En un país donde el acceso a la televisión por cable era privilegio de diplomáticos y altos cargos, y donde Internet apenas existía para el ciudadano común, un fenómeno mediático logró colarse por las rendijas del control estatal y convertirse en ídolo popular: la Dra. Ana María Polo. O simplemente, “la doctora Polo”, como se le conocía en toda Cuba.
Entre los años 2005 y 2010, su programa “Caso Cerrado” no solo circulaba en la isla como contrabando premium, en discos compactos y más tarde en memorias USB, sino que los consumidores prácticamente los perseguían. Alquilar un CD con los episodios del programa era como tener en tus manos el secreto mejor guardado del entretenimiento: dramatismo, morbo, peleas familiares, risas, llantos y, sobre todo, esa mezcla de justicia y espectáculo que solo ella sabía ofrecer. Por eso decimos que era “perseguida”: no por la Seguridad del Estado, sino por los miles de cubanos que iban detrás de quien tuviera “el último Caso Cerrado”.
No pocos aprendieron de «leyes en la Florida» viendo algún que otro programa, y no pocos que llegaron a Miami por esos años, se buscaron un dinerito extra trabajando en aquellos programas. Y no hablo de gente común, no. Allí, fueron primerísimos actores como Tomás Cao o Jorge Ferdecaz, entre otros, conocidísimos en la isla pero, desconocidos para la Doctora Polo quien, ciertamente, creía que todo lo que sucedía en su sala era la más absoluta verdad.
La muestra de su impacto «antiguo» puede palparse en una publicación que la Dra. compartió en sus redes sociales hace unas semanas. En Instagram, una red social no tan usada por los cubanos, donde Ana María tiene apenas 4 millones de seguidores, ella celebraba haber llegado a 20 millones de seguidores en la red social que sí usan los cubanos mayoritariamente: Facebook.
Ana María Polo, nacida en La Habana en 1959, apenas tenía dos años cuando su familia huyó de Cuba rumbo a Miami, luego a Puerto Rico, donde creció. Su vida parecía encaminada al derecho y la discreción, pero el destino —y una guitarra en una fiesta frente al tribunal de Miami— la empujaron a un casting de Telemundo. Así nació “Sala de Parejas”, que en poco tiempo se transformaría en “Caso Cerrado”, el programa que marcaría a toda una generación de latinos.
Aunque su formato recordaba a otros shows de corte judicial, Polo imprimió algo más profundo. Con autoridad, carisma y un toque teatral, enfrentó casos que iban desde el absurdo hasta los temas más dolorosos: violencia doméstica, inmigración, abuso sexual, discriminación. Ella decidía con un mazo en mano y su célebre frase: “¡He dicho, caso cerrado!”
La doctora Polo se convirtió en ícono pop, sobre todo entre los millennials cubanos que, sin internet ni Telemundo, la conocieron gracias a ese sistema de distribución informal que ha caracterizado la vida cultural en la isla. Durante años, su imagen formó parte del “paquete semanal”, y su programa era comentado con la misma intensidad que cualquier telenovela brasileña.
Y sí, más allá de su estilo histriónico y la escenografía de cartón piedra, Ana María Polo fue, para muchos cubanos, la primera figura mediática abiertamente aliada de la comunidad LGBTQ+, defensora de derechos civiles y promotora de una justicia diferente a la que conocían.
Aunque no ha pisado Cuba desde que salió de bebé, Ana María Polo sigue siendo recordada como una especie de celebridad clandestina. Una mujer que, sin quererlo del todo, se metió en las casas y en las memorias de millones. Y en Cuba, especialmente, la doctora Polo fue y sigue siendo… un caso aparte, aunque no del todo cerrado.
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