Un jurado federal en Fort Pierce, Florida, declaró culpable a Ryan Routh, de 59 años, por intentar asesinar a Donald Trump durante una ronda de golf en West Palm Beach en septiembre de 2024. Minutos después de escuchar el veredicto, Routh tomó un bolígrafo del estrado e intentó clavárselo en el cuello dentro de la sala.
Routh, quien enfrenta cadena perpetua, no pudo consumar su autolesión pues, afortunadamente los alguaciles lo redujeron de inmediato. Además, por suerte, el bolígrafo (por cuestiones de seguridad) era flexible y no le causó lesiones.
La jueza Aileen Cannon fijó la sentencia para el 18 de diciembre, señala AP News y tras ello el Departamento de Justicia celebró el fallo como una señal de tolerancia cero ante la violencia política. En un comunicado, altos cargos señalaron que tratar de silenciar a un candidato es “un ataque a la república” y prometieron perseguir a quienes lo intenten, dentro o fuera del país.
Trump, por su parte, dijo desde Nueva York que “el caso fue bien manejado” y que “no se puede permitir que pasen cosas así”, agradeciendo a la jueza y al jurado.
Durante el juicio —en el que Routh se representó a sí mismo— la fiscalía sostuvo que el acusado pasó semanas planificando el ataque: viajó para reconocer el terreno, usó teléfonos desechables y colocó un rifle detrás de la vegetación junto al hoyo 6, a la espera de Trump.
Un agente del Servicio Secreto lo avistó antes de que el expresidente entrara en la línea de tiro; cuando Routh apuntó hacia el agente, éste respondió con disparos. Routh dejó caer el arma y huyó sin apretar el gatillo. Fue arrestado poco después gracias a un testigo que vio a un hombre escapar y lo identificó desde un helicóptero policial.
ABC News reseña por su parte cómo el jurado lo halló culpable de cinco cargos: intento de asesinato de un candidato presidencial, posesión de arma de fuego para cometer un delito violento, asalto a un agente federal, posesión de arma y municiones siendo convicto, y posesión de un arma con número de serie borrado. En sus alegatos, Routh aseguró que nunca quiso matar a nadie y subrayó que “si el gatillo no se accionó, no hubo delito”, argumento que los jurados rechazaron tras deliberar por pocas horas.
El caso se juzgó apenas dos meses después de otro atentado contra Trump en Butler, Pensilvania, donde un tirador alcanzó a rozarle la oreja antes de ser abatido por un francotirador del Servicio Secreto. Para la fiscalía, el intento frustrado de Routh buscaba “silenciar las voces y los votos” de los estadounidenses; citando a Thomas Jefferson, los fiscales dijeron al jurado que “nadie decide una elección de esa manera”.
El perfil del condenado —un exobrero de la construcción, con antecedentes por armas y robos, y autoproclamado líder de mercenarios— se reconstruyó durante el proceso con testigos que lo ubicaron tratando de enrolar combatientes para conflictos en el extranjero.
Pese a esa trayectoria, Routh ejerció su derecho a no declarar y llamó solo a tres testigos (un perito de armas y dos de carácter). La escena final en la sala —el intento de autolesión y su salida esposado— puso un cierre abrupto a un juicio que, más allá del espectáculo, deja una conclusión inequívoca: la justicia consideró probada una tentativa de magnicidio en plena campaña presidencial.





