La esperada “Marcha del Pueblo Combatiente”, convocada por el régimen cubano el 20 de diciembre, dejó más dudas que certezas, especialmente en torno a figuras emblemáticas del privilegio en la isla, como Sandro Castro.
A pesar del estribillo viral “que vaya el Sandro” —una canción que se convirtió en himno no oficial de protesta—, no hay evidencia de que el nieto del fallecido Fidel Castro haya participado en el desfile. Tampoco su novia ha sido «descubierta» desfilando.
En las imágenes que circularon por muy diversas fuentes, oficiales y no, Sandro no se vio ni por todo eso, así que se especula que le hayan orientado quedarse tranquilo en casa, si total él no pertenece a ninguna plebe; aunque también pudiera haberse refugiado en su conocido EFE Bar, ubicado en el Vedado habanero, pero de eso tampoco se tiene constancia, pues tanto su cuenta en Instagram, como la del bar mismo, están manteniendo un perfil discreto.
Lo último que subió a sus historias el joven es una foto que parece retocada con la Inteligencia Artificial; o al menos demasiado bajo los efectos de un filtro de Instagram, de esos que te dejan la piel más tersa que la de un niño chiquito.

En días recientes, Sandro fue criticado por su lujosa fiesta de cumpleaños, celebrada en medio de apagones y crisis generalizada en Cuba. Este evento, ampliamente documentado en redes sociales, simbolizó la desconexión de la élite cubana respecto a la realidad de la población. La canción que lo señala directamente surgió como respuesta a la indignación colectiva y alcanzó notoriedad al expresar un sentimiento compartido: que quienes ostentan privilegios sean los primeros en representar al sistema que defienden.
A pesar del esfuerzo propagandístico del régimen para proyectar una imagen de fuerza con esta marcha, las imágenes y testimonios recogidos en redes sociales cuentan una historia diferente.
Camiones abarrotados de trabajadores estatales llevados por obligación, claros visibles en las filas de manifestantes y la indiferencia de muchos participantes reflejaron la desafección generalizada hacia el evento; pero de Sandro, ni el olor de su perfume.
En este contexto, la ausencia de Sandro Castro en el desfile cobra un peso simbólico. Mientras Miguel Díaz-Canel y Raúl Castro lideraban la manifestación desde una tribuna frente a la embajada de Estados Unidos, el nieto del líder histórico optaba por mantenerse fuera del foco político. Esta decisión, intencionada o no, refuerza la percepción de que quienes pertenecen a la élite del régimen prefieren mantenerse al margen de las muestras públicas de “continuidad”.
El EFE Bar, señalado como uno de los negocios más exclusivos de la Habana, continúa siendo un espacio frecuentado por la élite cubana, a pesar de las críticas recurrentes. Este “bajo perfil” de Sandro Castro, al igual que de otras figuras cercanas al poder, plantea interrogantes sobre el compromiso real de estas personas con los sacrificios que piden al resto del pueblo. Así, el llamado a que “vaya el Sandro” se convierte no solo en una consigna, sino en un recordatorio de las profundas desigualdades que dividen a Cuba hoy.
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