Osvaldo Doimeadiós alzó el telón sobre una de las heridas más recientes del panorama televisivo cubano: la abrupta desaparición del programa humorístico Vivir del Cuento. En una conversación con la plataforma digital Familia Cubana, el actor -ícono del teatro y la televisión nacional- compartió su dolor, su frustración y, sobre todo, su preocupación por el destino del humor en la isla.
“Fue un programa que se lo fueron llevando como la corriente eléctrica en Cuba: hoy es bloque uno, mañana bloque dos… y así lo fueron bajando, hasta que se acabó”, explicó Doimeadiós, en alusión directa al apagón silencioso que sufrió el espacio televisivo más querido por los cubanos en la última década. La decisión, según relató, llegó sin una explicación oficial, dejando a actores, guionistas y técnicos con los libretos en la mano y las cámaras apagadas.
Vivir del Cuento, con su mezcla de sátira popular y agudeza criolla, no solo entretenía; funcionaba como válvula de escape en un país donde reírse -de uno mismo y de los absurdos cotidianos- es casi una necesidad vital. Por eso duele tanto. Porque no fue solo un programa que terminó: fue una puerta que se cerró sin previo aviso.
“Nosotros nos quedamos con programas ensayados, ya para grabar, y no dieron el presupuesto a tiempo… mucho secretismo”, comentó el actor, evidenciando un patrón que ya conoce bien. A sus más de 40 años de trayectoria, y con el Premio Nacional del Humor en su haber, Doimeadiós ha visto cómo distintos espacios desaparecen sin razón clara, víctimas de un sistema donde la desidia y el silencio pesan más que el talento o la respuesta del público.
“El humor no es como el arroz o la libreta, tiene que haber para todos los gustos porque somos diferentes”, afirmó, con una metáfora que solo alguien con su experiencia podría lanzar y que resume la esencia de su reclamo: la risa no se planifica, ni se regula por decreto.
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Pero su denuncia va más allá del cierre del programa. Apunta a una estructura de poder que, desde las sombras, decide qué puede decirse y qué no. “No confío en las personas que no ríen, ni en las que prohíben la risa”, sentenció, dejando en claro que, para él, la censura del humor no solo es autoritaria, sino profundamente peligrosa.
