Tabacuba presume “beneficio” de carros para campesinos, mientras los jefes disfrutan el privilegio sin sudar una hoja

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Tabaqueros cubanos son «premiados» con la exhibición de autos para una posible y futura compra en la isla. Si se lo ganan y merecen, claro.

La medida desató críticas por su carácter excluyente y propagandístico, en un país donde el campesino no puede elegir libremente ni cómo gastar lo que produce.

El Grupo Empresarial Tabacuba organizó recientemente un vistoso evento expositivo para mostrar a un grupo de campesinos tabacaleros la gama de autos modernos que podrían adquirir “como estímulo” por su desempeño en la producción. La escena, difundida con entusiasmo en los canales oficiales y decorada con eslóganes como #NuestraFortalezaEsLaHerencia, fue presentada como una “excelente oportunidad” para quienes “trabajan de sol a sol para sostener la economía del país”.

El evento incluyó presentaciones de proveedores y comercializadoras, atención a dudas, muestras de vehículos y una atmósfera de recompensa institucional.

Todo con un objetivo claro: hacer sentir que al fin el sacrificio del campo tenía su premio. Pero la reacción popular, lejos de ser unánime, dejó al descubierto una profunda fractura entre la narrativa oficial y la percepción de quienes realmente siembran, cosechan y ven pasar los beneficios sin tocarlos.

“Eso no es un premio, es una burla”, escribió un usuario indignado en los comentarios. “Después de millones de tabacos exportados, vienen a venderles los carros. ¡Deberían regalárselos!”. Otro, más crudo aún, resumía la puesta en escena como “el viejo truco de cambiarle oro por espejitos al indio, pero esta vez con autos chinos y al campesino esclavizado”.

Entre los defensores de la medida, porque sí, siempre los hay, se alzan voces institucionales y figuras asociadas al entramado tabacalero. La Empresa de Cigarros Lázaro Peña calificó el evento como “muy acertado” y expresó “respeto y felicitación” a los productores que “vencen todo tipo de obstáculos” para que Cuba mantenga su prestigio mundial en la industria del tabaco. Otros lo ven como una “iniciativa motivadora”, una manera de “dignificar al campesino”.

Sin embargo, esos mensajes palidecen ante el aluvión de críticas. Una productora identificada como Dayami Quintero Pérez escribió: “Y los que estamos directamente en la producción, que nos parta un rayo… trabajamos bajo condiciones anormales, lo que hay que estar es aquí, donde nadie nos ve”.

Su denuncia no es aislada. Muchos señalan la falta de transparencia en el proceso de selección de los beneficiarios, la desinformación generalizada, el trato desigual entre grandes y pequeños productores y, sobre todo, la ridícula lógica de tener que esperar un “estímulo” estatal para poder acceder a un vehículo.

Porque ese es, tal vez, el mayor agravio: el carro no es un premio, es una transacción disfrazada de generosidad. No se entrega, se vende. No es un derecho, sino un privilegio condicionado. El campesino no elige libremente comprar un carro con el fruto de su trabajo: debe ser seleccionado, pasar filtros, cumplir metas, esperar autorizaciones. Todo esto en un país donde los verdaderos beneficiarios del sistema no pisan tierra, pero sí manejan con aire acondicionado.

Nótese cómo «el estímulo» no es para todos.

Lo que se celebra con bombo y platillo es, en realidad, un espejismo de justicia. En cualquier país normal, un productor exitoso podría comprarse su vehículo sin depender del visto bueno del buró agrícola. Podría ahorrar, pedir un crédito bancario competitivo, comparar modelos, elegir marcas, moverse por un mercado abierto.

En Cuba, debe agradecerle al Estado la oportunidad de pagar caro —carísimo— un auto de gama media como si fuera un favor extraordinario. Y más allá: muchos de los vehículos presentados no tienen piezas de repuesto disponibles, ni redes de mantenimiento adecuadas en el interior del país. Son autos para la vitrina, no para los caminos de San Juan y Martínez.

Las críticas no se limitan al absurdo del estímulo. Muchos usuarios se preguntan por qué el incentivo va solo para los productores de tabaco, un cultivo que, si bien genera divisas, no alimenta al pueblo.

“¿Y los campesinos que producen comida?”, preguntó Abel González. “¿Dónde están sus carros, sus tractores, sus herramientas? ¿No merecen igual trato?”. En un país sumido en la escasez de alimentos básicos, la selección del tabaco como cultivo privilegiado revela la lógica extractiva del Estado cubano: estimular donde hay dólares, no donde hay hambre.

Y lo más doloroso: mientras los campesinos tienen que esperar para ver si serán “dignos” de comprar un auto, los directivos, los jefes, los burócratas, ya tienen los suyos. Nadie los seleccionó. Nadie evaluó sus resultados en el surco. No trabajan bajo el sol. No cosechan nada. Pero disfrutan del mismo “beneficio”, sin la humillación de tener que simular agradecimiento.

En medio del circo, algunos usuarios ponen el dedo en la llaga con sarcasmo: “¿Hicieron una emulación o una simulación?”. Otros preguntan directamente cuánto costó estar en la “selección”. Y más de uno exige que se les vendan tractores, fertilizantes, sistemas de riego, no carros para la foto.

Porque esta no es una política de estímulo. Es una política de control. El Estado no le devuelve al productor lo que ha generado. Le da, si quiere, si puede, si le conviene políticamente. Lo hace bajo sus términos, sin equidad, sin libertad de mercado, sin competencia real. Y mientras más dependientes se mantengan los campesinos de ese sistema opaco, más fácil es someterlos a la lógica del favor y la deuda.

“Con esos carros no están premiando a los vegueros, están dándoles una zanahoria para que sigan doblando el lomo”, escribió alguien. Y ese puede que sea el análisis más certero: en Cuba, incluso la recompensa es una herramienta de sometimiento.

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