Alcohólico cubano cuenta con orgullo que lleva ya 8 años sobrio

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Durante años, Modesto Zaporta Curbelo fue esclavo del alcohol. Su caída fue lenta pero constante, hasta que una noche de enero, empapado de frío y con una botella por compañía, terminó tirado en una acera de Sancti Spíritus. Aquella imagen patética marcó el punto más bajo de su vida y, a la vez, el inicio del camino hacia su rehabilitación.

Empezó a beber a los 33 años, sin grandes excesos al principio, pero pronto las celebraciones, los duelos y cualquier pretexto se volvieron motivo para empinar el codo. Las consecuencias no tardaron en llegar: su familia se desmoronaba, su trabajo pendía de un hilo y su dignidad estaba por el suelo. Sus hijos y su madre, ya anciana, sufrieron los embates de su adicción. La gota que colmó el vaso fue cuando su hija le advirtió que no lo quería ver jamás borracho en su casa. Avergonzado y conmovido, Modesto decidió buscar ayuda.

Tras varios intentos fallidos por dejar de beber por su cuenta, acudió al Policlínico Norte, donde recibió atención médica. Las vitaminas, el tratamiento psiquiátrico y una tableta que le provocaba repulsión al alcohol fueron claves. Pero lo más importante fue el apoyo familiar: su madre, sus hijos, sus hermanas y hasta las madres de sus hijos lo acompañaron durante buena parte del proceso. Poco a poco, él mismo pidió ir solo, convencido de que debía tomar las riendas de su vida.

Su padrino, fallecido ya, lo llevó a Alcohólicos Anónimos, donde Modesto encontró una nueva razón para vivir. Hoy, ocho años después, lidera el grupo en el mismo policlínico donde comenzó su recuperación. Sabe que el primer trago es el inicio de la recaída y alerta con vehemencia sobre los estragos del alcoholismo, que ha visto destruir a amigos suyos como Juan o Mario, quienes dejaron el alcohol demasiado tarde.

Modesto tiene seis nietos, una familia que volvió a confiar en él, y una madre que, tras años de angustia, pudo decirle con serenidad: “Hijo, ya me puedo morir tranquila”. Su historia, publicada en el diario espirituano Escambray, no es de lamentos, sino de victoria, de cómo un hombre derrotado por el alcohol logró volver a ponerse en pie.

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