En el grupo de Telegram “La Manigua · Revolución”, espacio donde convergen algunos de los defensores más fervientes del régimen cubano, se produjo recientemente un fenómeno inusual: un conflicto interno entre compañeros ideológicos, con niveles de fricción y cuestionamiento que pocas veces se ven en entornos tan férreamente alineados con el poder.
El detonante en «La Manigua» no fue una discusión política, ni una reflexión sobre el rumbo del país. Bastó con que alguien se quejara del llamado «Tarifazo de Etecsa». A partir de ahí, se desató una tormenta de contradicciones que dejó a la vista algo mucho más profundo: el colapso de una narrativa sostenida durante años.
Según imágenes del chat llegadas a este redactor, todo se inició con un mensaje del usuario Eric Cusidor, quien criticó la reciente decisión tomada por la compañía de Telecomunicaciones – la única de Cuba – al denunciar que gastaba más de 400 MB diarios solo usando Telegram y navegando para informarse. Cuestionó la sostenibilidad de los paquetes de datos de ETECSA y lo difícil que resulta para muchos cubanos mantenerse conectados. Sin embargo, lejos de encontrar comprensión, fue atacado, acusado de exagerar, de manipular, e incluso de “trolear” el grupo con intenciones dudosas; incluso «de derechas».
Pero lo verdaderamente revelador fue lo que ocurrió después en La Manigua: uno a uno, los participantes comenzaron a exponer —sin proponérselo— la dura realidad del país que siempre han defendido.
Uno escribió: “Con mi vieja ganando 2000 pesos y el cartón de huevos a 3200, ¿voy a estar preocupado por los megas?” El mensaje, citado varias veces, resume la contradicción: por primera vez, el desastre nacional superó al discurso de lealtad incondicional. Otro, por su parte, narró su rutina diaria de apagones y precariedades: cocina con leña y carbón, o aprovecha 4 horas de corriente para hacer todo; agradeciendo incluso que todavía poder calentar con gas a la vez que mencionaba tener una sola olla eléctrica.
En sentido general todos reconocieron los precios desorbitados, la inflación galopante, las jubilaciones que no alcanzan, la escasez de medicinas, los apagones de más de 20 horas, el regreso al fogón de leña. Todo eso que normalmente niegan o minimizan en público, apareció en sus argumentos como justificación para no poder pensar en megas.

Y sin embargo, lo más sintomático entre estos «pillos manigueros» fue el reflejo automático de vigilar, acusar, etiquetar. El que se sale del guion, aunque sea con una queja técnica, es inmediatamente sospechoso. Nadie puede dudar sin pagar un precio. Nadie puede quejarse sin que le digan que está repitiendo “muela contrarrevolucionaria”. El mecanismo de control interno sigue funcionando con precisión, aunque sea ya incapaz de contener el desborde de la realidad.
En medio del debate, algunos intentaron recuperar la autoridad discursiva citando a Antonio Rodríguez Salvador, escritor oficialista al que en el grupo presentan como economista, politólogo y sociólogo, aunque no tiene formación recomendable en ninguna de esas áreas. Esta vez, sin embargo, sus textos fueron recibidos con tibieza, como si ni siquiera sus argumentos pudieran competir con el cansancio real de los usuarios.
De las «grandes ideas» reveladas en la discusión digital de marras en La Manigua destaca también que uno defienda el acceso y uso a Internet en la vida moderna y profesional, señalando que fue reconocido como derecho humano en una resolución ratificada por Cuba en julio de 2018; mientras que otro le riposta, en forma irónica, señalando que «los precios en Cuba parecen de Dubái y que las medicinas están más limitadas que el internet«. Este último le cuestiona al primero si el acceso a Internet puede ser considerado un derecho humano, a la vez que asegura que el internet no puede ser un derecho humano porque está controlado por plataformas sesgadas y manipuladas; reiterando que hay otras prioridades más críticas y urgentes como resolver la escasez de alimentos y medicamentos, concluyendo que no debe sobredimensionarse el tema del internet.
Lo irónico —y profundamente revelador que necesita decirse— es que esta gente ha defendido sin matices un sistema que les ha limitado todos los derechos dignos posibles: el salario, la comida, el transporte, la electricidad, la vivienda, la salud, la esperanza. Han culpado al “bloqueo”, al “imperio”, a la “guerra mediática”, a todo lo externo e inasible. Han acusado de traidores a quienes osaban criticar. Han aplaudido medidas absurdas, insostenibles, impopulares. Pero ahora, solo ahora, se quejan con vehemencia porque les han tocado los megabytes. Y lo hacen culpando a ETECSA, como si esa empresa fuera un ente autónomo. Como si la medida no viniera, como siempre, desde el régimen que ellos mismos han ayudado a blindar y justificar.
El país al que han respaldado con fervor en La Manigua está en ruinas, y eso se refleja en sus propios argumentos, cuando hablan de ancianos vulnerables, precios imposibles y carencias de todo tipo. Lo reconocen, pero no lo llaman por su nombre. Lo denuncian sin dejar de defenderlo. Y ahí está el núcleo de lo absurdo.
La grieta ya no es ideológica. Es existencial. Porque cuando la vida cotidiana te atropella, ni el discurso más disciplinado puede tapar el hueco del refrigerador vacío, la oscuridad del apagón o la desconexión digital. La batalla no fue contra el enemigo externo, ni contra la “guerra mediática”. Fue entre los propios guardianes del discurso, «asartados» entre sí, como en aquel animado de Elpidio Valdés que da sentido al título de esta nota: «Sienten un tiro y enseguida nos asartan a machetazos».
Y es que cuando a los más fieles defensores del sistema se les pisa el callo digital, ya no importa si el problema son los megas o el modelo: algo se rompe. Y a veces, ni todo el historial revolucionario alcanza para pegarlo de nuevo.
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