Sus muertes se sienten como una bofetada emocional colectiva en Cuba.
Son un recordatorio brutal de que incluso las sonrisas más luminosas pueden esconder tormentas invisibles.
La noticia de la muerte de Mariuska Quevedo, oriunda de la provincia de Guantánamo, ha estremecido a decenas de personas que, desde las primeras horas del domingo, colmaron las redes sociales con mensajes de incredulidad, dolor y despedida. Mariuska, joven cubana muy querida por su comunidad y círculo de amistades, falleció de forma repentina y trágica, dejando una profunda huella emocional en quienes la conocieron.
Las reacciones no tardaron en multiplicarse. “Mi hermana del alma, aunque no de sangre”, escribió entre sollozos Beatriz Guerra, una de sus amigas más cercanas, al enterarse de la noticia. “Te fuiste de este mundo de esta manera, no puedo explicarte el dolor que siento”, agregó. En decenas de comentarios similares, amigos, vecinos y familiares la recuerdan como una mujer alegre, amorosa, luchadora y profundamente solidaria.
La noticia de su partida ha sido acompañada de una ola de preguntas, algunas sin respuesta. Varios usuarios expresaron desconcierto ante lo sucedido. “¿Qué pasó?”, se preguntaban muchos en los muros donde se anunciaba su fallecimiento. Aunque no ha habido un comunicado oficial, múltiples allegados, amigos entrañables y queridos, han sugerido en disimiles comentarios vistos en las publicaciones, que podría haberse tratado de un suicidio, aunque esta versión no ha sido confirmada públicamente.
Entre quienes compartieron su dolor, se encuentran Yaritza Pérez Zamora y Adriana Chibás Torres, quienes coincidieron en lamentar “la forma tan triste” en la que Mariuska dejó este mundo.
“Mi gordi hermosa, amorosa, siempre con una sonrisa, ¿cómo pudiste hacerme esto?”, escribió Yaritza. La escena se repitió decenas de veces: palabras de cariño, fotos compartidas, y una constante incredulidad ante lo irremediable.
“No eras mi hija de sangre, pero el corazón te adoptó desde siempre”, escribió otra mujer cercana a Mariuska, entre emojis de llanto y palabras que apenas contenían la emoción. “Dejaste a tu madre, a tus amigos, a tus hermanas del alma. ¿Por qué, tata? ¿Por qué así?”
Más allá del impacto personal, lo que resalta de esta despedida es el testimonio colectivo de una comunidad unida en el afecto. Amigos como Geornelis Pérez, Irina Rodríguez, Yanaisi Llamos y Kenia Durand coincidieron en describirla como “una de esas personas que no se olvidan”, “valiente”, “tierna”, y siempre dispuesta a dar lo mejor de sí.
En medio de tanto dolor, muchos intentaron buscar consuelo en la fe: “Que Dios te tenga en su santa gloria, mi niña”, fue una frase repetida como mantra colectivo frente al vacío dejado. La expresión “EPD” —descansa en paz— se replicó en cientos de perfiles, acompañada de fotos, velas digitales y abrazos virtuales.
Mariuska Quevedo no era una figura pública ni una celebridad, pero su partida demostró el enorme amor que sembró en vida. Su historia, tan personal como universal, habla del duelo, la fragilidad humana, y de cuánto puede doler la ausencia de alguien que supo brillar con luz propia.
Otra muerte por suicidio en Cuba en las últimas horas
Yuniesky, un joven cubano oriundo del municipio de Manicaragua, en la provincia de Villa Clara, cuya partida fue confirmada por su amiga Rosa María Lemay en un post que se viralizó rápidamente, también se habría quitado la vida este fin de semana en la isla.
“Eras tan joven para partir al cielo de esa manera”, escribió, recordando las reuniones familiares, las risas y la cercanía que compartían. Luego vendría el detalle que terminaría por sacudirlo todo: según declaraciones de amigos cercanos, Yuniesky fue hallado ahorcado, presuntamente durante la noche anterior a su velorio.
“Nos dejas el corazón destrozado”, lamentó otra amiga. Los mensajes se multiplicaron con el mismo tono de incredulidad: “¿Qué le pasó?”, “Dios mío, no puede ser verdad”, “Acabo de llegar del cementerio y aún no lo creo”, fueron algunas de las reacciones que inundaron las publicaciones vinculadas a su nombre.
Tanto en el caso de Mariuska como en el de Yuniesky, el factor común ha sido el silencio previo. Ninguno dejó señales claras de lo que podía ocurrir. Ambos eran descritos como “cariñosos”, “alegres”, “siempre rodeados de gente”.
“Vuelen alto, mi niña… mi hermano… donde no haya más dolor”, escribió alguien. Y en medio del luto, una esperanza: que no se trate solo de llorarlos, sino de aprender a ver lo que no siempre se dice.
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