Mientras en Cuba una madre era viral por abusar de su hija, en Miami sucedía esto, muy similar con estos hispanos

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Un video que apareció en las «redes cubanas» que mostraba a una mujer en Ceballos, Ciego de Ávila, golpeando con una vara a su hija de unos diez años, provocó una indignación inmediata en todo el que lo vio. Y si eso fue triste… en Miami, dos historias distintas convergían en tiempo en el mismo problema.

En el caso ocurrido en Cuba, a las pocas horas, medios independientes informaron que la policía detuvo en Holguín a la madre, identificada como Elizabeth González Díaz, y a su pareja. El caso agitó un país ya exhausto y reabrió una discusión siempre pospuesta: qué protección real tienen los menores cuando la violencia ocurre puertas adentro. La secuencia —viralización, repudio, arrestos— quedó documentada por reportes que sitúan el origen en Ceballos y confirman la intervención policial tras la ola de denuncias públicas.

Aun sin reproducir imágenes, la descripción alcanza para entender el impacto: un acto de maltrato sostenido que expone la fragilidad de los mecanismos de alerta temprana. En Cuba, donde las redes a menudo suplen silencios institucionales, fueron usuarios, activistas y periodistas quienes empujaron la respuesta de las autoridades. Ya se reportó el arresto de la madre y el padrastro horas después de que el material circulara por X, Facebook e Instagram como pólvora.

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Ese empuje de la opinión pública, sin embargo, no borra la pregunta de fondo: cuántos episodios similares no llegan a ser grabados ni denunciados.

Una opinión que, duele decirlo, está dividida. Hay quienes son fieles al libro y aquella añeja enseñanza de que «la letra con sangre, entra». Gente que, por ejemplo, consideran que gran parte de los problemas de educación que tienen los jóvenes actualmente es que la generación que los trajo al mundo no son como la que los trajo al mundo a ellos, que «los corrigieron» con cintazos, chuchazos, chancletazos, manguerazos y suizazos, desde temprano. Es decir: gente que cree que está bien, que es correctivo y que enseña y educa, golpear a un menor. Gente que incluso agradece a la maestra que, en la escuela, le dio un reglazo, un cocotazo o le dio un halón por la oreja y lo llevó hasta la pizarra para abochornarlos delante de sus compañeritos. Estudios modernos de psicología han demostrado hasta la saciedad que la violencia como método de «enseñanza», no es ni pedagógicamente correcto, ni moralmente ni éticamente correcto tampoco.

Y si en Cuba sucedía eso con una niña, mientras tanto, en Miami, dos historias que no subieron a las redes y no fueron virales, no diferían mucho de la primera.

En la primera, un reporte policial llevó a la detención de la hispana Anni Gomez, de 29 años, acusada de abuso infantil y negligencia.

Según WSVN, la mujer habría golpeado a su hijo de nueve años y dejado sin supervisión durante horas a otros dos menores, de siete años y tres meses, en su apartamento de Northwest 7th Street. El niño de nueve fue trasladado al Jackson Memorial Hospital, donde le diagnosticaron un ojo amoratado, moretones y excoriaciones; el parte también recoge el testimonio del menor, quien afirmó que su madre lo golpeaba “a diario” y “con el teléfono en la cabeza”.

La investigación se activó tras un episodio insólito: de acuerdo con la denuncia, Gomez había ido a comprar tamales y terminó pidiéndole a la vendedora que se quedara de niñera; al negarse, la madre dejó al niño y se marchó en un Uber. La policía localizó luego a los otros dos hijos en la vivienda.

En la segunda historia, la peor de todas si pudiera decirse y no bastara la atrocidad de las dos primeras contadas, también ocurrió en el sur de la Florida, donde la policía de Miami Beach detuvo a Osvaldo Diaz. Díaz, de 68 años, fue denunciado por una menor de 11 años que nadaba en la piscina del Radisson Resort de Collins Avenue.

El parte de arresto, citado por WSVN, indica cargos de “burglary with assault or battery” y “lewd and lascivious battery on a child between 12 and 16”, después de que el hombre presuntamente toqueteara a la niña; al intentar huir, fue seguido por el padre hasta un hotel vecino, mientras seguridad avisaba a la policía.

El espejo entre ambos lados del Estrecho de la Florida es brutal, útil, y tiene en la mira a los hispanos en la Florida. En Cuba, la reacción social empujó a las autoridades a actuar tras la evidencia difundida en redes; en Miami, el sistema responde a partir de un reporte policial y protocolos asentados, desde el traslado médico del menor hasta el aseguramiento de la escena y la custodia de sospechosos de origen hispano y a juzgar por las facciones de sus rostros, muy probablemente cubanos, aunque este detalle no ha sido oficialmente revelado.

Hay, además, un hilo común que no conviene perder: sin testigos que hablen, sin vecinos que llamen, sin medios que documenten y sin instituciones que se muevan, estas historias quedan en el rumor. En Cuba, la detención de la madre y el padrastro llegó después de que el video se volviera tema nacional; en Miami, la detención de Diaz se logró porque la familia reaccionó de inmediato, señaló al sospechoso y se coordinó con seguridad del hotel hasta que llegó la policía. Que los dos desenlaces incluyan arrestos no garantiza justicia, pero aporta algo imprescindible: detener el daño y poner a salvo a los menores.

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