La figura de Kevin Spacey, ganador de dos premios Óscar y uno de los actores más influyentes de los noventa y dos mil, volvió al centro de la conversación pública tras una entrevista publicada por The Telegraph en la que se describía al actor como “homeless, cancelled and crooning in Cyprus”. Esa caracterización, replicada luego por medios como Entertainment Weekly, Deadline y TheWrap, provocó la vehemente respuesta del propio Spacey, quien afirma que el titular fue “deliberadamente engañoso”.
Spacey, de 66 años, vive desde hace meses en Chipre, donde actúa como cantante de lounge en hoteles y pequeños clubes. Tras su caída en desgracia por múltiples acusaciones de agresión sexual —algunas desestimadas en tribunales, otras aún bajo cuestionamiento público—, su vida profesional en Hollywood quedó prácticamente paralizada. El actor explicó que, aunque no tiene un hogar fijo, tampoco vive en las calles, sino que se desplaza entre Airbnbs, hoteles económicos y casas de amigos, tratando de sostenerse con ingresos modestos mientras reconstruye su reputación.
En declaraciones retomadas por TheWrap, Spacey acusó a The Telegraph de haber creado un relato diseñado para viralizarse a costa de su situación personal. “No estoy durmiendo en bancos de parques. Estoy trabajando donde puedo trabajar”, afirmó. El periódico británico defendió su cobertura asegurando que la descripción se ajustaba a lo que Spacey dijo durante la entrevista, aunque reconoció que el titular enfatizaba la parte más dramática de su testimonio.
El caso ha generado un nuevo debate sobre la cultura de la cancelación, el papel de los medios y la delgada frontera entre el escrutinio legítimo y la explotación sensacionalista. Algunos críticos señalan que Spacey busca reconstruir una imagen pública sin haber enfrentado plenamente las acusaciones; otros sostienen que, después de haber sido absuelto en varios procesos, merece la oportunidad de rehacer su vida profesional.
Mientras tanto, Spacey continúa cantando en un resort de Lárnaca, donde interpreta standards de jazz ante un público reducido, un contraste marcado con sus días en estrenos mundiales y sets millonarios. Su caso se ha convertido en un símbolo de cómo, en la era digital, la caída pública puede ser abrupta, persistente y difícil de revertir, incluso para una estrella de su calibre.
