevo la luz tras dos jornadas traumáticas de oscuridad, encierro y polvo. Las manos de los rescatistas que no se detuvieron durante más de una semana, los sacaron de entre los restos. La Cruz Roja contactó a PASOS para buscar hogares temporales para los animales.

La voluntaria identificada como Glenda comenta que ese día “estaba aquí en la casa con mis niñas durmiendo el mediodía y veo un anuncio que ponen en el grupo de PASOS sobre alguien que pudieran ir a recoger y asistir al perrito recién rescatado. Yo no perdí el tiempo. Llamé a una amiga y le dije que iba a recoger el perro. Y nada, me monté en el carro y salí para allá”. Entonces solo conocía de Chuza, mascota de Juan Carlos.

La mujer cuenta que mientras se acercaba al área del desastre, por WhatsApp “me van escribiendo porque no sabía todavía a quién tenía que ver una vez estuviera en el lugar. Fue en el camino, que me enteré de que no era un perro, sino dos. Me pasan el contacto de la persona y dónde estaban, pero era muy difícil llegar hasta ahí en el auto. Entonces, parqueé a más de ciento cincuenta metros. Llamé al muchacho y me fue a recoger al punto de policías, él habló con el de tránsito y me autorizaron a pasar, por lo que pude entrar más cerca”.

Glenda confiesa que “tenía miedo por dentro de mirar el edificio, no quería, por esa razón me concentré en ir a la carpa donde estaban los rescatistas de la Cruz Roja. Me presentaron y me dijeron que los perros estaban en la parte del Parque de la Fraternidad, donde está la hierba. Vi que allí estaban los familiares y los perros Chuza y Sultán. Hablé primero con un amigo de la señora Consuelo, que era la dueña de Sultán. Le expliqué por qué estaba allí y me dijo que no había problema, que me llevara al perro, intercambiamos teléfono y me dio las gracias por la labor que hacemos”.

La rescatista contactó entonces con “los hermanos de Juan Carlos, quien era el dueño de Chuza, me pareció gente muy buena, estaban tristes y nerviosos, también intercambiamos teléfonos. Luego fui a donde estaban los animales y entonces le dimos agua, alguien vino con una cajita, comieron la carne, y le pedí al rescatista que estaba conmigo y a otro que tenía a Chuza que me acompañaran a llevarlo al carro. En ese momento había decido quedarme con Chuza en casa y estaba coordinado en el grupo para buscar un hogar de tránsito a Sultán”.

Los animales fueron de inmediato trasladados a la Clínica de 18, en el Vedado, donde el veterinario Bryan estaba listo para atenderlos. “Recogí una amiga en camino que me ayudó muchísimo, era difícil estar yo sola con los dos perros y estaba muy nerviosa”, comenta Glenda. “El veterinario vio primero a Sultán, estaba tímido, pero no tenía ningún daño físico, estaba bien y luego fue sintiéndose más cómodo, se fue relajando porque al principio estaba tenso. En el caso de Chuza, tenía una lesión, un músculo en la pata izquierda. Luego caminamos un poco para que se relajaran y es cuando me avisan en el grupo que la nieta de la señora Consuelo, había dicho que llevara a Sultán a su casa en La Habana Vieja”.

Glenda cuenta cómo enseguida “Sultán reconoció al nieto de la señora Consuelo, daba brincos enormes y ese momento fue hermoso, porque ambos se alegraron en verse. Conversé con ellos, hablamos del otro perro que tienen en la casa”, y luego siguió camino con Chuza. “Es una perrita muy cariñosa, tranquila, la tuve conmigo hasta el día 10 de mayo que me llamó la familia de Juan Carlos, que ya estaban listos para recibirla. Fui tempranito para allá, me recibió Vicente, el hermano de Juan Carlos, su mamá y la esposa de Vicente, son gente muy buena, hablé muchísimo con ellos de los animales que habían tenido, como ellos trabajaban en el Acuario y los veterinarios del Acuario los ayudaban con sus animales. Todavía nos mantenemos en contacto regularmente”.

CEDA y PASOS llaman la atención en el texto sobre los pocos recursos con que cuenta el sistema veterinario cubano, desprovisto de equipos para ultrasonidos, rayos x, analítica, ambulancia y medicamentos para dar primeros auxilios. Todo esto es “aun un sueño”. Aun la clínica de Carlos III, abierta las 24 horas, no está lista para tratar a los animales en estado crítico. “Esta situación también existe en las provincias y los municipios del resto de Cuba, donde tan siquiera las clínicas veterinarias estatales trabajan los sábados y los domingos. Los casos de urgencias son tratados por veterinarios particulares, quienes en muchas ocasiones diagnostican sin tener de base resultado de laboratorio o ultrasonidos”.

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