Apagones y derrumbes caracterizan la infraestructura colapsada de la «smart city» cubana: La Habana

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La Habana vuelve a vivir esa sensación que ya es familiar: caminar por una ciudad que se cae mientras un discurso oficial insiste en llamarla moderna y la aupa en sendas publicaciones refrendadas en Cubadebate y Granma.

Esta vez el choque es más evidente porque, mientras se anuncian nuevos parques solares, cooperación china y promesas de “duplicar la potencia” de la termoeléctrica Antonio Guiteras, lo que realmente vive la gente son apagones de más de diez horas, fugas de gas, desplomes en hospitales y crematorios que colapsan bajo la demanda.

En Centro Habana, una avería en el sistema de gas manufacturado dejó a miles de vecinos durante días resolviendo con hornillas eléctricas que, irónicamente, tampoco funcionan cuando llega el apagón. En la calle, algunos se reían para no perder la costumbre: “Está buenísima la combinación: sin gas, sin corriente y sin dinero para pedir comida”. Nadie se sorprende; la sorpresa murió hace años.

El Hospital Calixto García, en cambio, sí logró sorprender. O más bien, impactar. Parte de un techo se vino abajo de madrugada, obligando a mover a los pacientes como si fueran fichas de un tablero al que ya le faltan casillas, reportó Martí Noticias, que además publicó imágenes. No hubo muertos, pero pudo haberlos. La explicación oficial fue la misma de siempre: humedad, deterioro, falta de mantenimiento. Nada que el país no supiera.

En paralelo, la Unión Eléctrica anuncia cada día cifras que parecen más partes de guerra que notas informativas: déficit de 1 285 megawatts, déficit de 1 475 megawatts, déficit que ya ni necesitan números para entenderse. El país sabe cuándo viene un apagón por el silencio con que respira el barrio antes del golpe.

Y sin embargo, mientras el país entero juega a adivinar cuántas horas de oscuridad tocan, otro relato circula: el de la “smart city”. Un proyecto que muestra renders digitales de una Habana limpia, ordenada, verde, eficiente. Una ciudad que no existe ni siquiera como aspiración real porque su contraparte es la ciudad tangible: la de los huecos en el pavimento, los postes quemados, los apagones programados, los hospitales rotos y los crematorios con listas de espera.

El colapso del servicio funerario fue quizás lo más simbolico de esta etapa. Ver a familias esperando días para cremar a un ser querido, o debiendo trasladarse a otros municipios, le dio al país una imagen muy concreta de su propia vulnerabilidad. Algo peor que la precariedad es la imposibilidad de despedirse.

Y si eso sucede en hospitales y funerarias, en los cementerios no podía ser menos.

Mientras tanto, desde China llegan anuncios de nuevos parques solares conectados a la red. La promesa es siempre la misma: “Ahorraremos combustible”. Pero las cuentas no dan. La gente no espera milagros; espera que no se les derrita la comida en el refrigerador.

La verdadera “smart city” cubana existe solo como artificio narrativo: una maqueta virtual sostenida por un poder que no acepta que el país está en su peor momento energético en décadas. La Habana real sigue ahí, con sus sombras, sus ruinas, su olor a cables quemados cuando vuelve la electricidad de golpe. Una ciudad que funciona por hábito, no por diseño; por resistencia, más que por planificación.

Y aun así, en la terraza de cualquier edificio, alguien sigue prendiendo una bombilla aunque sea por veinte minutos, como si ese gesto mínimo defendiera la idea de que la ciudad todavía tiene algo que ofrecer.

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