«Seguimos nadando en drogas; el químico ya casi es normal verlo y consumirlo en el barrio»

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Eso me lo dijo alguien desde Holguín, con la voz apagada, sin querer revelar su nombre real. Le llamaremos Reinier. No por protegerlo solo de la policía, sino por protegerlo también del barrio, donde cada vez se vuelve más común ver a alguien “volcado” bajo el efecto del químico —o “kímico”, como lo pronuncian y escriben muchos jóvenes ya sin distancia irónica ni miedo.

Reinier no se sorprende de nada.

“Ya lo venden como si fuera un cigarro, y lo fuman hasta chamaquitos que hace dos años jugaban pelota frente a la escuela. Te lo juro, lo ves en el parque, en la esquina, y nadie se alarma. Solo se esconden si ven un chivatón o a la policía”.

Según él, la presencia de esa sustancia —una mezcla sintética altamente adictiva, fácil de transportar y camuflar— se ha vuelto parte del paisaje urbano, como el reguetón a todo volumen o el pan con queso crema en los 80´.

Los reportes oficiales desde Holguín – y desde otras provincias del país – no disimulan la alarma. En Cienfuegos, hace apenas unos días, me dijo una excolega de estudios, «cargaron a toda una familia».

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Pero Reinier vive en Holguín.

En la provincia, que hasta hace poco era prolífica en el hurto y sacrificio ilegal del ganado mayor, ahora también lo es – o desde hace rato – en el consumo de la droga conocida también como «químico». Es tanto, que ya ni los oficialistas se ocultan para contarlo.

La página de Cazador Cazado, recogió en apenas 24 horas par de casos. Uno de ellos, es el de Yasmani López, detenido en Villa Nueva con varios envoltorios de el químico y medicamentos regulados, y fue descrito en redes como si fuera un personaje de ficción: “andaba campante y sonante, dándoselas de bárbaro”, hasta que lo paró “el flow” de la policía.

Pero más allá del tono de relajo que caracteriza a esta página, que basa el alcance que ha tenido en redes en divulgar delitos y lo celebra, el mensaje del post oficialista es claro: hay que agradecer que esta vez la droga no llegó a su destino. Aplausos para los policías. Pero ni una palabra sobre cómo este tipo de sustancias siguen circulando sin freno por la ciudad.

Yasmani no es un caso aislado en Holguín. Leodan Pérez y Carlos Mario, detenidos en el Reparto San Field, ya eran señalados por su barrio. Se movían como si nada, repartiendo el químico como quien vende panqué.

Según versiones vecinales, les fue bien “hasta que llegó la ráfaga” de la policía, que terminó con el barco encallado. Esa es otra constante en estas crónicas oficiales: metáforas coloridas para describir un fenómeno que tiene muy poco de gracioso. Porque cada “unta” de ese veneno, como ellos mismos lo llaman, puede volcar a un adolescente en medio de la calle.

Y no es solo Holguín. En Matanzas, Kevin Manuel Pupo Pérez y Ariel Hernández Valera fueron detenidos en una guagua que venía de La Habana. Llevaban la droga escondida debajo de los asientos, según reportó «una testigo» – ¡qué casualidad! – a la página oficialista Con Todos La Victoria.

La «testigo» sabía incluso – ¡qué bárbara! – que los jovenes arrestados vendían en barrios como La Marina, Simpson, Pueblo Nuevo y Naranjal.

Ahora enfrentan cargos por tráfico. Pero como dice Reinier, “detienen a dos, aparecen cuatro más; porque es un negocio lucrativo; con riesgos, pero lucrativo”.

La frase “tolerancia cero” aparece siempre en mayúsculas, pero en la práctica el químico sigue suelto. Entran unos al sistema penitenciario, otros entran al negocio. Y el ciclo sigue. El problema no es solo de criminalidad. Es social, cultural, económico. Y se está normalizando. Lo peor no es que el kímico o químico esté por ahí. Lo peor es que ya nadie se asombra que la gente lo consuma delante de ti.

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