A Lili Paola Moliner la pudieran llamar “la Madeleine McCann cubana”, pero basta seguir el rastro de su caso para entender que la comparación sirve, más allá de que las niñas tenían la misma edad el día que desaparecieron y las circunstancias de su desaparición – cercana a una playa, ambas – sobre todo para mostrar un abismo: el que separa la respuesta de un Estado europeo con cooperación internacional, presión mediática y fiscalías coordinadas, de la de un régimen como el cubano, que ha optado por el silencio y la opacidad.
Lili Paola, conocida en los reportes como Lali, tenía tres años cuando desapareció entre el 25 y el 26 de febrero de 2024, en el entorno de Bahía y Cojímar, en La Habana del Este. Esa fue la última vez que la vieron junto a su madre, Teresa Moliner Bosa, de 24 años. Un día después, el 27 de febrero, el cuerpo de Teresa apareció cerca de la costa de Cojímar, mientras de la niña no había rastro.
La familia ha contado una y otra vez la misma secuencia: a Teresa y a la niña las vieron juntas, algunos testigos mencionan un carro azul pero sin certeza, y desde entonces nadie sabe dónde está Lili Paola. Parientes como Rosana de Cuba y Betisley Larrow han descrito el limbo en el que viven: no duermen, no celebran cumpleaños ni Día de las Madres, no han podido ni llorar a Teresa con la angustia de no saber qué pasó con la niña. “La Policía no nos da información”, resumieron en declaraciones a la prensa independiente.
Organizaciones como el Observatorio de Género de Alas Tensas y Yo Sí Te Creo en Cuba han incluido el caso de Teresa entre las muertes que requieren acceso urgente a la investigación policial, y recuerdan que Lali Paola es, hasta donde se conoce, la persona más pequeña desaparecida en Cuba. Han alertado además de que la niña es alérgica y asmática, lo que hace aún más crítica la falta de información sobre su paradero y condiciones de vida.
Mientras tanto, el Estado cubano no ha activado ningún mecanismo público de búsqueda: no existe un sistema de alerta tipo Amber, no hay ruedas de prensa, no se difunden retratos hablados ni protocolos claros sobre qué se está haciendo. El caso se mantiene vivo solo gracias a familiares desesperados y a medios y plataformas independientes que actualizan lo poco que consiguen saber. OGAT recuerda que, en general, las desapariciones de mujeres y niñas en Cuba se gestionan sin protocolos eficaces, con una policía sin recursos y sin un sistema de alertas que movilice a la población.
A pesar de todo lo que cacarean en eventos sobre la niñez y la infancia, algunos de los cuales organizan en Cuba, es evidente que el Estad cubano trabaja paupérrimamente mal.
La comparación con Madeleine McCann expone el contraste que más bien pudiera llamarse DESASTRE, si miramos todo lo mal que se hace con el caso de Lili Paola.
La niña británica desapareció en 2007 en Praia da Luz, Portugal, y casi dos décadas después sigue siendo objeto de una investigación activa con cooperación entre Portugal, Reino Unido y Alemania. Scotland Yard abrió su propia operación, se creó un fondo millonario, se montó una campaña internacional, los padres fueron recibidos por el Papa y por líderes políticos, Netflix produjo una serie documental, y en 2025 las autoridades portuguesas y alemanas volvieron a registrar zonas vinculadas al principal sospechoso, Christian Brückner, con radares y dispositivos especializados, se puede leer en Wikipedia donde hasta una página existe dedicada específicamente a ese caso que siempre, siempre, fue de interés para la policía.
Nada parecido existe para Lili Paola. No hay fiscalías extranjeras exigiendo información, ni cooperación policial transnacional, ni fondos específicos, ni búsqueda técnica reabierta año tras año. Ni siquiera dentro de la isla. Lo que sí hay es una familia que ha tenido que ir hasta la Oficina de Atención a la Población del Consejo de Estado para suplicar que no abandonen el caso, mientras la prensa oficial calla y la única constancia pública está en notas de medios independientes y en alertas como las de OGAT y Alas Tensas.
Alas Tensas tiene documentado además, e hizo referencia a ello hace apenas unas horas en su página de Facebook, la desaparición de otra menor de edad: Maydeleisis Rosales, la niña que dio nombre a la Alerta Mayde que usan las activistas de los Observatorios, para designar la desaparición de una menor de edad.
Llamarla “la Madeleine McCann cubana” puede ser útil como imagen para explicar a audiencias externas la gravedad de una niña de tres años desaparecida sin respuesta estatal a la altura. Pero la principal diferencia entre ambos casos no está en las niñas, sino en los países que las buscan. En Europa, con todos sus errores, las instituciones se ven obligadas a rendir cuentas; en Cuba, Lili Paola sigue siendo, sobre todo, el retrato de una ausencia: la de una niña, y la de un Estado que debería estar agotando cada recurso para encontrarla.



















