Gobierno en Matanzas anuncia restauración de sitio que ellos mismos dejaron destruir

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El gobierno provincial de Matanzas anunció la restauración del Café Teatro Biscuit, en la esquina de Ayuntamiento y Contreras, un espacio hoy sede de la compañía El Portazo y, antes, refugio de trovadores, “frikis”, poetas y rastas que hacían escala para un café a peso.

El parte oficial y la nota del periódico Girón llegan con un dato insoslayable: desde 2016, cuando Gastronomía entregó el inmueble a Artes Escénicas, el lugar NUNCA recibió mantenimiento constructivo. Nueve años después, las humedades en techo y paredes, el moho del agua filtrada y el desgaste del mobiliario cuentan mejor que nadie lo que ocurrió en el ínterin.

Pedro Franco, director de El Portazo, detalló que el proyecto creará un segundo nivel en forma de balcón para descomprimir la sala y aprovechar el alto puntal del edificio; la barra se reducirá para ganar dos metros de escenario, y se instalará un sistema de tramoyas que permita mejores decorados y un uso más efectivo de luces. Parte de la gráfica —convertida en marca del sitio— se conservará, otra se renovará. El plan incluye intervenir el pequeño patio interior para habilitar una cafetería con servicio nocturno y, en una segunda fase, rescatar los camerinos, hoy entre las zonas más golpeadas por la humedad.

William Quintana, director del Café Teatro, dijo que el presupuesto está aprobado y a la espera de depósito en las cuentas del Consejo de Artes Escénicas. Aseguró, además, que existe “voluntad gubernamental y política” para acelerar una obra que, si cumple plazos, permitiría reabrir a finales de año o inicios del próximo con un estreno ya en mesa: Otro bufo cubano. Mientras tanto, El Portazo seguirá presentándose en otros espacios.

El anuncio desata, sin embargo, una crítica conocida en Cuba: muchos de los inmuebles públicos que pasan a organismos estatales —Cultura, entre ellos— entran en una espiral de abandono que mezcla presupuesto escaso, gestión débil y falta de responsabilidad sobre lo que no es de nadie en particular. En ese ciclo, el deterioro no viene solo por la lluvia: desaparecen bombillos, interruptores y tomas; aparecen firmas en las paredes, tajos de cuchilla en sillas y butacones, rayaduras en la madera. Como es del Estado, a menudo a nadie le duele; y como era el Estado el que siempre reparaba, se escudaba en «el bloqueo» para decir que no hay recursos.

Con la apertura que permite a pequeñas empresas privadas asumir obras en locales estatales, aflora otro vicio: como el dinero de las reparaciones sigue saliendo del presupuesto público, administradores y dueños de mipymes pactan “hacer lo mínimo” —cuatro remiendos y una mano de pintura— y luego se reparten, a partes iguales, el supuesto “ahorro” de una reparación capital que, en la práctica, queda en puro maquillaje.

Las reacciones en redes al anuncio del Biscuit alternaron cariño y escepticismo. Quien vivió noches memorables pide que el lugar regrese pronto “como estaba o mejor”; otros recuerdan que fue el propio sistema el que dejó que llegara a este punto.

Si la restauración se concreta con la calidad prometida, Matanzas recuperará un escenario vital para la ciudad. Si no, la crónica de un inmueble público que se destruye por abandono sumará otro capítulo antes de volver a empezar.

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