El silencio del régimen cubano ante la reciente liberación de Dahud Hanid Ortiz, un exmarine estadounidense‑venezolano condenado por el asesinato de dos cubanas y un ecuatoriano en Madrid en 2016, revela con crudeza su única preocupación: los dólares que puedan ingresar desde el exterior, no el destino de sus ciudadanos. La periodista y opositora cubana Yoani Sánchez lo dijo sin ambages: “¿Qué ha dicho la Cancillería cubana sobre el caso? Nada. … Porque fue el ‘aliado ideológico’ de La Habana, Nicolás Maduro, el que coló a Hanid Ortiz entre los presos canjeados”.
Ortiz asesinó brutalmente a Elisa Consuegra Gálvez y Maritza Osorio Riverón, dos profesionales cubanas, y a un cliente ecuatoriano en un despacho de abogados en el barrio de Usera. Fue capturado en Venezuela dos años después, condenado en 2024 a 30 años de prisión por homicidio múltiple, pero en julio de 2025 fue incluido en un canje entre EE. UU., Venezuela y El Salvador, como si se tratara de un preso político.
La Fiscalía española remitió un detallado informe a las autoridades estadounidenses, explicando que Ortiz no tenía ninguna motivación política y que estaba buscado por la justicia española. Sin embargo, el régimen cubano no emitió ni una sola declaración pública, ni facilitó apoyo a las familias de las víctimas. Yoani Sánchez cuestionó abiertamente: “¿Por qué no se pronuncian o actúan ahora si todo lo que tiene que ver con EE. UU. se convierte en fuente de algarabía diplomática y rabieta política?”.
Este nuevo episodio —el silencio absoluto del régimen cubano tras la liberación del asesino de dos mujeres cubanas en Madrid— no es una excepción. Es, más bien, la confirmación de un patrón. La vida de los cubanos en el extranjero solo importa al Estado cuando se traduce en remesas, recargas y dólares. Las tragedias, los abusos, las muertes, no tienen cabida en el discurso oficial. La política exterior de La Habana no está diseñada para proteger a sus ciudadanos, sino para proteger su narrativa.
En 2015, durante la crisis migratoria que dejó varados a miles de cubanos en Centroamérica, varios grupos de cubanos intentaron cruzar la frontera entre Costa Rica y Nicaragua. Lo que encontraron del otro lado fue represión: el Ejército y la Policía nicaragüense respondieron con gases lacrimógenos, balas de goma y golpes. Varias víctimas denunciaron emboscadas, maltratos y devoluciones forzadas, todo bajo el amparo del régimen de Daniel Ortega. La reacción del gobierno cubano fue el silencio más absoluto. Ni una declaración de condena, ni una gestión diplomática, ni un reclamo formal. Nada. (Diario Las Américas).
Ese mismo patrón se repite en los abusos sufridos por cubanos en la frontera entre Bielorrusia y Polonia. Decenas de migrantes, incluidas mujeres embarazadas y menores, fueron golpeados, privados de comida y forzados a dormir en el bosque, sometidos a bajas temperaturas y al acoso de perros militares.
Las denuncias fueron recogidas por varios medios y ONG internacionales como Oxfam, pero el Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba se limitó a afirmar que “daban seguimiento consular” al caso.
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Tampoco se ha pronunciado el régimen sobre los balseros cubanos detenidos en Bahamas o Gran Caimán, donde se reportan condiciones de hacinamiento, falta de asistencia legal y violaciones sistemáticas de derechos. Cuballama ha documentado casos de repatriación forzosa y abandono de migrantes sin mediación diplomática alguna.
Yoani Sánchez resume la tragedia: quienes emigran dejan de ser cubanos a ojos del poder, salvo cuando generan réditos.
No se trata, entonces, de una omisión aislada. Se trata de una política. Mientras el régimen de La Habana se cuelga medallas por su “humanismo revolucionario”, miles de cubanos son maltratados, abusados y olvidados más allá de sus costas. Porque una vez que cruzan la frontera, pierden valor político. Solo importan si mandan dinero. La sangre, en cambio, no cotiza en la economía nacional.
Este caso pone en evidencia que la narrativa del Estado sobre la emigración y la solidaridad patriótica no es más que una pantalla. La realidad, una vez más, deja al descubierto su falta de humanidad y compromiso con su gente.





