No pintaba nada bien el panorama para Cuba, pero el polvo del Sahara desapareció a un probable y futuro huracán

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El pasado viernes, los pronósticos abrían la puerta a que una onda tropical en el Atlántico diera el salto a ciclón en pocos días; momento ese en el que el National Hurricane Center (NHC) vigilaba una amplia zona de baja presión en el Atlántico oriental asociada a una onda tropical.

En su parte de las 2:00 a.m. EDT, el NHC le asignó un 60% de probabilidad de convertirse en depresión en 48 horas y un 90% en los próximos siete días. El sistema —identificado como AL91— se movía lentamente hacia el oeste, entre 5 y 10 millas por hora, y el CNH aseguraba que, de mantener la organización podría estar cerca de las Antillas Menores a mediados o finales de la próxima semana. Un tipo de aviso temprano que no definía trayectorias, pero sí que obligaba a mirar el mapa cada día.

Los meteorólogos advirtieron que septiembre siempre abre una “ventana” más favorable para el desarrollo en el Atlántico profundo: aguas suficientemente cálidas, pulsos convectivos activos y señales de una posible transición hacia La Niña que, de consolidarse, reduciría los vientos que desgarran a los ciclones jóvenes. No son certezas siempre, pero sí piezas que encajan en un patrón más activo.

Para Cuba, el riesgo —todavía hipotético— pasaba por un escenario en el que la perturbación cruzase el arco de las Antillas y encontrase calor oceánico abundante en el Caribe occidental, un corredor donde la intensificación puede acelerarse si la estructura se consolida.

Con el Caribe en su mira probable, el escenario para Cuba era de vigilancia: mar cálido, trayectorias hacia el oeste y la memoria reciente de sistemas que se organizan de la noche a la mañana. Para Florida, la lupa se colocaba en el balance entre la dorsal del Atlántico y cualquier debilidad que permitiese ganar latitud hacia el Golfo o el Estrecho.

Sin embargo, entre sábado y domingo, una lengua de polvo del Sahara —aire seco y caliente— invadió la zona, elevó la cizalladura y desarmó la convección. La onda se quedó en chubascos dispersos y el “futuro huracán” no pasó de amenaza. Hoy, lunes 8 de septiembre, el Caribe occidental amaneció más estable: bochorno, calima y chaparrones puntuales, pero sin señales de organización tropical cercana.

Ese polvo africano no fue una anécdota: es una masa muy seca y cargada de partículas que viaja a miles de kilómetros sobre el Atlántico, en una cinta que sale del Sahel y cruza hacia el Caribe. Cuando esa lengua alcanza a una onda tropical, le bebe la humedad, calienta las capas medias y corta el ascenso de nubes profundas. A la vez, puede reforzar vientos en altura que desgarran la convección. El resultado es conocido: cielos blanquecinos, sol atenuado, mucha calina y truenos lejanos que no terminan de cuajar en sistemas organizados.

En tierra, el episodio se sintió en lo cotidiano. La sensación térmica apretó, las alergias respiratorias asomaron en quienes son sensibles al polvo y el horizonte quedó lavado. En la costa norte el mar se mantuvo relativamente tranquilo y la lluvia fue más caprichosa que generosa; en el sur, entre rachas y nubes bajas, el calor mandó. No resolvió los apagones, pero sí cambió la conversación del fin de semana: de un posible ciclón a la nube invisible que lo borró del mapa.

La lección es simple y útil: la temporada no camina en línea recta. Septiembre y octubre siguen siendo los meses de mayor riesgo para Cuba, y el Atlántico central conserva aguas muy cálidas que pueden volver a encender la maquinaria.

Esta vez la isla ganó tiempo gracias al polvo sahariano y a una cizalladura oportuna. Mañana, si esa protección se diluye, el guion puede moverse de nuevo. Por ahora, queda la vigilancia serena y un titular que se sostiene sin grandilocuencia: el polvo del Sahara desapareció a un probable y futuro huracán.

Lo paradójico no pasó desapercibido: otras veces, la llegada del polvo del Sahara se siente como un castigo —ojos irritados, sed, una película de tierra sobre los carros— y se convierte en tema de queja nacional. Esta vez, en cambio, funcionó como cortafuegos meteorológico. Molestó, sí, pero a cambio deshilachó la amenaza. En una temporada que no da tregua, no es poca cosa que el mismo polvo que incomoda haya sido el que desarmó al “huracán que venía”

Recuadro | ¿Qué es la Capa de Aire Sahariano (SAL)? La SAL es una masa de aire muy seco y cargado de polvo que se origina sobre el Sahara y cruza el Atlántico empujada por los alisios. Viaja a varios kilómetros de altura con una inversión térmica que estabiliza la atmósfera. Suele intensificarse entre junio y agosto, aunque puede extenderse a septiembre.

Sus efectos más visibles son la calima, cielos lechosos y atardeceres más rojos; en personas sensibles puede agravar alergias y asma. Meteorológicamente, la SAL reduce la humedad relativa en capas medias, calienta el aire, y puede aumentar la cizalladura vertical del viento: tres factores que dificultan la convección profunda y, por tanto, la organización de ciclones tropicales. No suprime toda la lluvia, pero tiende a fragmentar y debilitar las tormentas. Cuando esa lengua de aire se diluye o se aparta, las ondas tropicales recuperan humedad y pueden organizarse con rapidez.

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