¿Se veía venir la derrota republicana en las urnas esta semana? María Elvira Salazar dice que ella lo advirtió

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El primer aviso llegó en forma de votos. En Nueva York, Washington, Virginia y Nueva Jersey, los demócratas celebraron una noche que ha sido descrita como un “baño de realidad” para el trumpismo. Fue un revés contundente: gobernaciones, alcaldías, fiscalías y referendos que el Partido Republicano daba por seguros se tiñeron de azul. Y aunque algunos se apresuraron a buscar explicaciones técnicas —la ausencia de Donald Trump en las boletas, el cierre del gobierno federal o la desmovilización conservadora— hay quienes entienden el mensaje desde otra perspectiva: descontento, cansancio y pérdida de confianza.

Entre ellos, la congresista cubanoamericana María Elvira Salazar, que no pudo disimular el enojo.

“Los hispanos que impulsaron la gran victoria de Trump se están yendo… y lo estamos permitiendo”, escribió en un mensaje que cruzó de inmediato las fronteras de Florida. No hablaba en abstracto. Esta semana, el voto hispano se movió más de 25 puntos hacia la izquierda en algunos distritos clave. Y no es solo una cifra electoral. Es un síntoma.

A decir verdad, y sin que se me ofenda, María Elvira lo que ha hecho es descubrir el agua tibia; porque se sabía que se iba a castigar a alguien, y era al Partido Republicano que Donald Trump prometió transformar y terminó convirtiendo, según muchos, en una máquina de incoherencia.

La promesa era “arreglar el desastre migratorio y económico” heredado de los demócratas; la realidad ha sido otra: redadas indiscriminadas, familias fracturadas, residentes detenidos pese a estar en proceso legal y deportaciones de trabajadores hispanos sin antecedentes. Violaciones del debido proceso. Violaciones de derechos elementales del ser humano. Todo ello en medio de una guerra comercial que ha encarecido la vida en Estados Unidos, y que no se soluciona con eslóganes ni con los streamers cubanos de Miami explicando el milagro MAGA desde sus estudios con aire acondicionado. Ya se les ha advertido de lo pernicioso que resulta solo mirar eso.

Las palabras que más se repiten entre los votantes son “miedo” e “incertidumbre”. Miedo al timbre en la puerta si hay alguien en casa sin papeles —aunque lleve 20 años trabajando—. Miedo a que una simple parada de tráfico termine con un padre en un centro de detención migratoria. Miedo a un presidente que afirma defender a los hispanos mientras impulsa políticas que los arrojan al abismo.

Y junto al miedo, los números: la inflación no desaparece solo porque se minimice en televisión, los aranceles se pagan en cada recibo del supermercado y los intereses altos muerden a quien sea que intente comprar una casa. A esto se suma el cierre del gobierno federal, que no fue una anécdota administrativa: dejó a miles de empleados sin salario, paralizó servicios esenciales y, sobre todo, dejó una sensación de improvisación constante.

El voto hispano se está moviendo como voto castigo, y María Elvira lo sabe y asegura que pudo predicirlo, cual vidente. Lo confirma cada día en su propio distrito, donde muchos de sus votantes tienen un familiar detenido, un caso pendiente o un miedo antiguo que regresó con más fuerza. Por eso menciona —una y otra vez— el “Plan Dignidad”, su promesa legislativa para ofrecer un camino de regularización; un plan que la mayoría republicana no considera. Bueno, tal vez de cara al 2026 tendrán que hacerlo.

Trump, por supuesto, reaccionó como acostumbra y le gusta a la cubanada de Miami: culpando a otros. Que si el cierre del gobierno, que si su nombre no estaba en las boletas, que si el sistema… Todo menos reconocer que el discurso de la “Ley y el Orden” tiene rostro cuando se aplica: esposas llorando en centros de detención, hijos estadounidenses pidiendo en redes sociales que no deporten a su padre, familias trabajando y pagando impuestos que hoy se sienten traicionadas.

Esa es la grieta que se abrió esta semana: la que separa las narrativas del poder de la vida cotidiana. La que deja claro que el anticomunismo no es un remedio universal ni un cheque en blanco. La que recuerda que quienes votan también comen, trabajan, pagan alquiler y tienen parientes vulnerables.

Hay algo más profundo: la fatiga. Los hispanos —y muchos norteamericanos sin apellido latino— se cansaron del espectáculo. De la política como vendetta. De promesas que terminan siendo amenazas. De funcionar como trofeo electoral. Lo dijo una votante en Virginia, citada ampliamente: “Si dañan a nuestra gente, nos perdieron. Así de fácil”.

¿Qué queda después de esta elección? Una advertencia. Una grieta que puede hacerse abismo en las legislativas de 2026. Y una conclusión que muchos republicanos preferirían no mirar: el trumpismo ya no suma, resta. Su base dura sigue con él, sí. Pero el resto —los moderados, los independientes, los hispanos con familia en riesgo— empiezan a marcharse en silencio.

Y… pueden arreglarlo de cara al 2026; solo que es como le pasó a los demócratas, que advertidos del desastre migratorio que estaba ocurriendo, apelaron a ese espíritu de nación formada por inmigrantes, y esa carta mal jugada les costó las elecciones en el 2024.

María Elvira lo dijo con todas sus letras: “Fe. Familia. Libertad. DIGNIDAD.” Pero, como responden miles de sus seguidores: ¿qué libertad y qué dignidad hay en vivir aterrorizados por una patrulla migratoria?

La derrota de esta semana no fue un accidente. Fue un espejo. Y la pregunta que queda flotando en el aire es simple y demoledora: ¿Se veía venir? La respuesta ya estaba allí, en la calle. Solo hacía falta querer verla.

En Miami, ese corazón del exilio donde el anticomunismo se respira como oxígeno político, este giro resulta aún más elocuente. No es que los cubanoamericanos se hayan vuelto súbitamente progresistas: es que se cansaron de que les mientan. Se cansaron del político que promete que no tocarán a los buenos y luego aprueba operativos donde nadie pregunta si eres padre de un niño estadounidense. Se cansaron del discurso de que te van a defender del socialismo mientras te pueden deportar en cualquier momento a un país donde no tienes casa, ni familia, ni siquiera libertad para hablar.

La victoria de demócratas en ciudades donde el voto latino fue clave confirma que el péndulo está girando. No hacia la izquierda. Sino hacia el respeto.

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