Después de 40 días en una cárcel de ICE, este camionero cubano residente en Miami fue deportado a México

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Este cubano llegó a Estados Unidos siendo un adolescente. Cometió un delito, pagó su deuda con la sociedad, se reinsertó adecuadamente, formó una familia, un trabajo estable como camionero, reportando dinero al gobierno cada año, y sin más delitos en su contra fue detenido en Miami y deportado a México, porque Cuba se negó a recibirlo.

La historia de este cubano encaja en un patrón que organizaciones como Amnistía Internacional y expertos de Naciones Unidas han denunciado: deportaciones a terceros países donde los expulsados carecen de vínculos, sin garantías plenas de debido proceso ni de seguridad, en el marco de una política pensada para hacer más fácil, rápida y visible la expulsión masiva de migrantes.

Josue Rodríguez Pérez pasó de ser un camionero con años de trabajo en Estados Unidos a convertirse en un deportado sin país claro al que llamar suyo. Su historia, reconstruida por el medio estadounidense WyoFile, comenzó a torcerse en julio, cuando se presentó, como tantas otras veces, a una cita rutinaria con Inmigración para renovar su permiso de trabajo. Allí mismo fue detenido por agentes de ICE, señala el profile de su caso reseñado en la plataforma citada.

Rodríguez había llegado a Estados Unidos en los años 90, huyendo de Cuba junto a su padre. Ambos obtuvieron residencia legal y construyeron una vida en Florida. Una década más tarde, un accidente de tráfico y una cadena de malas decisiones lo llevaron a prisión en Luisiana por un delito grave. Cumplió sentencia, salió en libertad, se rehabilitó, se casó y se subió a la cabina de un camión para recorrer el país como chofer profesional. Durante años no tuvo nuevos cargos en su contra, destaca WyoFile.

Sin embargo, aquel viejo antecedente penal había dejado una grieta en su estatus migratorio. Mientras las autoridades cubanas se negaban a aceptar la mayoría de los deportados desde Estados Unidos, gobiernos anteriores habían optado por dejar a personas como él en una especie de limbo legal: no eran ciudadanos, pero tampoco eran prioridad para expulsarlos. Con la llegada de la nueva administración de Donald Trump, esa tolerancia se acabó. Las políticas de “deportaciones a terceros países” abrieron la puerta para sacar del territorio estadounidense a extranjeros cuyos países de origen no los recibían.

Tras su detención, Rodríguez fue trasladado de un centro de ICE a otro, en Florida, Texas y Colorado, hasta terminar 40 días en la cárcel del condado de Natrona, en Wyoming, alquilada por el gobierno federal para encerrar a inmigrantes en espera de expulsión. Él describe ese periodo como “un infierno”: lejos de su esposa y de su familia, sin claridad sobre su futuro y sin siquiera comparecer ante un juez de inmigración que revisara su caso.

Sobre su estancia en distintas cárceles, nos habló WyoFile en un reportaje publicado en Youtube que podremos escuchar aquí debajo.

Temiendo una detención indefinida, finalmente firmó un documento aceptando ser deportado a un tercer país. La elección no fue suya. En septiembre, agentes lo subieron a un autobús rumbo a la frontera y lo dejaron del lado mexicano, en un país donde no tenía familia, papeles ni redes de apoyo. Las autoridades mexicanas le dieron una comida caliente, una ducha y un papel que le permitía permanecer solo unos días. Después, quedó a su suerte.

Hoy comparte un pequeño apartamento en Cancún con otros cubanos deportados en circunstancias similares. No está de vacaciones: perdió el camión en el que había invertido sus ahorros, ya no puede entrar a Estados Unidos y vive pendiente del teléfono, esperando noticias del hermano enfermo de cáncer al que quizás no vuelva a ver. Su esposa lo ha visitado unos días, pero, con trabajo y familia en Florida, mudarse a México no parece una opción realista.

La historia de Rodríguez encaja en un patrón que organizaciones como Amnistía Internacional y expertos de Naciones Unidas han denunciado: deportaciones a terceros países donde los expulsados carecen de vínculos, sin garantías plenas de debido proceso ni de seguridad, en el marco de una política pensada para hacer más fácil, rápida y visible la expulsión masiva de migrantes.

Desde Cancún, el cubano dice que intenta no pensar demasiado, caminar mucho para no deprimirse y aferrarse a la pequeña comunidad de compatriotas con la que comparte techo. “Nos cuidamos unos a otros”, resume. Su esperanza, todavía remota, es que un futuro gobierno en Washington revise los casos como el suyo y les devuelva, al menos, la posibilidad de volver legalmente al lugar donde construyeron su vida.


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