Parecía que el destino se había propuesto aplicar una dosis de justicia poética. Aroldis Chapman, otrora alma del bullpen de los Yankees, se ha convertido ahora en la pesadilla de esos mismos aficionados que antaño lo vitoreaban y abucheaban con la misma pasión.
El pasado fin de semana, el “Misil Cubano” volvió al Yankee Stadium vistiendo los colores de los Red Sox y, en dos noches consecutivas, les clavó el silencio: dos salvamentos impecables sin permitir un solo hit, con él sacando únicamente los outs necesarios para cerrar cada victoria. En el Bronx no hubo abucheos esta vez, sino el más elocuente silencio de quien se rinde al talento inapelable.
El contexto roza lo poético. Chapman fue protagonista en 2020-21 con los Yankees, llegando a cerrar con furia triunfos cruciales. Pero el amor fanático dio paso al desdén, y el mismo público que lo escuchaba rugir con expectativas pasó a silbar con decepción un año después. Este sábado y domingo, sin embargo, el escenario cambió. Igual que si la banda sonora de su propia historia lo empujara a redimirse, Chapman enfrentaba a los Yankees y, con aquella anacrónica rapidez que le caracteriza, dominó.
Sus números hablan con contundencia: en cinco apariciones recientes acumula 4.1 innings sin permitir un solo imparable, su ERA ronda el fantástico 1.71, y ya suma 11 salvamentos esta campaña con Boston, más de 35 ponches en apenas 26.1 innings, WHIP de 0.911, según datos consultados en MLB.com. Pero más allá de los datos, los hechos: dos juegos, dos cierres perfectos, dos noches que han recordado al bullpen rival lo que es enfrentarse al poder de este veterano.
Lo más irónico —y hermoso, en términos narrativos— es que Chapman se limitó a sonreír. No hubo celebraciones estridentes ni gestos grandilocuentes; se quitó el guante, se abrazó con sus compañeros y se marchó al dugout, dejando atrás símbolos, rivales y escenarios. La victoria del sábado fue 10‑7 (Chapman alzó su décimo salvamento ) y el domingo fue 11‑7 (onceavo de la temporada, ahogando en el Bronx otra reacción del rival). No hay mejor remate que el que da quien conoció un escenario desde dentro, y ahora se lo gana desde fuera.
La vida se encarga de recordar que no hay peor cuña que la del mismo palo. Chapman, quien supo cerrar invernales sueños de los Yankees, lo hace ahora sin piedad desde el otro lado. En Fenway Park, los aplausos lo reconocen como un guerrero; en el Bronx, su sombra sigue siendo demasiado alargada como para pasar desapercibida.
La historia reciente del cubano sigue intacta: su «misil» no tiene fecha de caducidad. A sus 37 años, desafía la decadencia del tiempo con actuaciones como esta. Para el aficionado de Boston, sus salvamentos son puro himno; para el fanático neoyorquino, quizá amarga moraleja. Pero en ambos casos, el mensaje es claro: Chapman está aquí, más fuerte que nunca, y lo demuestra frente a quienes un día lo adoptaron y otro día lo abuchearon.
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