El día que Rikimbili, rompiendo montes y ciudades, dio una disertación de inglés en Las Vegas. ¿Qué quería? Entérate aquí

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La escena arranca como arrancan las mejores travesuras: sin aviso y en la esquina menos solemne posible. Gasolinera de Las Vegas, 2017. Fluorescentes zumbando, neveras con refrescos, un dependiente que lleva horas viendo pasar turistas de todo tipo y de todas las nacionalidades; y un anuncio de Krispy Kreme que dice que venden una docena de doughnuts (donas) a 9.99 u.s.d.

De pronto, por la puerta, entra Carlos Vázquez —Rikimbili para la historia— con “El Nene” y Jorge Díaz al lado. Riki avanza con su “caminao característico”, ese que él mismo anuncia como quien baja telón: “rompiendo montes y ciudades”, listo para improvisar una cátedra. Tema del día: inglés práctico aplicado a la vida real. Objetivo específico: “comprar cigarro”.

Jorge encuadra el teléfono, El Nene se afila desde un costado, y el maestro echa mano a la riñonera para buscar dinero. Jorge Díaz le pide que hable con el dependiente. «El Nene» le dice: «Comunícate», y Rikimbili, luego de negarse con un gesto, toma la palabra con la naturalidad del que domina un idioma… propio.

He need cigars… pero uno en específico: Popular. Y así se lo anuncia al dependiente: «Popular, Cuba». Jorge Díaz, solemne, intenta rebajar la chanza y aplicar solemnidad al momento, explicándole al dependiente de la gasolinera qué es lo que quería su amigo.

Cada sílaba del «Riki» es un golpe de efecto. El dependiente parpadea. El Nene muerde la risa. Jorge no aguanta y filtra el primer jadeo. En treinta y tantos segundos, Riki levanta un sketch entero sin utilería ni guion, apenas con esa brújula suya: convertir el disparate en una brújula más precisa que una gramática.

Sin proponérselo siquiera, llegamos al viejo truco de Rikimbili, perfeccionado en tablas y estudios, desde aquellos días en “Chivichana” junto a Ulises Toirac, cuando el país entero aprendió que no hay tregua contra la solemnidad si Riki anda suelto: provocar la risa.

Su inglés no pretende engañar a nadie; pretende algo más difícil: ponernos de acuerdo en la bobería compartida, ese lugar donde el cubano de a pie entiende que la comunicación es, antes que nada, voluntad. Si no me entiendes, me invento un verbo. Si no existe, lo inauguro. “Popular, Cuba, Tiene», repite. Solo le faltó decirle al dependiente «Mi socio.” Este último, ya advertido por Jorge Díaz de lo que quería «Rikimbili», dice que ese cigarro él no lo tiene, que le gustaría tenerlo, pero que incluso no tiene otro que es más «popular» aún que el popular, al menos en los Estados Unidos: Camel.

Es imposible no ceder. Hay carcajadas que no son risa: son convenio. Todo el local queda matriculado en el curso intensivo de “Rikenglish 702”, o tal vez «Rikenglish 725» , donde su “yea-yea-yea” al dependiente, cuando este dijo «popular», es un conector universal y el sustantivo se trastoca en adjetivo y risa pública.

La gracia, claro, no es solo fonética. Es la estampa del querido humorista cubano; la anécdota que queda grabada en video por Jorge Díaz, para evitar que Rimimbili luego la niegue. Es su manera de recordarnos que, en el humor, el acento no se aprende: se vive. Uno entiende por qué la gente en los comentarios se desternilla de la risa con la malicia compartida.

Y si uno escucha debajo del relajo, aparece la otra capa: la crónica del emigrante de gira, el cubano que prueba su suerte en el inglés con la misma irreverencia con que probó chistes en Coppelia, en el Karl Marx o en un solar, en un taller, o en la televisión, en el programa de mayor rating en su momento. Por eso funciona en Las Vegas: es el humor como salvoconducto de una historia entre tres jodedores cubanos.

El episodio dura menos de un minuto y suponemos que «Rikimbili» igual que entró, “rompiendo montes y ciudades”, dejando atrás un dependiente estupefacto. ¡Solo le faltataba la bandana roja en su cabeza!

Al final, uno entiende que el “cigarro popular” no era el pedido, sino el pretexto para la risa y vivir ese momento, pues de sobra los tres sabían que ni en Las Vegas, donde hay de todo, lo encontrarían. Lo verdaderamente popular fue la complicidad que se armó en esa gasolinera, breve, barata y perfecta, donde el inglés de Rikimbili —ese inglés— dijo mucho más que cualquier disertación.

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