Fotógrafo oficialista recibe un golpe de realidad socialista tras intento de robo en su edificio

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Al fotógrafo oficialista Roberto Suárez en la prensa del sistema lo presentan como un “lente inquieto y audaz”, un soldado de la imagen que acompaña el discurso del Gobierno. En sitios del exilio, en cambio, lo han bautizado como “ciberclaria”, pues a cada rato se le puede ver metido en las redes defendiendo la Revolución, por lo que lo acusan de ser un colaborador entusiasta de la maquinaria propagandística.

El fotorreportero que se gana la vida – en buena medida – mostrando una Cuba amable para los medios oficiales y para un grupito de cubanos nostálgicos de la miseria, se encontró, de golpe, con la Cuba que tantas veces se ha negado a retratar: la del crimen oportunista, los servicios colapsados y la sensación de que, cuando algo realmente grave ocurre, cada cual está solo frente al peligro.

Durante años, el fotorreportero de Juventud Rebelde, Roberto Suárez, se ha dedicado a capturar la versión oficial de la realidad cubana: actos políticos impecables, amaneceres patrióticos, campañas de efemérides y, constantemente, postales amables de ciudades y pueblos bajo la etiqueta “#cubanosporelmundo”. Sin embargo, en esta ocasión al fotógrafo oficialista le tocó conocer de cerca el sistema que defiende a capa y espada.

Suárez apareció en un video en redes sociales contando una historia muy distinta a sus habituales crónicas coloridas. No hablaba esta vez de playas, ni de niños felices en un desfile, ni de “resistencia creativa”, sino de un intento de robo en el edificio donde vive y del miedo muy concreto de morir asfixiado por gas. Según su relato, unos ladrones no identificados intentaron robar una tubería de gas en la madrugada, provocando un salidero de grandes proporciones en el inmueble. El propio fotógrafo describió la escena como una situación de “altísimo peligro” para todas las familias del edificio.

Lo más llamativo no fue solo el delito, sino la cadena de silencios que vino después. Suárez contó que, ante el olor penetrante y el sonido del escape, vecinos y residentes comenzaron a llamar, uno tras otro, a los números que se supone deben responder en casos de emergencia. Nadie contestó. Ni el primer teléfono, ni el segundo, ni los siguientes. El tiempo pasaba, el gas seguía escapando y la única respuesta que llegaba era el tono de llamada interminable o la línea muda. Al final, según explicó, el problema terminó siendo resuelto de manera precaria, más por la insistencia y la improvisación de los propios residentes que por la reacción de alguna entidad estatal.

Para cualquiera, es una escena angustiante. Para un fotógrafo alineado con el discurso oficial, es también un espejo incómodo.

Durante años, Suárez ha defendido en redes la narrativa de un país en resistencia, ha fustigado a críticos y opositores y ha sido citado como ejemplo de “periodista revolucionario” disciplinado. Pero la noche del salidero de gas no le respondió ni el Estado protector de sus titulares ni la inmediatez que suele atribuirse a las “conquistas de la Revolución”. Le respondió, como le pasa a cualquier vecino, la suma de abandono, burocracia y desidia que hoy atraviesa los servicios básicos en Cuba.

No es la primera vez que su propio contenido se vuelve boomerang. En 2022, medios no oficiales recogieron una de sus publicaciones donde mostraba un edificio recién pintado cuyo revestimiento ya se desprendía, una crítica velada a la chapucería institucional. Esa grieta mínima en el relato triunfalista ahora se amplía con su denuncia del salidero de gas ignorado. Si antes podía leerse como un simple desahogo ante la mala calidad de una obra, hoy encaja en un patrón más amplio: incluso los rostros “leales” del sistema empiezan a tropezar de frente con el deterioro de la infraestructura, la inseguridad y el colapso de la capacidad de respuesta estatal.

A Roberto Suárez lo han señalado desde el exilio por pedir ayuda económica a través de redes para arreglar su computadora de trabajo, conprarse un disco duro y hasta para comprarse una bicicleta, recurriendo a envíos desde Estados Unidos, mientras mantiene un discurso de fidelidad al sistema que ha llevado al país a la crisis actual. El mismo fotógrafo oficialista ha defendido su espíritu pedigüeño argumentando que es así como puede «trasladarse» de lugar en lugar, o almacenar «las fotos que a los cubanos les gusta ver de Cuba», las cuales sube al perfil Cuba en Fotos, que cuenta ya con 266 mil seguidores.

Ahora, en su propio edificio, la crisis deja de ser un concepto abstracto: es una tubería rota, un olor a gas que no se va, vecinos asustados y teléfonos que nadie descuelga.

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