Cuatro miembros de una familia cubana van a prisión por vender drogas a menores en Cienfuegos

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El caso reciente de una familia implicada en la venta de “papelitos” en Cienfuegos ha expuesto un episodio de crimen local, al tiempo que refleja un patrón creciente en la Cuba contemporánea: el narcomenudeo como salida económica, incluso desde el seno familiar.

Desde 2021, el auge del llamado “químico” en barrios cubanos ha dejado una estela de deterioro físico y emocional visible incluso en redes sociales. Lo que antes parecía un fenómeno marginal se ha enraizado con fuerza en zonas vulnerables como La Gloria o San Lázaro, en Cienfuegos, donde el MININT acaba de desmantelar una red de tráfico operada por seis personas, cuatro de ellas pertenecientes a la misma familia.

Entre los implicados, se encuentra una adolescente de apenas 16 años. Todo indica que la mercancía viajaba desde La Habana en taxis particulares, camuflada en simples hojas de cuadernos escolares impregnadas con 5-FLUORO ADB, un cannabinoide artificial de efectos devastadores y altamente adictivo.

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La medida responde a una investigación aún en curso, pero ya se aplican cargos bajo el artículo 235.1a del Código Penal. La narrativa oficial insiste en la política de “tolerancia cero”, reforzada por los recientes operativos en aeropuertos como el de Cayo Coco o José Martí, donde agentes han detectado en el último año sustancias escondidas en cigarrillos electrónicos, gominolas y hasta en el cuerpo de pasajeros.

Según testimonios recogidos por medios estatales, más de veinte jóvenes, cuatro de ellos menores de edad, cayeron en la red que fue recientemente desmantelada en Cienfuegos. En su mayoría, los jóvenes estaban desvinculados del sistema educativo o laboral. Algunos llegaron a consumir hasta cuatro dosis por noche, creando una dependencia aguda que se manifiesta en temblores, irritabilidad y deterioro psíquico.

La mayor Annia María Gil Rodríguez, del MININT, advirtió en declaraciones divulgadas por el periódico local “5 de Septiembre” que muchos adictos terminaron convertidos en distribuidores, en una espiral que combina desesperación y lucro mínimo. Lo más inquietante, sin embargo, es lo que no se dijo: la connivencia pasiva de algunos padres y vecinos, un síntoma más de la erosión del tejido social.

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