Entrevista de Willy Chirino con Enrique Santos despierta pasiones y decepciones

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El 4 de agosto, el Enrique Santos Show (iHeartRadio/YouTube) estrenó una conversación de 76 minutos con los cantantes cubanos Willy Chirino y Osmani García que, al unirse a la reedición urbana de “La Noche Perfecta”, activó mucho más que la nostalgia: puso a prueba la tolerancia política del exilio cubano y reavivó un viejo dilema sobre inmigración, identidad y memoria histórica. El propio Santos lo reconoció al día siguiente en su pódcast: “No todos pensamos igual, pero callar por miedo no es libertad”.

Lo cierto es que la entrevista no era una entrevista política propiamente dicha. De hecho, comenzó con una broma típica —“¿Es cierto que te pusimos un banquito para que le llegaras al hombro a Willy?”—; pero sí, luego se llegó a la confesión política sin anestesia, de lo que hablaremos luego.

Uno de los pasajes que no ha destacado la cobertura inicial —centrada casi exclusivamente en la frontera— es el testimonio de Osmani García sobre la represión cultural en Cuba. Relata cómo su familia instalaba una baranda en el pasillo de la cuartería de Párraga para que ningún vecino oyera los casetes de Chirino, pues escucharlo podía costar cárcel o pérdida del trabajo. Santos subraya que la censura era tan severa que mientras Celia Cruz o Gloria Estefan estaban vetadas, “por Willy ibas preso”. Ese detalle ilustra por qué, 45 años después, la colaboración entre ambos artistas tiene carga generacional: un niño que arriesgaba todo por una canción ahora canta con su ídolo en Miami.

La charla también regala color local: rumores de un tatuaje oculto que Chirino desmiente con humor (“si lo tuviera lo diría, a esta altura me resbala”) y el debate estético sobre dejarse las canas o decolorarse el pelo. Son pinceladas que humanizan a los protagonistas y explican por qué la entrevista acumuló más de 1 millón de visualizaciones combinadas en 48 horas, según las métricas del propio canal.

Chirino recordó además que la perseverancia fue decisiva cuando Raphael lo hostigaba por teléfono en 1992: “Si no me escribes la canción, me planto en tu casa”. De esa insistencia nació “Escándalo”, éxito que llegó al Top 10 latino de Billboard y consolidó al cubano como compositor global.

Política migratoria en Estados Unidos. El pollo del arroz con pollo en una entrevista

Sin embargo, lo que parecía un reencuentro musical terminó convirtiéndose en un debate político que, en menos de 48 horas, se apoderó de las redes sociales y de los portales de la diáspora cubana, pues durante la entrevista, Chirino —exiliado desde niño por la Operación Pedro Pan y considerado un símbolo del exilio cubano— hizo declaraciones sobre la política migratoria de EE. UU.

Todo el escándalo parte del momento en el que Chirino declaró: “Castro vació cárceles y manicomios y los mandó por el Mariel; fue un desastre y Carter era el presidente”; para luego lanzar su cifra más polémica: “Biden dejó entrar a 21 millones de personas que tú no sabes de dónde son”, comparando – en la mente de muchos – la situación actual, generada a partir de un éxodo masivo a través de la frontera, con aquel suceso ocurrido en 1980. El contraste entre el dato oficial y la percepción de Chirino explica buena parte del fuego cruzado en redes.

Luego, Willy Chirino reforzó su argumento poniendo sobre la mesa estadísticas de deportaciones. Sin embargo, los números reales de las deportaciones cuentan otra historia: las deportaciones formales repuntaron a 270 000 en el año fiscal 2024 —la cifra anual más alta en una década y superior a cualquiera de los años de Donald Trump—, según ICE y un análisis hecho por The Guardian. Peor aún le fue con las entradas, pues los números oficiales no alcanzan los 21 millones de ingresos que él menciona.

Sin embargo, el artista incurrió – sin pretenderlo tal vez o sin imaginar que sus palabras podrían generar ese efecto – en declaraciones presuntamente hirientes, al hablar de la percepción de inseguridad, y cómo esta aumenta entre los cubano-americanos de la Florida. Especialmente polémico fue su mensaje directo a los recién llegados: «Aquí no se viene a ser vago ni a estar en una esquina tomando cerveza; aquí se viene a trabajar. Si tú trabajas, triunfas». Y si bien para muchos oyentes, la frase resonó como un llamado al esfuerzo y consejo; para otros, sonó a regaño y reforzó estereotipos sobre la comunidad migrante, en un momento en el que la situación no exige que nadie le eche más gasolina al fuego.

Las reacciones desatadas tras las palabras de Willy Chirino

Las reacciones, como es lógico en estos casos, no tardaron. El propio Santos dedicó un episodio de su pódcast a responder la avalancha de críticas y a defender la libertad de expresión: “Este programa es un espacio abierto; no porque alguien piense distinto voy a pelearme con él. Mucho menos con una leyenda como Willy Chirino”, subrayó el locutor.

Reel de Facebook

Santos recordó, además, el historial filantrópico de su invitado: la Fundación Willy Chirino —mencionada en la charla— ha donado desde sillas de ruedas hasta una avioneta Cessna a Hermanos al Rescate, la misma aeronave derribada en 1996 por la Fuerza Aérea cubana. Chirino también compuso himnos como “Nuestro Día (Ya Viene Llegando)” y cantó a los balseros en la base naval de Guantánamo en 1994, gestos que, para sus defensores, lo acreditan como voz autorizada en asuntos de migración y libertad

Santos ya anunció un especial de seguimiento con abogados de inmigración y economistas para contrastar los números que lanzaron sus invitados. A juzgar por el ruido generado, el espacio seguirá siendo un termómetro del pulso político cubano-americano, donde la memoria emotiva choca —o se enriquece— con la verificación de datos.

Lo que queda claro es que, a sus 78 años, Willy Chirino no rehúye la controversia y que Enrique Santos ha convertido su micrófono en un ágora donde las pasiones y las decepciones conviven con la música. Detrás de la polémica latente hay realidades verificables, colocando el debate en un terreno complejo donde datos, percepciones y relatos personales se entrecruzan, y dejan a Chirino muy mal parado.

Y aunque ambos artistas – y Santos también, por qué no – insisten en la disciplina como pasaporte al “sueño americano”, reforzando un relato meritocrático que convive con la crítica al sistema migratorio, la tormenta mediática no va a apagarse así como así.

En todo caso, queda explícito que la comunidad cubana continúa dividida entre quienes ven la prosperidad como recompensa al trabajo duro y quienes temen que el tejido social se deteriore si no se controla la frontera; aunque un vistazo a lo que sucede dentro, muestra que los delitos «made in USA» son mayores que los cometidos por migrantes de otros países.

El episodio deja una lección: las pasiones políticas del exilio pueden chocar con la nostalgia y la admiración que se profesan sus ídolos, pero también mantienen viva la conversación sobre democracia, libertad y la eterna búsqueda de un futuro mejor.

La culpa no es toda de Willy. Santos también tiene responsabilidades

Para otros, deja también en el tintero, que un entrevistador como Santos debería estar atento a cualquier metedura de pata por parte de un invitado; corregirla a tiempo, si es preciso. Eso no es demeritarlo, ni exponerlo. En un tema tan delicado como lo es la inmigración, siendo ambos inmigrantes, enfrentar lo dicho, in situ, por Chirino, hubiese servido tal vez de más ayuda y no tenía por qué percibirse como «me tengo que fajar con Willy», ya que el oficio de entrevistador va más allá de conceder un micrófono: comporta la obligación de actuar como contrapeso inmediato cuando un invitado expone datos dudosos o afirmaciones inflamatorias, o que pudiesen serlo.

Una intervención de Santos, en ese momento, no humillaría a nadie, sino preservaría la precisión y la utilidad de la conversación. En asuntos tan delicados como la inmigración, donde se entrecruzan cifras oficiales, percepciones emocionales y anécdotas personales, una aclaración a tiempo evita que el público termine peor informado que al inicio del programa.

Cuando un invitado lanza un número poco verosímil —por ejemplo, la afirmación de que “Biden dejó entrar a 21 millones de personas”— el entrevistador debe preguntar de dónde proviene ese cálculo o, sencillamente, contrastarlo con el dato disponible del Departamento de Seguridad Nacional, si lo tuviese a mano. Si no lo tiene, al menos dudarlo, por lo exagerado que luce.

Al hacerlo, Santos no solo hubiese honrado la confianza de la audiencia, también hubiese salvaguardado la reputación del propio invitado: darle la ocasión de matizar o reconocer un error en vivo resulta siempre menos dañino que dejar que la polémica se agrande después en redes sociales. Una fórmula tan cordial como “Willy, esa cifra supera bastante las estimaciones oficiales; ¿puedes compartir qué fuente utilizas?” abre la puerta a la precisión sin convertir la charla en un duelo.

Este ejercicio de verificación no implica “pelearse” con el invitado. Todo lo contrario: desmonta la falsa dicotomía según la cual solo caben dos actitudes, la complacencia o la confrontación. Al rectificar con datos y un tono sereno, el entrevistador modela para su audiencia un estilo de debate que reconoce el disenso sin caer en la descalificación.

Para lograrlo sin romper la química del show, el entrevistador necesita llegar preparado con “cifras de bolsillo” que le permitan corregir de forma ágil. En el caso de Willy Chirino, debió saber distinguir entre la validez de una experiencia personal y la solidez de un dato cuantitativo. Exigir precisión a un entrevistado no resta respeto; al contrario, ennoblece la conversación y dignifica a quienes la escuchan.

En casos como el de Santos y Chirino, dos inmigrantes que reclaman responsabilidad a quienes llegan a Estados Unidos, un chequeo en vivo habría subrayado precisamente ese mensaje: hacer las cosas bien desde el primer minuto es la mejor forma de honrar la libertad conquistada.

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