Un medio de Estados Unidos difundió este fin de semana imágenes poco habituales: la llegada de un vuelo de deportación con 150 cubanos a La Habana. El material, filmado en colaboración con el proyecto independiente Belly of the Beast, muestra escenas de tensión y lágrimas dentro de la aeronave y al momento del desembarco en el Aeropuerto Internacional José Martí.
A simple vista, el vuelo podría confundirse con cualquier conexión regular entre Miami y la capital cubana. Sin embargo, a bordo viajaban hombres y mujeres esposados, trasladados tras haber pasado meses bajo custodia de inmigración en territorio estadounidense. La cámara captó cómo, ya en tierra, los agentes retiraban las esposas antes de que los pasajeros descendieran, mientras algunos apenas podían contener el llanto. Otros, en cambio, expresaban cierto alivio por poner fin a la incertidumbre de los centros de detención.
Entre las historias recogidas, la de una mujer separada de su hija de apenas dos años resonó con fuerza. Según relató, las autoridades estadounidenses no le permitieron sacar a la niña, ciudadana norteamericana, y la obligaron a dejarla con su abuela. “Me obligaron a abandonar a mi hija”, denunció con voz entrecortada. Otro de los deportados aseguró haber estado tres meses bajo arresto sin entender del todo los cargos en su contra: “No fue mi culpa, no fue mi culpa”, repetía. Una tercera mujer contó que había sido apartada de su hijo y sus dos nietos, un desgarro familiar que aún intentaba procesar.
Ya en el lado cubano, los deportados fueron recibidos por agentes de aduanas y personal de salud pública, como parte del protocolo establecido en los acuerdos bilaterales. El gobierno de La Habana informó que este ha sido el octavo vuelo de repatriación recibido en 2025, y el número 29 desde que se reanudó el proceso bajo convenios firmados en las décadas de Ronald Reagan, Bill Clinton y Barack Obama. Esos acuerdos, recordó, buscan garantizar un flujo migratorio “seguro, regular y ordenado” entre ambos países.
A pesar de la formalidad de los trámites, lo que domina en los testimonios es la incertidumbre. Un hombre aseguró que no pensaba trabajar ni rehacer su vida en la isla: solo quería recuperar a su hija. “Si Estados Unidos no me la devuelve, volvería a arriesgar mi vida otra vez”, confesó. La frase resume el dilema de muchos repatriados: la deportación no apaga el deseo de migrar, ni el desgarro que deja atrás el viaje interrumpido.
Bajo la actual administración, las deportaciones hacia Cuba han experimentado un notable repunte, alcanzando cifras inéditas. Según monitoreos recientes, julio de 2025 registró un máximo histórico de 1,214 vuelos de deportación, la cifra más alta desde que se empezó a rastrear este tipo de operaciones en 2020, recoge AP News. Además, el uso de documentos como el I‑220A o I‑220B, entregados a discreción por oficiales de inmigración tras una simple liberación condicional, ha sido empleado como base para deportar a personas que en muchos casos no tienen antecedentes criminales, generando creciente alarma incluso dentro de comunidades activistas y legales.
Uno de los casos más impactantes es el de Heydi Sánchez Tejeda, mujer de Tampa que fue deportada a Cuba pese a tener residencia potencial, debido a un I‑220B que conllevaba una orden de supervisión. Fue separada de su hija lactante, una escena que conmocionó a activistas y vecinos que condenan la deportación de personas sin historial delictivo, e incluso con vínculos familiares sólidos en EE.UU. Heidy contaba con número de seguridad social, licencia para conducir y pagaba impuestos: nada la identificaba como delincuente, pero su caso fue un símbolo del giro duro en la política migratoria actual.
Este endurecimiento no se limita a figuras comunes: activistas, disidentes y defensores de derechos han expresado temor real de ser detenidos y deportados sin aviso por haber recibido documentos como el I‑220A/B, o tras no lograr justificar su solicitud de asilo ante jueces menos favorables. Varios casos, donde jueces han considerado que no había mérito suficiente para conceder asilo, han abierto paso a temores sobre posibles deportaciones inmediatas. El resultado es un clima de vulnerabilidad e inseguridad creciente entre cubanoamericanos, tanto por el aumento de vuelos como por el uso de herramientas legales ambiguas que facilitan repatriaciones sin una base delictiva o justificación humanitaria.
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