En una Iglesia acostumbrada a líderes de tez blanca y linaje europeo, la llegada de León XIV al papado marca más que un simple relevo generacional: representa un viraje inesperado, profundamente simbólico, y que conecta de manera directa con la historia silenciada de los afrodescendientes y criollos católicos. Entre los detalles que más han sorprendido tras su elección, resalta uno en particular que ha desatado un cosquilleo de orgullo en muchos cubanos: el nuevo pontífice tiene ascendencia cubana, según expertos.
Aunque su apellido, Prevost, pueda evocar la elegancia francesa, las raíces del papa descienden por caminos más cálidos y mestizos. Así lo documentó el genealogista Jari Honora, quien encontró que los bisabuelos maternos de León XIV fueron “personas libres de color” en la Luisiana del siglo XIX. Este hallazgo lo ubica dentro del universo creole: una identidad compleja que mezcla lo francés, lo africano, lo español, lo indígena… y, en este caso, lo cubano.
“Fue especial para mí porque comparto esa herencia y también lo hacen muchos de mis amigos católicos de Nueva Orleans”, dijo en declaraciones a la agencia estadounidense AP, Honora, quien es historiador de la Colección Histórica de Nueva Orleans, dejando claro que no se trata de un dato anecdótico, sino de un pedazo de historia viva.
El término creole, que en Cuba usamos con ligereza para referirnos a ciertas comidas o estilos musicales, en el contexto estadounidense del sur tiene connotaciones mucho más profundas. Designa a una población racialmente mixta que, aunque en muchos casos nació libre, vivió marcada por un sistema de castas cruel y caprichoso. La comunidad creole, sobre todo la católica, ha sido históricamente marginada, incluso dentro de su propia fe. Por eso, que uno de sus descendientes ocupe hoy el trono de San Pedro no es poca cosa.
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Andrew Jolivette, catedrático de Sociología y Estudios Afroindígenas, confirmó a la AP algo que pone a latir con más fuerza el corazón isleño: “Tiene ascendencia cubana de parte materna. Por lo tanto, hay una serie de primeras veces aquí y es una cuestión de orgullo para los criollos”. Y eso, dicho desde un aula universitaria en California, resuena con eco profundo en los barrios de La Habana, donde el sincretismo y la fe conviven entre velas y estampas de santería.
El camino de la familia del pontífice fue zigzagueante. Tras vivir en el barrio Seventh Ward de Nueva Orleans, sus abuelos emigraron a Chicago escapando del sistema Jim Crow, un régimen de segregación que hacía imposible prosperar siendo negro o mulato. No es casual que su madre, Mildred Agnes Martínez, aparezca como “blanca” en su acta de nacimiento de 1912. Era una cuestión de supervivencia. Como bien resumió Honora: “La vida siempre ha sido precaria para la gente de color en el Sur, incluyendo Nueva Orleans”.
Detrás de la sotana papal hay siglos de resistencia y adaptaciones forzadas, pero también de fe inquebrantable. Marc Morial, exalcalde de Nueva Orleans, lo explicó sin ambages: “La historia de la familia del papa es la historia estadounidense de cómo la gente escapa del racismo y la intolerancia”.
Hoy, mientras las campanas del Vaticano repican bajo un pontífice con raíces cubanas, haitianas y criollas, la Iglesia católica parece abrir, al fin, una rendija a una narrativa más universal. “Quiero que se siga realzando la naturaleza universal de la Iglesia: que la Iglesia se parece, se siente y suena como todo el mundo”, expresó el reverendo Ajani Gibson, en una frase que condensa siglos de exclusión y esperanza.





