Ni chinos ni rusos solo: al parecer también hay que enfocarse en los griegos

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Mientras Cuba sigue mirando hacia socios tradicionales que ya no pueden —o no quieren— sostenerla, una noticia aparentemente menor abre una ventana distinta. Grecia y Cuba avanzaron en diciembre de 2025 hacia una cooperación estratégica en materia turística, a partir de un encuentro impulsado por la Federation of Hellenic Associations of Travel & Tourist Agencies (FedHATTA) junto a representantes diplomáticos y del sector turístico de ambos países. El objetivo declarado es sencillo: aumentar los flujos de viajeros, abrir rutas, promover intercambios culturales y convertir esa relación en una vía de crecimiento real para las dos economías.

Visto desde La Habana, el movimiento merece más atención de la que suele recibir. No se trata solo de turismo, sino de qué tipo de socios busca Cuba en un contexto de aislamiento, sanciones y agotamiento de los viejos respaldos geopolíticos. Grecia no es China ni Rusia. No promete rescates macroeconómicos ni créditos opacos. Ofrece algo más modesto, pero quizá más sostenible: acceso a un mercado europeo específico, redes privadas de agencias, intercambio cultural y cooperación sectorial concreta.

La apuesta griega pasa por promover destinos y experiencias de ambos lados. Para Grecia, vender su patrimonio clásico, sus islas y su marca mediterránea en el Caribe. Para Cuba, reinsertarse en circuitos europeos a partir de su capital cultural, sus ciudades patrimoniales y su atractivo histórico. En ese intercambio hay una diferencia clave respecto a otras alianzas: aquí no se habla de geopolítica dura, sino de infraestructura turística, conectividad aérea y mercado real.

Uno de los puntos más relevantes del acuerdo citado por Travel & Tour World, es la exploración de nuevas rutas aéreas, incluso vuelos directos entre Atenas y La Habana. En un país donde cada conexión internacional cuenta, reducir escalas y costos no es un detalle técnico, sino una condición para que el turismo vuelva a moverse. A eso se suma el interés por el turismo cultural y educativo, un segmento menos dependiente del “todo incluido” y más compatible con la identidad cubana.

También hay una lectura económica clara. Para Cuba, diversificar el origen de los visitantes europeos es una forma de reducir vulnerabilidad. Grecia, a su vez, opera como puerta de entrada a un turismo europeo que busca destinos “no obvios”, fuera de los circuitos saturados. No es casual que FedHATTA —una federación privada, no un ministerio— esté en el centro de la iniciativa: el empuje viene del mercado, no del alineamiento ideológico.

El énfasis en sostenibilidad refuerza esa lógica. Turismo responsable, respeto al entorno, beneficios locales: palabras repetidas muchas veces, pero que aquí funcionan como marco para una cooperación de menor escala y mayor realismo.

En un momento en que Cuba insiste en mirar hacia grandes potencias que ya no responden, la señal griega sugiere otra ruta posible. Menos épica, menos dependencia, más pragmatismo. Tal vez el futuro no esté en buscar nuevos padrinos, sino en construir alianzas funcionales. Y en ese mapa, los griegos parecen una apuesta más sensata de lo que a primera vista parece.

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