En Cuba, viajar por carretera sigue siendo un acto de fe para los cubanos y a veces, la fe no alcanza cuando llegan los accidentes
En menos de una semana, varias familias cubanas han sido golpeadas por la tragedia. Diversos accidentes de tránsito ocurridos en distintas provincias de la isla se han cobrado la vida de varios ciudadanos cubanos y mantienen a comunidades enteras en estado de shock. Las redes sociales, una vez más, han servido de espejo y altavoz de ese dolor colectivo que deja al descubierto no solo la fragilidad de la vida, sino también las grietas del sistema vial cubano.
Una de las historias más desgarradoras es la de Ania, oriunda de Ranchuelos, en Villa Clara, pero actualmente residente en Cruces, provincia de Cienfuegos.
A finales de julio, entre el 27 y el 28 de ese mes, Ania y su esposo William sufrieron un grave accidente de moto. Ambos quedaron en estado crítico, lo que provocó una intensa movilización en redes y en las calles de Ranchuelo y Cruces, donde se organizaron cadenas de oración por su recuperación.
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Sin embargo, las esperanzas se desvanecieron en las últimas horas: Ania no resistió. La confirmación de su fallecimiento ha desencadenado una avalancha de mensajes de duelo.
“EPD, mi amiga”, “Una gran mujer y profesional”, “Qué injusta la vida”, repiten los comentarios en Facebook, entre lágrimas digitales y recuerdos compartidos. De peluquera y docente, madre y amiga, hermana espiritual de muchos, Ania deja un vacío que ni siquiera los rezos más fervorosos han podido llenar.
En los comentarios se hace referencia a «Ania y su esposo», lo que hace sugerir que su esposo también ya habría fallecido, pero no existe confirmación de que así sea.
Por otro lado, desde la provincia de Matanzas llegan noticias igualmente devastadoras.
En la Autopista Nacional, a la altura del kilómetro 142, un ciclista murió tras ser impactado por un automóvil que viajaba desde La Habana hacia Cienfuegos. El reporte inicial, divulgado por la página Con Todos La Victoria, indica que el ciclista no respetó la señal de pare e intentó cruzar la vía. El resultado fue fatal.
Presuntamente se trata de Roly, Rolando de Armas Verdecia, según las pistas que arroja esta publicación y otras relacionadas. Aunque las autoridades han responsabilizado al propio Roly por el accidente, el dolor en su entorno no se atenúa por ello.
Las condolencias en línea no han parado de multiplicarse. Compañeros de trabajo, amigos de la infancia y familiares lo recuerdan como un joven alegre, servicial y profundamente querido en su colectivo laboral.
“Nunca te vamos a olvidar”, escriben entre fotos antiguas, promesas de memoria eterna y una rabia contenida por lo injusto de su partida. Aunque no ha sido confirmada oficialmente la identidad de la víctima en el parte de Jagüey Grande, los testimonios de quienes lo conocieron hacen difícil pensar que se trata de otra persona.
Las muertes de Ania y Roly no son hechos aislados. Forman parte de una cadena de accidentes que, según cifras no oficiales compartidas en grupos de Facebook, han ido en aumento en lo que va de año. El mal estado de las carreteras, la escasa señalización, la circulación de vehículos sin condiciones técnicas, y la imprudencia —tanto de peatones como de conductores— crean un cóctel letal que se cobra vidas semana tras semana.
Detrás de cada parte oficial, hay historias personales que no salen en los medios estatales. Hay una madre que no regresa, un hijo que no llega al trabajo, una pareja que se rompe bajo el peso de un destino violento. El luto se disfraza de silencio en la prensa, pero grita en las redes, donde la gente se abraza como puede y eleva plegarias desesperadas. En Cuba, viajar por carretera sigue siendo un acto de fe. Y, a veces, la fe no alcanza.
