Aunque hay avances legales irreversibles, Cuba sigue condicionando su “modernidad” a procesos lentos y ambivalentes.
El episodio sucedido con este artista trans cubano visibiliza esta brecha: mientras el país se vende como faro de humanidad, en la praxis diplomática se reproducen lógicas de control de género que validan representaciones conservadoras y excluyentes del cuerpo trans.
El reclamo ahora es claro: que la legalidad avance también desde las esferas institucionales, no solo desde los papeles.
El artista cubano multidisciplinario Odaymar, miembro del emblemático colectivo musical Krudxs Cubensi, ha denunciado públicamente un episodio de transfobia por parte de la embajada cubana en Estados Unidos.
La denuncia se viralizó tras un post en la cuenta de Instagram alas_tensas, en el que se relató que, durante el proceso para obtener su pasaporte cubano, se le exigió a Odaymar presentarse con una apariencia “femenina” en la foto oficial, una imposición que ignoraba y violentaba su identidad de género.
Según el relato, los funcionarios del consulado le presionaron para tomarse una “foto como mujer”, sin respetar su identidad trans.
Si bien no se detallan cuáles fueron las consecuencias inmediatas, Odaymar resistió la imposición y, en sus propias palabras, logró salir adelante gracias a “la bendición de los ancestros”. Finalmente, recibió el pasaporte con la apariencia deseada, lo que interpreta como una victoria personal y una afirmación de su autenticidad: “Trans is beautiful”.
Este episodio ha generado gran conmoción de alegría en la cuenta de la revista Alas Tensas, donde miles de usuarios expresaron su apoyo. Comentarios como “Trans is beautiful bitches 👏👏 en toa la cara” ilustran la ola de respaldo en el seno de la comunidad LGBTIQ+ hispanohablante. Otros mensajes, por supuesto, reflejaron reacciones negativas, aunque menos visibles en el post viralizado.
Krudxs Cubensi, fundado en La Habana en 1999, es un dúo de arte activista integrado por Odaymar Cuesta (también conocida como Odaymar Pasa Kruda) y Oli Prendes. Desde sus inicios, han sido pioneras del hip‑hop feminista queer en Cuba, denunciando estructuras de poder opresivas como el machismo, el racismo, la lesbofobia y la transfobia que como vemos, aun persiste en las estructuras de poder y ciertos funcionarios del régimen de la isla.
Tras migrar a Austin, Texas, en 2006, han fortalecido su activismo en Estados Unidos, participando en conferencias, talleres, exposiciones y giras por América Latina y Europa. Su trabajo amplifica las voces negras y queer, uniendo música, performance, artes visuales y pedagogía .
La agresión institucional descrita por Odaymar es emblemática de la discriminación de género persistente en instancias diplomáticas. Obligarlo a adoptar rasgos femeninos en una foto oficial refleja un desconocimiento y una negación de la identidad trans, algo que vulnera derechos humanos básicos reconocidos por organismos internacionales.
Aunque el gobierno cubano se autopromociona como un “modelo progresista y humano”, la realidad revela profundas contradicciones mucho más allá de lo sucedido con Odaymar.
A pesar de importantes «avances» recientes, el Estado cubano arrastra un legado machista, homófobo y transfóbico; incluso sus leyes han estado rezagadas décadas. La aprobación del matrimonio igualitario y de la adopción homoparental en el Código de las Familias fue apenas en septiembre de 2022, cuando el 66 % de la población aprobó estas reformas tras un largo proceso que incluyó múltiples consultas y dilaciones legislativas. Antes de ello, la Constitución de 2019 simplificó el concepto de matrimonio a “institución social y legal”, pero evitó regularlo, dando pie a un limbo legal en materia de igualdad formal.
Este retraso insistente en regular derechos clave —como el de adopción plena, reproducción asistida o gestación subrogada para parejas LGBTQI+— evidencia que el avance legislativo cubano ha sido reactivo más que proactivo. Una reforma lenta, calculada y condicionada por controles ideológicos y temor a perder la imagen internacional de un Estado “muy humano”. En la práctica, las personas trans y queer han seguido enfrentándose a barreras institucionales, discriminación silenciosa y una cultura todavía impregnada de estereotipos rígidos.
El caso de Odaymar ilustra esta brecha entre discurso y acción. Si bien Cuba ya permite legalmente la identidad de género (desde 2008) y operaciones de reasignación gratuita, aún no existe un mecanismo ágil y respetuoso para que una persona trans actualice su apariencia en documentos oficiales sin pasar por procesos judiciales o presiones burocráticas . La imposición de una “foto femenina” refleja la resistencia cultural de un Estado que, aunque proclame derechos igualitarios, no ha erradicado prácticas transfóbicas en sus instituciones, ni siquiera en una embajada donde se supone debe primar el respeto y donde se supone que las personas que allí laboran tengan cierto nivel cultural más elevado que la media poblacional.
El episodio sucedido con este artista trans cubano visibiliza esta brecha: mientras el país se vende como faro de humanidad, en la praxis diplomática se reproducen lógicas de control de género que validan representaciones conservadoras y excluyentes del cuerpo trans. El reclamo ahora es claro: que la legalidad avance también desde las esferas institucionales, no solo desde los papeles.
te recomendamos leer: Mujeres trans son agredidas en Matanzas, Cuba





