El cierre de 2025 ha estado marcado por una serie de fallecimientos que, desde distintos ámbitos de la cultura, dejaron una huella profunda y diversa. Música, cine, televisión y detrás de cámaras perdieron figuras que definieron épocas, estilos y generaciones. Entre ellas destacan el músico Joe Ely, el actor Anthony Geary, la actriz Rachael Carpani, la directora de casting Susie Figgis y, de manera particularmente impactante, el cineasta Rob Reiner. En este último caso, la muerte no solo sacudió a la industria del entretenimiento, sino que desató una controversia política que terminó desplazando el duelo hacia el terreno del enfrentamiento ideológico.
Joe Ely murió a los 78 años y fue despedido como una figura clave del country y el folk de Texas. Vinculado al movimiento musical de Lubbock y a bandas como The Flatlanders, Ely influyó durante décadas en generaciones de compositores con una obra que combinó tradición, carretera y una voz propia dentro de la música estadounidense. Medios como The New York Times y radios públicas de Texas subrayaron su papel como puente entre el country clásico y la sensibilidad contemporánea, además de su importancia como mentor cultural más allá de las listas de éxitos.
En la televisión, la muerte de Anthony Geary a los 78 años cerró definitivamente uno de los capítulos más longevos del melodrama estadounidense. Geary fue Luke Spencer en General Hospital, un personaje que redefinió el rol del antihéroe romántico en la televisión diurna y que lo convirtió en un ícono popular durante décadas. Su fallecimiento generó homenajes centrados no solo en su longevidad profesional, sino en la manera en que logró trascender un formato históricamente subestimado, acumulando premios Emmy y una base de seguidores que cruzó generaciones.
Más inesperada fue la muerte de Rachael Carpani, actriz australiana conocida por McLeod’s Daughters y Home and Away, fallecida a los 45 años. Su deceso fue descrito como repentino y provocó una oleada de reacciones en Australia y Estados Unidos, donde había desarrollado parte de su carrera. La cobertura mediática subrayó el contraste entre su edad y la solidez de una trayectoria que aún parecía en expansión, así como el impacto emocional que dejó entre colegas y seguidores.
En un terreno menos visible para el gran público, pero decisivo para el cine contemporáneo, la muerte de Susie Figgis a los 77 años fue sentida como la desaparición de una figura clave del engranaje creativo. Figgis fue responsable del casting de películas fundamentales como The Full Monty, Gandhi y la primera entrega de Harry Potter. Directores y actores coincidieron en que su intuición y su entusiasmo moldearon carreras y definieron el tono humano de proyectos que hoy forman parte del canon popular.
Y en ese espacio, la muerte de Rob Reiner se volvió el epicentro, no por su filmografía —que ya bastaba— sino por lo que ocurrió alrededor.
Rob Reiner y el punto de quiebre: cuando el duelo se vuelve pelea
El caso más complejo, sin embargo, fue el de Rob Reiner. El director de This Is Spinal Tap, When Harry Met Sally… y A Few Good Men murió el 14 de diciembre de 2025 junto a su esposa, Michele Singer Reiner.
La dimensión trágica se intensificó de inmediato cuando su hijo, Nick Reiner, fue arrestado y acusado de asesinato, un giro que transformó un fallecimiento de impacto cultural en un caso policial de alto voltaje. En paralelo, comenzaron a circular piezas de homenaje: comunicados de amigos y colegas, recuerdos de su trabajo como director y su larga vida pública como figura del cine y la televisión, recoge Vanity Fair.
Pero lo que convirtió el caso en una tormenta nacional fue la intervención del presidente Donald Trump. Según reportes de Time y ABC News, Trump publicó un mensaje en Truth Social en el que sugirió que la muerte de Reiner estaba “reportedly” relacionada con la “ira” que el cineasta habría provocado por una supuesta “aflicción” llamada “Trump Derangement Syndrome”, y luego insistió con comentarios adicionales.
Sus comentarios sobre la muerte de Reiner que fueron interpretados como burlas y ataques políticos, vinculando el activismo progresista del cineasta con su destino. Las declaraciones generaron una ola inmediata de rechazo. Figuras del cine, comentaristas políticos e incluso voces del propio Partido Republicano calificaron el gesto como cruel e innecesario, señalando que cruzaba una línea básica de respeto ante una tragedia familiar.
El episodio es revelador por lo que exhibe: el modo en que la política estadounidense de 2025 ha ido colonizando incluso los rituales mínimos del duelo. Reiner fue un crítico constante de Trump; eso forma parte de su biografía pública. Pero el hecho de que esa confrontación terminara usada como marco interpretativo para una tragedia familiar —sin evidencia de motivación política, según los reportes que acompañaron la noticia— muestra una degradación del lenguaje público: el adversario ya no se discute, se deshumaniza, incluso muerto, y hasta el propio presidente de un país forma parte de eso.
La muerte de Reiner, entonces, quedó atrapada entre tres narrativas simultáneas: la obra cultural de un director que marcó décadas, el horror íntimo de un caso doméstico con implicaciones criminales, y la pulsión política de convertir cualquier evento en confirmación del propio relato. En un año cargado de despedidas, esa mezcla fue quizá el signo más contemporáneo de 2025.
El episodio reabrió un debate recurrente sobre la incapacidad de separar el duelo del combate ideológico. Su confrontación pública con Donald Trump pareció pesar más que cualquier consideración humana en el momento de su muerte. Analistas apuntaron que el uso político del fallecimiento reveló hasta qué punto la polarización ha erosionado incluso los rituales mínimos de empatía.
Lo curioso es que, meses atrás, tras la muerte de Charlie Kirk, el propio mandatario norteamericano fue el «iniciador» de una cadena de linchamiento contra el comediante y presentador Jimmy Kimmel, quien en lo absoluto, había sido cruel con el joven muerto. Ahora Trump lo ha sido y… ¿qué ha pasado? Muy poco, en realidad.
Hasta ahí, el guion de un año de despedidas podría haber seguido la ruta conocida: obituarios, homenajes, recuerdos. Pero 2025 también tuvo muertes que ampliaron el mapa y obligaron a pensar en “un año que se va” en términos más grandes. ABC7, por ejemplo, incluyó en su recuento a David Lynch (muerto en enero), Gene Hackman (febrero) y a figuras fuera del entretenimiento puro, como el arquitecto Frank Gehry, el exvicepresidente Dick Cheney o el papa Francisco. En el mismo listado aparecen nombres que, por sí solos, resumen décadas de industria cultural: la cantante Roberta Flack, el músico Sly Stone, y Ozzy Osbourne, a quien el medio ubica como “Prince of Darkness” y fija como fallecido en julio.
Otros recuentos, como los de Vanity Fair o Reader’s Digest, reforzaron la idea de que 2025 fue especialmente duro en términos de figuras populares, al incluir pérdidas que marcaron generaciones enteras de espectadores: Robert Redford y Diane Keaton, por ejemplo, aparecen como fallecidos en 2025 en recuentos recientes, y medios como The Guardian y People también publicaron obituarios y notas con detalles. KQED, desde un registro más cultural y conversacional, resumió el año como un golpe continuado de ausencias, citando nombres como Jane Goodall, David Lynch, Sly Stone u Ozzy Osbourne, como parte de una conversación sobre legados, duelo y memoria pública.
El caso de Jane Goodall, de hecho, puso el foco en una clase de duelo distinto, más ligado a ciencia y ética: la primatóloga murió a los 91 años y su instituto confirmó el fallecimiento, mientras medios como The Guardian han seguido cubriendo el impacto simbólico de su figura incluso después de su muerte. Es un ejemplo de cómo las listas de fin de año ya no son solo “celebridades”, sino una mezcla de cultura, política, ciencia y religión, un retrato del espacio público.



















