Luis Ballester Gutiérrez murió este lunes tras una penosa enfermedad. Fue combatiente «internacionalista» en Angola durante los años 1985 a 1987, integrante de una unidad de tanques en la provincia de Huambo, y vecino del municipio Media Luna, en Granma.
Su muerte, aunque rodeada de mensajes de respeto y reconocimiento entre antiguos compañeros de misión, volvió a reabrir una vieja herida entre los veteranos de aquellas guerras que el Estado cubano llama “gestas” pero cuyas secuelas se cuentan en olvido, silencios y promesas incumplidas.
“Descansa mi hermano, cuánto siento tu pérdida”, escribió Eladio Rivero Sánchez, también ex combatiente «internacionalista». Ambos compartieron labores en el mismo frente, aunque en misiones diferentes, y una relación cercana de confraternidad. Eladio vive actualmente fuera de la isla por motivos de salud, pero su dolor al enterarse del fallecimiento vino acompañado por la frustración de muchos que, como él, sienten que el país por el que arriesgaron su vida los ha abandonado.

Esa rabia tomó forma concreta en el comentario de Alain Pardillo, otro veterano y ex combatiente «internacionalista»: “Ya estoy casi en 61 y todavía no cobro los 1500 prometidos, ya han pasado 40 años desde que regresé de Angola. Más rápido de morir que de cobrar”.
En apenas una línea, destapó la olla de grillos que muchos evitan mirar: los cientos, quizás miles, de cubanos que fueron enviados a cumplir misiones militares en África durante los 70 y 80 y que, a su regreso, recibieron más diplomas que ayuda material, y a los que se les prometió se les darían 1500 pesos pero nunca se los dieron.
A su reclamo, se sumó la amarga resignación de Eglys Romero, ex combatiente internacionalista.
“Mano, no nos van a dar nada. Vivamos con la gloria. Que ellos vivan de la migaja y de no tener el orgullo que llevamos por dentro”. Un orgullo que, a estas alturas, se siente más como carga que como medalla.
Rafael Contrera, por su parte expresó:
«Si es que llegamos a cobrarlo. Salud y Bendiciones hermano».

La historia oficial sigue hablando de heroísmo, pero la realidad de quienes regresaron es otra. Enfermedades crónicas, promesas rotas, olvido institucional. Mientras se multiplican los obituarios de combatientes como Luis, los sobrevivientes hacen cálculos con lo que no llega. Ni los 1500 pesos, ni el respeto concreto.
Alain sigue esperando. Y con él, una generación entera de combatientes que se sienten abandonados. Muchos de esos hombres que enfrentaron guerras en África hoy sobreviven en las calles, sin sustento, sin hogar y sin reconocimiento.
Muchos de esos hombres que enfrentaron guerras en África hoy sobreviven en las calles, sin sustento, sin hogar y sin reconocimiento, y no solo en las calles cubanas.
Luis Sánchez, veterano de la guerra en Angola, hoy vive a la intemperie en un rincón de Overtown, Miami. “Sobreviví a la guerra, pero no al abandono”, dice en un video donde relata cómo luchó en Cuito Cuanavale y regresó con secuelas físicas que nunca fueron atendidas.
Como él, decenas han cruzado fronteras para terminar dependiendo de la caridad, lejos de la patria por la que dieron todo.
Dentro de Cuba, las historias se repiten con otra geografía pero con el mismo desprecio. René Matamoros, de Villa Clara, limpia zapatos en un portal a cambio de comida; Israel Quesada, que fue mecánico de tanques en Luanda, vive de reparar ollas y encendedores en Marianao; y Félix Cabrera, antiguo instructor militar en Mozambique, sobrevive vendiendo carbón artesanal a la entrada de su barrio en Las Tunas. Todos cuentan la misma historia: promesas de una vida decorosa que jamás llegó. Sus medallas, diplomas y fotos en blanco y negro descansan en cajas de cartón húmedas, mientras ellos buscan cómo conseguir el arroz del día.
Hay quienes ni eso pueden, y hoy subsisten mendigando en las calles. Estas historias ilustran que, tras décadas de servicio, la única retribución tangible que muchos han recibido es la supervivencia cotidiana sin dignidad
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