Dos piedras robadas vuelven a casa: una es una lápida romana de 2.000 años que apareció en un patio de EE.UU.

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En Nueva Orleans, una familia decidió al fin domar la maleza de su jardín. Cuando lo hizo, debajo de las hierbas y entre las piedras, apareció una losa de mármol con letras que parecían venir de otra época, de otro alfabeto, de otro país, y que fue robada de Europa.

Al pedir ayuda, «apareció» Daniella Santoro, antropóloga de Tulane, quien no tardó en sentir el vértigo de reconocer el latín y de llamar a colegas capaces de leer en piedra. Sí, lo que tenían frente a los ojos era una estela funeraria de hace 1.900 años, un homenaje a Sextus Congenius Verus, marinero de la armada imperial romana, desaparecida hace décadas del museo arqueológico de Civitavecchia, cerca de Roma.

El asombro dio paso a la comprobación: las medidas coincidían con los registros históricos, la inscripción casaba con catálogos antiguos, y los custodios italianos confirmaron que esa pieza se había perdido en la confusión de la Segunda Guerra Mundial.

El hallazgo, tan improbable como doméstico, se transformó en una repatriación en marcha: el FBI inició conversaciones con las autoridades italianas para que la lápida de Sextus regrese a su origen. La piedra, que alguna vez descansó en un cementerio de militares, había sobrevivido a bombardeos, mudanzas y dos jardines, usada incluso como simple adorno, hasta volver a ser reconocida por lo que era: memoria tallada, señala AP News.

El relato de PRCNO tiene un giro casi novelesco. Una antigua propietaria la recordaba como “esa pieza de arte” heredada de sus abuelos, uno de ellos soldado estadounidense destacado en Italia, una explicación verosímil para comprender cómo un objeto así pudo cruzar el Atlántico y aterrizar, sin contexto ni ficha, en un patio de Luisiana.

Cuando la historia saltó a los medios, ella llamó para decir: esa piedra la tuve yo, y nunca supe de qué se trataba.

La escena termina con una comunidad universitaria perpleja y movilizada, un equipo de especialistas diciéndole al público que los muertos romanos querían justamente esto: ser recordados, no perder el nombre. Y con la certeza de que, a veces, la arqueología sucede en casa, entre el rastrillo y la manguera.

Capítulo aparte pero parecido: la mujer alemana que quiso devolver el tiempo

Mientras en Luisiana una lápida romana “decidía” reaparecer, en Alemania una mujer tomaba otra decisión íntima, menos espectacular pero igual de trascendente: devolver a Grecia la parte superior de una columna sustraída hace más de medio siglo en la zona del Leonidaion, la gran hospedería del siglo IV a. C. en Olimpia.

La pieza, un capitel de caliza de apenas nueve pulgadas de altura, llevaba décadas fuera de su sitio hasta que «la dueña», conmovida por recientes devoluciones gestionadas por la Universidad de Münster, optó por entregarla para su repatriación. No hubo litigio ni escándalo; hubo, como subrayó el Ministerio de Cultura heleno, sensibilidad y coraje.

El gesto se inscribe en una secuencia: Münster ya había devuelto en 2019 una copa de dos asas vinculada a los primeros Juegos Olímpicos modernos y, en 2024, una cabeza masculina de mármol procedente de un cementerio de Tesalónica. Esta vez, el capitel cruzó las vitrinas para volver a Grecia, con una frase que quedó resonando: nunca es tarde para hacer lo correcto.

Ambas historias se tocan en un punto simple y poderoso: las piedras vuelven. Vuelven porque alguien mira con atención una inscripción en el suelo de su patio y entiende que no es “un adorno”, sino un mensaje que atravesó siglos. Vuelven porque una mujer decide cortar la inercia de un secreto guardado y entregar un fragmento arrancado a un sitio sagrado.

Vuelven porque las instituciones —universidades, museos, policías especializadas— son capaces de coordinarse para restituir, sin ruido ni vanidad, aquello que el tiempo y la guerra dispersaron. Vuelven, en fin, porque hay una ética contemporánea que, con tropiezos, insiste: los objetos tienen biografía y la biografía también es un derecho.

La otra trama, la que discurre bajo estas devoluciones puntuales, es la de una diplomacia cultural que persiste. Grecia, cuya demanda central sigue siendo el retorno de los Mármoles del Partenón, ha preferido en los últimos años abrir puertas de cooperación antes que levantar muros judiciales, y de tanto en tanto obtiene escenas como las de Olimpia: un acto sobrio, un agradecimiento público y la discreta reparación de un despojo antiguo.

Y también se reedita la denuncia de los robos ocurridos en Europa durante la II Guerra Mundial. No solo los robos cometidos por los nazis, sino también por «los aliados». Porque a la hora de delinquir, y «encontrarte» algo que sabes que es valioso – o que no, pero quieres un «souvenir» de recuerdo – bien poco importan las nacionalidades, y sí la educación recibida en la cuna.

Entre tanto, en Nueva Orleans, los especialistas explican que Sextus murió a los 42 años tras más de dos décadas de servicio en un barco llamado como el dios de la medicina; y que su epitafio, encargado por sus “herederos” —probables camaradas—, lo declara merecedor. Con la lápida a punto de volver a Italia, quizá ese deseo se cumpla por partida doble: será recordado allá donde su nombre fue escrito, y también aquí, donde una curiosidad doméstica lo rescató del olvido.

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