Comediante de las redes se equivoca al felicitar a Irela Bravo por su cumpleaños. Y cree que luego «se disculpó»

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En medio de un post bien intencionado, el comediante soltó una frase letal. Dijo que Irela Bravo vio nacer a Juana Bacallao encima de una mata.

Uno ya está curado de espanto con lo que ve en redes. Pero hay días en que el cinismo se pasa de rosca. En estos tiempos en que TikTok y Facebook deciden quién tiene “voz” y quién no, no es raro ver a alguien con miles de seguidores lanzarse a hacer un “homenaje” que, lejos de conmover, lo que da es pena. Un homenaje de esos con comillas. Fue lo que hizo el creador de contenido Alex Umur, un muchacho que se ha hecho conocido por su personaje “La Yusi”, ese tipo de figura que muchos entienden como retrato popular y otros, sencillamente, como una caricatura desbordada entre lo marginal y lo afeminado.

Umur es hijo de su época. Creció, como tantos, en la Cuba de los 90, con escasez de libros, profesores frustrados y pantallas encendidas todo el día. En ese ambiente no florece fácilmente el pensamiento crítico. Entonces aparecen creadores con chispa, con ángel, sí, pero sin una base mínima de entendimiento histórico o cultural. Y eso, tarde o temprano, pasa factura. La de Alex fue con una publicación que pretendía felicitar a la actriz Irela Bravo por su cumpleaños. Hasta ahí, bien. El problema llegó con una línea que pretendía ser graciosa, pero terminó siendo ofensiva: “Fue ella quien vio nacer, encima de una mata, a Juana Bacallao”. Y ahí se le cayó todo.

¿Por qué esta frase es problemática? Porque, aunque probablemente sin intención explícita, activa una carga simbólica profundamente racista: asociar a una mujer negra (Juana Bacallao) con el nacimiento “encima de una mata”, una expresión que evoca imágenes simiescas, de animalidad, de atraso. Y hacerlo en un contexto donde otra mujer negra (Irela Bravo) aparece como testigo, es una doble afrenta. El humor que Umur pretendía, en este caso, no tiene que ver con el tono, sino con el color de piel de las implicadas y las connotaciones históricas que eso arrastra. En países marcados por siglos de colonialismo y esclavitud, como Cuba, no se puede hacer humor desde la ignorancia de esa historia. Y eso Umur, si pretende seguir creciendo, tiene que interiorizarlo. Y seriamente.

Lo que podía haber sido un post entre la broma y el cariño se convirtió, de pronto, en un ejemplo de cómo el racismo puede camuflarse sin darse cuenta, en medio de una carcajada. Porque no hay que ser académico para entender que decir que una mujer negra nació “encima de una mata” no es solo un chiste malo: es una imagen violenta, que arrastra siglos de desprecio, de animalización, de colonialismo. Y si encima la otra mujer que aparece en esa escena inventada —Irela Bravo— también es negra, la broma se vuelve doblemente hiriente. No se trata de moralina ni de corrección política. Se trata de dignidad.

Lo más triste fue lo que vino después. En lugar de detenerse, decir “la cagué” y aprender algo, Umur publicó una disculpa llena de frases tipo “lástima que lo hayan interpretado así”, acompañada de un texto que parecía copiado de una app de autoayuda o, peor, de ChatGPT. Frases como “la vida es un prisma gigante” o “cada cual interpreta desde sus lentes únicos” no solo sonaban falsas, sino que contrastaban brutalmente con la voz que él usa en sus redes. Era como si se hubiera puesto una peluca de sabio para salir del paso.

Optó por una estrategia de defensa ya conocida en las redes: el victimismo performático. Con un texto que mezcla frases paternalistas (“lástima que lo hayan interpretado así”) y una aparente reflexión sobre la diversidad de opiniones humanas, intentó desplazar el foco del debate.

Y eso también molestó. Porque no es lo mismo reflexionar que disimular. No es lo mismo decir “me equivoqué, aprendí, gracias por enseñarme”, que tirar una reflexión reciclada, bonita, desinfectada, sin asumir nada. Ese tipo de disculpas no transforma, no repara. Solo maquilla. Y a estas alturas, ya no estamos para cosmética barata.

Lo más grave, sin embargo, no fue ni la frase ni la disculpa. Fue lo que ocurrió abajo, en los comentarios. Una ola de aplausos, de carcajadas, de “la partiste”, de “qué manera de reírme”, de “ella seguro se murió de la risa”. Y, claro, el clásico: “hay que tener el cuero duro, el humor no tiene que pedir permiso”. Así funciona el algoritmo: premia el relajo, castiga la pausa. Lejos de frenar, la gente lo impulsó más. Lo blindaron. Lo felicitaron por su sabiduría. Sabiduría, sí. Así le llaman ahora a juntar frases bonitas y no asumir una.

Eso, considero, es también sumamente preocupante. Porque la mayoría de esos comentarios vienen de jóvenes. Gente que, en teoría, creció en tiempos donde se habla más de inclusión, de respeto, de antirracismo. Pero no basta con repetir las palabras: hay que entenderlas. Hay que vivirlas. Y muchos, sencillamente, no las entienden. O no quieren entenderlas. Porque es más cómodo burlarse y decir que los demás son sensibles que detenerse a pensar si uno mismo se está pasando.

Umur, como muchos de su generación, ha heredado sin saberlo los peores vicios del humor cubano de los 90: el chiste fácil, el estereotipo, la burla de lo afeminado, lo marginal, lo negro. Y lo ha puesto en una plataforma nueva, donde el alcance es mayor y el filtro es nulo. La diferencia es que antes el público tenía más herramientas para discernir, para debatir. Hoy, muchas veces, solo se ríe y comparte.

La incapacidad para aceptar la crítica como forma de crecimiento

Algo verdaderamente sintomático en muchos humoristas jóvenes, memeros, y otros, es la incapacidad para aceptar la crítica como forma de crecimiento, sobre todo cuando esta proviene de sectores mucho más instruidos y con una formación cultural y ética más profunda.

Cuando figuras como Jaime Masó, Frank Padrón Nodarse o Manuel Iglesias —todos con trayectorias reconocidas en el análisis cultural y en el análisis de las imágenes y textos— alertan sobre el carácter ofensivo de una broma, no lo hacen desde la fragilidad de un “ofendidito”, o porque «les cayó una basurilla en el ojo», sino desde una conciencia histórica de lo que esas palabras provocan; de años tras el análisis que subyace en textos e imágenes. Umur, debe desconocer quiénes son ellos, pero debería usar Google, al menos, más allá de Youtube, TikTok, etc.

Vale aclarar, por respeto al lenguaje y a la historia, que cuando se hace referencia a Alex Umur como “comediante de las redes”, no es con intención peyorativa. Simplemente, no se le puede ubicar dentro de la tradición del humor cubano de altura, aquel de figuras como Héctor Zumbado u Osvaldo Doimeadiós, por mencionar dos de los más encumbrados. Estos humoristas no necesitaban ridiculizar la condición ajena para provocar risa; su agudeza partía de la observación fina, del análisis social, de la ironía con contenido. Eran —y son— verdaderos pensadores del humor. Sobre todo Zumbado, quien es considerado por todos los humoristas cubanos como «El Maestro».

El personaje de Yusi o Dale Lima

Lo de “La Yusi” no es nuevo: el personaje vive en un eterno loop de gestos exagerados, clichés de género y choteo de lo afeminado. Funciona, claro. Genera vistas. Pero, ¿a qué costo? Cuando un personaje refuerza prejuicios bajo la máscara del relajo, se vuelve cómplice de ese prejuicio. Aunque no se dé cuenta.

Y así funciona el ciclo: el creador dice cualquier cosa, la gente lo celebra, él se siente más seguro, repite la fórmula. Nadie le exige más. Nadie le dice que revise, que se pregunte, que estudie. Y entonces el humor se convierte en ruido, en rutina, en repetición. Un círculo donde el talento se desperdicia porque nunca se pone en crisis. Y si un viejo estudiao le dice que se equivocó, le responde que tal parece un chico de la generación de cristal que defiende la agenda Woke.

Al final, lo de Irela Bravo fue una oportunidad perdida. Una oportunidad para crecer, para pedir perdón de verdad, para revisar el repertorio. Pero también es una oportunidad para que quienes lo siguen piensen un poco. Para que se pregunten si reírse siempre es la mejor reacción. Para que aprendan a identificar cuándo un chiste no tiene gracia, sino carga. Porque cuando el humor no piensa, cuando solo repite lo que aprendió sin cuestionarlo, no es humor: es eco.

Y lo que da más pena es que, en vez de provocar carcajadas, lo que dejó todo esto fue esa risa amarga.

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